AGRADECIMIENTOS
EN PRIMER LUGAR, gracias a mi editora de prensa del Chicago Review, Lisa Reardon, por su disposición a escuchar las ideas de una autora primeriza, por su entusiasmo por este proyecto y por su paciencia al contestar a tantos e-mails.
Quería también mencionar los nombres de aquellos amigos cuyo interés en este proyecto me ha dado tantos ánimos, pero luego me di cuenta de que era probable que me olvidara de algunos. Vosotros sabéis quiénes sois, y vuestro apoyo lo ha sido todo para mí, sobre todo el de esa persona que no paraba de preguntarme cuándo iba a aparecer Hermanas de Sangre.
El sistema de búsqueda de la biblioteca Chicago Suburban Library es una excelente fuente, pero muchos de los necesarios para realizar este proyecto tuve que encontrarlo en otra parte, así que les agradezco a todos los bibliotecarios de la biblioteca Forest Park Public Library, en especial a Kate Niehoff, exresponsable del departamento de ayuda para adultos, que gustosamente me ayudó a encontrar muchos libros mediana y moderadamente rebuscados que fueron de valor incalculable para mi investigación.
Me han enriquecido mucho mis conversaciones con las siguientes personas, y les agradezco su disposición a revisar capítulos individuales y a facilitarme puntos de vista esclarecedores, así como fotografías: Paul Elsinga y Sophie Poldermans (ambas de la Fundación para la Memoria de Hannie Schaft), Shrabani Basu, Fernande K. Davis, Melissa Davis, René Defourneaux, Diet Eman, Muriel Engelman, The Irena Sendler Project, Dr. Beata Kosmala (investigador jefe en el Centro Memorial de la Resistencia Alemana), Hervé Larroque, Henrik Lundbak (del Museo de la Resistencia Danesa), Elizabeth McIntosh, Barbara Vos Moorman, Frits Nieuwstraten (director de la Corrie ten Boom House), Sherri Greene Ottis, Peter Riva, H. Beverley Tasker, Nelly Trocmé Hewett, Dr. Suzanne Vromen, y el Dr. George J. Wittenstein.
Le estoy muy agradecida a la Dra. Meredith Veldman, especialista en historia de Europa del siglo XX en Universidad del Estado de Louisiana, por su disposición a revisar los capítulos introductorios y por responder a muchas preguntas técnicas.
Finalmente, gracias muy especiales a mi marido, John, por su entusiasta apoyo a este proyecto, y también por su inestimable traducción en el capítulo referente a Pearl Witherington.
Foto: Andrée Virot a principio de los anos cuarenta.
Andrée Virot Peel, Lobertas Publishing.
ANDRÉE VIROT
La agente rosa
LOS ALEMANES SE acercaban. Todo el mundo en Brest, un pueblo costero de Francia en la lejana provincia de la Bretaña, al noroeste, se había encerrado en el interior de sus casas. Andrée Virot estaba en su hermoso salón, llena de una profunda tristeza. Las calles en el exterior estaban en absoluta calma.
De repente, uno pasos que corrían hicieron añicos el silencio. Andrée corrió hasta la ventana. Soldados franceses trataban de escapar de los alemanes, que se aproximaban a toda velocidad. Con su uniforme militar, serían tomados como prisioneros con toda seguridad por los alemanes. Andrée les invitó rápidamente a que se escondieran en su hermoso salón. Luego corrió de casa en casa, pidiendo a los vecinos ropa de hombre. Todo el mundo deseaba ayudar, y los soldados pudieron seguir su camino vestido de civiles.
Al cabo de poco tiempo, un enorme destacamento de tropas alemanas apareció en la calle, haciendo un gran estruendo con sus motocicletas, y empujando a la gente de Brest con fuerza contra los muros para que pudieran pasar. Mientras Andrée observaba, un oficial alemán se acercó a ella, y con desprecio le dijo en un buen francés: «Esto os molesta, ¿verdad? ¡Somos los conquistadores!».
Andrée no se dio cuenta de cuánto valoraba su libertad y su país hasta aquel día, cuando perdió a ambos a manos de los alemanes. Cuando quedó claro que los alemanes iban a controlar todo lo que se publicara en los periódicos que llegaran a Brest, Andrée se dio cuenta de que la libertad de conocer la verdad era algo por lo que ella quería luchar. Así que cuando ella y sus amigos escucharon por la radio el mensaje del General De Gaulle desde Londres, decidieron transcribirlo y distribuirlo en tantos lugares como les fuera posible. Luego ella comenzó a distribuir el periódico clandestino de Brest.
Brest había sido el cuartel general de la Marina francesa. Cuando los alemanes consiguieron el control de Brest, usaron los barcos y submarinos franceses para sus propios planes, de modo que en los muelles de Brest siempre había una gran actividad militar alemana. Los hombres franceses, a los que los alemanes habían obligado a trabajar en los muelles, podían observar las actividades y escuchar conversaciones que eran importantes para aquellos que luchaban contra los alemanes.
Un día, uno de los trabajadores franceses de los muelles le pasó una información importante a Andrée, además de algunos documentos robados. Andrée se los entregó a un agente que ella conocía y que trabajaba para la Resistencia francesa. Una cosa llevó a la otra, y pronto Andrée estaba trabajando para un agente de Londres. Su nombre en clave era la Rosa, y la pusieron a cardo de una sección de la Oficina de Información de Bretaña, en la que localizaba y transmitía información de vital importancia sobre las actividades de los alemanes en la costa de Bretaña. Ella, y los que trabajaban a sus órdenes, informaban de los movimientos de las tropas y barcos alemanes, la localización exacta donde los alemanes estaban construyendo fortificaciones en la costa, y la cantidad de equipamiento militar que estaba siendo transportada y a dónde.
Los aviones aliados —y, más tarde, los americanos— comenzaron a realizar bombardeos sobre la flota alemana en Bretaña. Los bombardeos eran feroces, frecuentes y muy destructivos, pero los alemanes siempre contraatacaban con fuego antiaéreo y, a menudo, con éxito. Los aviadores abatidos, si sobrevivían a la colisión, eran capturados por los alemanes y enviados a campos de prisioneros. Eso si los franceses no les encontraban antes y les escondían.
Andrée y su equipo estaban a cargo de rescatar a estos aviadores caídos. Después de destruir o esconder sus paracaídas, el equipo les buscaba ropa de civil, y luego los alojaba en casas seguras donde podían esconderse mientras elaboraban un plan de fuga. Un submarino de rescate era enviado hasta la costa una noche al mes, cuando había luna nueva. Era difícil no ser localizado por las patrullas alemanas situadas a lo largo de la costa, pero Andrée u otro de los miembros de la Resistencia, llevaban a los aviadores en bicicleta hasta la costa. A veces, debían encontrar un lugar donde esconderse hasta que oscureciera. Luego, los aviadores se acercaban hasta la orilla, se subían a los botes que habían sido lanzados al agua por el submarino de rescate, y remaban hasta él.
Andrée y su equipo también trabajaban en la provincia francesa de Normandía. Aquí intercambiaban importante información a través de aviones, que aterrizaban en zonas de labranza, guiados por linternas. En uno de estos intercambios de información, Andrée recibió una carta personal de agradecimiento escrita por Winston Churchill que decía: «¡Esta última misión equivale a una victoria en el campo de batalla!». Andrée quedó profundamente conmovida por esta nota y supo que la invasión aliada de Francia estaba cerca. Así que se decepcionó cuando le dijeron que, por motivos de seguridad, debía destruir la nota inmediatamente.