Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.
La risa del Loco
Primera edición: septiembre 2018
ISBN: 9788417505035
ISBN eBook: 9788417505707
© del texto:
Abel de Vega
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright . Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
«Si quieres hacer reír a Dios,
cuéntale tus planes».
Nota del autor
Nunca me gustaron los prólogos. Siempre pensé que, cuando tienes un libro en tus manos, lo primero que deseas es comenzar con la historia, sin más explicaciones. Quizás he tenido que escribir un libro para encontrarle el significado a esta parte, pero, respetando esas ganas que seguro tienes de comenzar, prometo no extenderme demasiado.
El libro que tienes ante ti trata sobre la emoción, pero ante todo me gustaría dejar claro que La risa del Loco no es para nada una clase magistral de algo, y mucho menos de cómo entender algo tan complicado, y a la vez tan intrínseco en cada uno de nosotros, como son las emociones. Simplemente te diría que es una visión muy personal de ellas.
Basándome en el término del «inconsciente colectivo», así acuñado por el psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung, con La risa del Loco no pretendo nada más que conseguir que en algún momento te sientas —emocionalmente hablando— identificado/a con alguna de las situaciones y que, a partir de ahí, se abra una puerta que te permita sacar tus propias conclusiones. No entraré ahora en detalles sobre el término del inconsciente colectivo ni en el porqué de la simbología utilizada, como tampoco lo hago directamente en el libro, ya que cada uno es libre de elegir, o no, descubrir la complejidad que todo ello conlleva, y entrar en ello sería escribir un prólogo tan largo como el propio libro. Precisamente, lo que intento con La risa del Loco es escenificar de una forma práctica dicho término. De una forma tan práctica como plasmándolo en una combinación de realidad y fantasía dentro de lo que podríamos entender como una historia al uso, de la cual cualquiera de nosotros podríamos haber sido protagonistas de una forma u otra. Posteriormente, cada uno puede o no indagar más sobre ese curioso y a la vez mágico término del inconsciente colectivo, así como en los detalles de la simbología que he utilizado para escenificarlo. Eso lo dejo a tu elección.
Lo que sí que me gustaría es conseguir que tú, como lector/a, aparte de disfrutar con la historia, llegues a valorar por ti mismo/a desde una nueva visión el sentido de eso tan complejo que llamamos emoción y que, sin duda, tanto da de sí. Hablamos de algo que no se puede estandarizar, pero que observándolo desde fuera quizás se convierte en algo posible de comprender, y no hablo de intentar analizar la emoción, ya que en ese caso el concepto en sí perdería su sentido, sino simplemente de recapacitar sobre algunos aspectos que quizás merezcan más tiempo del que habitualmente le concedemos.
He prometido que no me extendería mucho y espero haberlo conseguido, de la misma forma que espero conseguir que disfrutes con la lectura de las próximas páginas; ojalá que tanto como yo lo he hecho al escribirlas.
Ángel abrió los ojos. Un trueno anunciando una tormenta de verano fue el responsable de ello. Se incorporó, puso los pies en el suelo y se quedó sentado en la cama durante un rato; mirando al frente, con los antebrazos apoyados sobre sus rodillas y los dedos de las manos entrelazados.
—¿Otro de tus sueños? —le preguntó Ana con voz adormilada.
—No te preocupes, estoy bien. Duerme un rato más, ayer te acostaste muy tarde —le contestó él sin girarse.
Intentó hacer un esfuerzo mental ansiando recordar. Parecía un sueño larguísimo, con muchísima información. Por más que lo intentaba, solo acudían a su cabeza imágenes difusas de seres extraños y emocionantes situaciones que no era capaz de definir.
Se levantó y se encaminó hacia la cocina. Al llegar, encendió la cafetera eléctrica y leyó la nota que su hija había dejado, fijada con un imán, en la puerta de la nevera:
Feliz cumple, Papi.
Me he ido al gym. Te veo esta noche.
¡Mua!
Ariel
Caminó hasta el amplio baño de la s uite , se afeitó y tomó una ducha. Regresó a la cocina con una toalla atada a la cintura y se sirvió un café. De pie, con la taza en la mano, permaneció inmóvil con la mirada clavada en las gotas de lluvia que serpenteaban por el cristal de la ventana. De nuevo acudió el sueño de esa noche a su cabeza. Era uno de aquellos extraños sueños que desde pequeño estaba acostumbrado a identificar; durante toda la vida los había experimentado, pero en esta ocasión no acababa de recordar los detalles con claridad, aunque simplemente el recuerdo del sueño le producía una extraña sensación de paz y bienestar.
Al cabo de lo que le pareció un buen rato, miró el reloj de pared de la cocina y lo cotejó con su Rolex de pulsera; tan solo habían pasado dos minutos, aunque le dio la sensación de llevar mucho más tiempo allí, embelesado con las gotas de lluvia en la ventana, lo que le servía de excusa para reflexionar una vez más sobre aquella capacidad innata de soñar de una forma un tanto especial.
Decidió no darle más importancia y se encaminó hacia al vestidor. Eligió un traje de lino azul marino, camisa blanca sin corbata y zapatos de ante, también azules. Antes de irse entró en la habitación, se acercó hasta la cama y besó a Ana en la mejilla. Ella hizo una mueca, dio media vuelta y permitió que Morfeo continuara con su cometido.
El motor del Jaguar rugió al salir por la rampa del aparcamiento del edificio de la calle Balmes de Barcelona. El limpiaparabrisas automático del vehículo se activó al detectar las primeras gotas de lluvia en el cristal. Durante el trayecto hacia Sabadell, aquella tormenta de verano fue cesando para dejar paso a unos primeros y tímidos rayos de sol.
Al llegar al polígono industrial en el que se encontraba Tejidos Río, ya era un sol radiante el que lucía en el cielo. Cruzó con el vehículo el acceso al recinto hasta la plaza de aparcamiento vacía que exhibía el rótulo de «Reservado Dirección» y aparcó.
Entró caminando con paso ágil por la puerta de las oficinas y saludó con un «buenos días» a la telefonista de recepción antes de subir el tramo de escaleras que lo llevaba hasta su despacho, al final del pasillo. En la antesala se encontraba Ester, su secretaria, sentada frente a una mesa donde una pantalla de ordenador reposaba junto a varias pilas de papeles escrupulosamente ordenadas. Se dirigió a él con una sonrisa.
—Buenos días, cumpleañero.
—Gracias, Ester —respondió él—. Aunque la cifra empieza a ser preocupante —añadió.
—No te quejes, que estás hecho un chaval. ¿Café?
—No, gracias, ya he tomado uno en casa y luego me dices que estoy de los nervios —contestó con sorna.
Continuó hasta el interior de su despacho, colgó la americana en una percha de pie y se sentó en su sillón. Desde que el Alzheimer se había llevado al Viejo, aquel había pasado a ser su lugar de trabajo. Era un habitáculo amplio y bien acomodado, con espacio suficiente para una gran mesa color caoba, con su correspondiente sillón de dirección y dos sillas auxiliares frente a él. A un par de metros, una segunda mesa, esta vez de forma redonda y con sillas a su alrededor, cumplía la función de mesa de reuniones. Un gran ventanal acristalado permitía divisar desde aquella posición elevada gran parte de la zona de fabricación de la empresa textil.