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A Martha Muñoz Ordóñez
y Germán Coronado Vallenas,
por todo
Escribió, amó, vivió...
Del epitafio de H ENRI B EYLE,
llamado S TENDHAL
DOS BARDOS GENIALES Y UN INMENSO STENDHAL
(A modo de prólogo)
Al enviudar, mi madre se mudó a un departamento en San Isidro, al que a menudo iba don Nicomedes Santa Cruz. En el bar, donde había una foto grande de mí, solían tomarse sus copichuelas hasta altas horas de la noche. Muchos años después, en la Feria del Libro de Madrid, conocí a don Nicomedes, que se me acercaba siempre a preguntarme: «¿Y cómo está su mamacita, don Alfredo?» Y así, un día decidimos almorzar juntos y, antes de volver a mi caseta en la feria a seguir firmando libros, don Nicomedes, decimista sin par, me recitó estos versos entrañables sobre su hermano Rafael, el único torero negro al cual se aplaudió mucho en plazas de toros como la de Madrid:
Plaza de Carabanchel,
tu arena se ha puesto roja
con la sangre que te moja
mi torero Rafael...
No queda un alma en el coso,
el sol oculta su esfera,
pero de contrabarrera
se oye un llanto quejumbroso;
y entre sollozo y sollozo
una voz que dice fiel:
«Herida tu oscura piel
con mi llanto te acompaña
toda la afición de España
mi torero Rafael...»
Pero volvamos a aquel almuerzo, porque fue entonces cuando don Nicomedes me dedicó la décima que aquí cito:
PARA ALFREDO
Limeño mazamorrero,
blanco con alma de zambo,
cunda en Larco y en Malambo,
espíritu aventurero.
Pintarte de cuerpo entero
hace que tu ancestro explique:
De ingleses sin un penique
y vascos sin una pela,
nació para la novela
Alfredo Bryce Echenique.
N ICOMEDES ,
25 de noviembre de 1987
En Lima, en enero de 2001 tuve el honor y la suerte de conocer al genial Joaquín Sabina y a Jimena, su esposa, entre copas y humo en casa de sus suegros, mis amigos Eida Merel y Pedro Coronado.
La verdad es que aquella noche Joaquín y yo casi nos matamos a botellazos, y también es verdad que en un instante Joaquín desapareció y de regreso me entregó los versos que aquí cito:
UN BRINDIS PARA JULIUS
Puntos y comas,
verbena del idioma,
buzón del aire,
bala de goma,
renglones con aroma
a sillón Voltaire.
Luna de día,
lágrimas de alegría
sin telarañas,
chabulerías,
Inés del alma mía,
Martín Romaña.
Pluma traviesa,
amígdalas inglesas,
lengua con peros,
vino de mesa,
tu Tarzán es mi César
sin aguacero.
Habana loca,
Cádiz en carnavales,
Barrio Latino,
Lima que enroca
los puntos cardinales
de mi destino.
Lope, Quevedo
y el manco de Lepanto
no se me piquen,
curen de espanto
con el canto de Alfredo
Bryce Echenique.
J OAQUÍN S ABINA
Aunque mi obra literaria está hecha de narraciones y crónicas, recuerdos y hasta olvidos, siempre he sido un devoto lector de poesía. Cuando me quedaba en blanco, sin ideas para continuar la escritura de alguno de mis libros, me bastaba con estirar la mano y abrir, por ejemplo, el volumen de las Poesías completas de César Vallejo para recuperar el rumbo perdido. En otros casos, la clave me la dio algún bolero, una habanera o un tango, cuando no un vals criollo. Es por esta razón que he elegido a Nicomedes Santa Cruz y a Joaquín Sabina, dos bardos geniales, para abrir estas páginas de mi despedida literaria. No tengo suficientes palabras para agradecerles a ellos dos y a los poetas y compositores que me han acompañado a lo largo de mi camino literario.
Este tercer y último volumen de mis Antimemorias está hecho de retazos y momentos de una vida dedicada a la literatura, la amistad y el amor. Ya he explicado, en el primer volumen, las razones que me llevaron a elegir el título de esta colección, que acuñó el político e intelectual francés André Malraux allá por 1968. Tras una carrera política que lo encumbró como ministro de Cultura, la jubilación política le llegó a Malraux cuando, en 1969, se apagó la estrella del general De Gaulle. En esas circunstancias Malraux volvió a la literatura y en ella siguió mezclando, como lo había hecho en sus anteriores obras, lo verdadero y lo imaginario, la experiencia y el sueño, de un modo tal que el lector queda con la tarea de discriminar lo uno de lo otro. De ahí que eligiera el título Antimemorias para el relato de sus memorias, porque en ellas resulta patente esta característica de su escritura. Hago mía esta idea, pues, en mi experiencia, escribir memorias termina siendo un esfuerzo en el que inevitablemente se combinan la ficción y la realidad. Creo yo, como André Malraux, que el psicoanálisis va más allá al interpretar los recuerdos que somos capaces de evocar, y que por ello hoy solo se puede escribir antimemorias. Finalmente diré que estos textos son también la expresión del gusto por contar historias, que mantengo intacto desde los veintiocho años, cuando inicié mi carrera como escritor con los cuentos de Huerto cerrado.
He dividido este libro en cinco secciones que van precedidas por un texto titulado «Entre dos clósets y una hermosa dama», que he querido poner al inicio por el simbolismo que encierra y que está ligado a la etapa de la vida en que me encuentro.
He guardado mis últimas palabras para nombrar a Henri Beyle, llamado Stendhal, cuyas obras me han acompañado en cada viaje que hice a lo largo de mi ya extensa vida. Con el paso de los años la talla de este escritor ha crecido en mi aprecio hasta volverse inmenso, un narrador que considero indispensable por los retratos humanos tan hondos que traza en sus novelas, plenas de aventuras, amores y pasiones.
A LFREDO B RYCE E CHENIQUE
ENTRE DOS CLÓSETS Y UNA HERMOSA DAMA
En mi departamento tengo dos clósets, uno grandazo y el otro normal. El grande es lo que en inglés se llama walk-in closet, y en él he llegado a tener una bicicleta y un remo, estáticos ambos. Se me preguntará sin duda qué tiene que ver esta hermosa dama con mi departamento y conmigo.
Empezaré contando que ya la había visto años atrás y que apenas si me había fijado en ella. Era una mujer muy bonita y punto. Pero otra cosa era, ahora, en que había sido ella la que, a través de una amiga, me preguntó si podía concederle una entrevista. O sea, pues, que la bella señora, que para más inri se llamaba María Teresa, era una periodista que solía entrevistar a escritores para luego publicarlos en una revista cuya existencia yo ignoraba por completo. Pero no me quise negar porque era una buena amiga la que me pedía el favor y acepté la entrevista, con fecha y hora. Además, siempre puede ser agradable recibir a una mujer hermosa en casa.
María Teresa llegó muy puntual y resultó que era todavía mucho más bonita de lo que yo recordaba. Le ofrecí un café, pero resultó que no tomaba café y lo mismo sucedió con la Inca Kola y la Coca-Cola que también le ofrecí. E iba a ofrecerle sabe Dios qué más cuando me di cuenta de que la hermosa dama ya estaba grabadora en mano y lista para empezar a preguntar. Y así transcurrió una hora y pico en que la bella señora se iba poniendo cada vez más bella. Francamente, yo entonces empecé a desear que aquella entrevista no se acabara jamás de los jamases. Al final era yo quien empezaba a preguntarle tontería tras tontería en un loco afán de prolongar esa entrañable palabrería y convertirla en una conversación interminable. Pero la hora de la partida había llegado y no me quedaba más remedio que ponerle punto final a todo este juego entre el entrevistado y su bella entrevistadora. O sea, pues, que tuve que aceptar que la hora de la verdad había llegado y que María Teresa debía marcharse y dejarme ahí tirado sin una Coca-Cola ni una Inca Kola en el desierto de mi vida. En fin, algo para empezar la travesía del desierto. María Teresa se incorporó y yo me incorporé tras ella como un perro fiel.