SINOPSIS
El bienestar mental de adultos y niños es sorprendentemente bajo en la actualidad. Marc Brackett, profesor de psicología en la Universidad de Yale y experto en inteligencia emocional infantil, sabe por qué y cómo podemos remediarlo. Durante sus veinticinco años como investigador de las emociones ha desarrollado un plan para comprenderlas y usarlas sabiamente a fin de que contribuyan a nuestro bienestar en lugar de a obstaculizarnos el camino.
Su propuesta es el sistema RULER (Recognizing, Understanding, Labeling, Expressing, Regulating), un método de alto impacto para comprender y dominar las emociones que ya ha transformado a miles de escuelas y organizaciones que ya lo han adoptado. RULER reduce el estrés y el agotamiento, potencia nuestro rendimiento y mejora el ambiente en que nos encontramos. En este libro, que es la culminación de su desarrollo, Brackett comparte sus estrategias y habilidades con lectores de todo el mundo. Con una combinación de rigor, ciencia, pasión e inspiración, nos demuestra que la inteligencia emocional no es un don, sino una habilidad que todos podemos aprender para mejorar nuestra calidad de vida en casa, en la escuela y en el trabajo.
MARC BRACKETT
PERMISO
PARA SENTIR
Educación emocional para mayores
y pequeños con el método RULER
Traducción de Antonio F. Rodríguez
Autoconocimiento
PRÓLOGO
Bien, resolvamos primero las preguntas fáciles: ¿qué pasa con el título? ¿Desde cuándo necesitamos permiso para sentir?
Ciertamente, todos tenemos sentimientos de forma más o menos constante, en cada momento de la vigilia —e incluso en nuestros sueños— sin tener que pedir la aprobación de nadie. Dejar de sentir sería como dejar de pensar. O de respirar. Es imposible. Nuestras emociones constituyen una parte sustancial —quizá la mayor— de lo que nos hace humanos.
Y, sin embargo, avanzamos en la vida esforzándonos por fingir que no es así. Nuestros verdaderos sentimientos pueden ser desordenados, inoportunos, confusos e incluso adictivos. Nos arrojan a un estado de vulnerabilidad, intemperie y desnudez en el mundo. Nos obligan a hacer cosas que desearíamos no haber hecho. No es de extrañar que a veces nuestras emociones nos asusten: ¡parecen tan fuera de nuestro control! Es habitual que nos esforcemos en negarlas u ocultarlas, incluso ante nosotros mismos. Nuestras actitudes hacia ellas se transmiten a nuestros hijos, que aprenden siguiendo nuestro ejemplo, el de sus padres y profesores: sus modelos. Nuestros hijos reciben el mensaje alto y claro, de modo que muy pronto ellos también aprenden a suprimir incluso los mensajes más apremiantes que brotan en lo más profundo de su ser. Tal como aprendimos a hacer nosotros.
Aún no has empezado a leer este libro, pero estoy seguro de que sabes de qué estoy hablando.
Así pues, nos negamos a nosotros mismos —y a los demás— el permiso para sentir. Lo reprimimos, lo inhibimos, lo disimulamos. Evitamos una conversación difícil con un compañero de trabajo, explotamos ante un ser querido y acabamos con toda una caja de galletas sin saber por qué. Cuando nos negamos el permiso para sentir, sobreviene una larga lista de consecuencias indeseables. Incluso perdemos la capacidad para identificar lo que estamos sintiendo; es como si nos volviéramos interiormente insensibles, sin darnos cuenta de ello. Cuando esto sucede, somos incapaces de comprender por qué estamos experimentando una emoción o qué aspecto de nuestra vida la está provocando. Como no somos capaces de nombrarla, tampoco podemos expresarla en términos comprensibles para quienes nos rodean. Y cuando somos incapaces de reconocer, comprender y expresar en palabras aquello que sentimos, es imposible que hagamos nada al respecto: dominar nuestros sentimientos —no negarlos, sino aceptarlos plenamente, incluso abrazarlos— y procurar que nuestras emociones trabajen para nosotros, no contra nosotros.
Paso cada minuto de mi vida laboral afrontando estas cuestiones. En la investigación académica y a través de muchas experiencias en la vida real, especialmente en el mundo de la educación, he contemplado el terrible coste de nuestra incapacidad para afrontar nuestra vida emocional de una forma saludable.
Aquí tenemos algunas evidencias:
• En 2017, en torno al 8 % de los adolescentes de edades comprendidas entre los doce y los diecisiete años, y el 25 % de los jóvenes entre dieciocho y veinticinco fueron consumidores habituales de drogas ilegales.
• El número de incidentes de bullying (acoso) en las escuelas K-12 de Estados Unidos de los que se informó a la Liga Antidifamación se han doblado cada año entre 2015 y 2017.
• Según una encuesta Gallup de 2014, el 46 % de los profesores hablan de elevados niveles de estrés durante el año escolar. Junto con las enfermeras, es la tasa más alta de todos los grupos profesionales.
• Una encuesta Gallup de 2018 reveló que en torno al 50 % de los empleados muestran desapego hacia el trabajo; el 13 % confiesa estar «quemado».
• Entre 2016 y 2017, más de uno de cada tres estudiantes en los campus de 196 universidades estadounidenses declararon padecer algún trastorno de salud mental. Algunos campus han informado del incremento de un 30 % en la frecuencia de los trastornos mentales por año.
• Según el Informe de felicidad mundial de 2019, los sentimientos negativos —entre ellos, la inquietud, la tristeza y la ira— han crecido en un 27 % entre 2010 y 2018 a nivel mundial.
• Los trastornos de la ansiedad representan la enfermedad mental más habitual en Estados Unidos, y afectan al 25 % de los niños entre trece y dieciocho años de edad.
• La depresión es la principal causa de invalidez en todo el mundo.
• Los problemas de salud mental podrían costar a la economía global hasta 16 millones de dólares en 2030. Esto incluye costes directos en medicamentos y atención sanitaria y otras terapias, y costes indirectos derivados de la pérdida de productividad.
Al parecer, preferimos gastar más dinero y esfuerzos en afrontar los resultados de nuestros problemas emocionales que en intentar prevenirlos.
Tengo un interés personal en todo lo malo que sucede cuando nos negamos el permiso para sentir. Yo he estado ahí, pero gracias a alguien que se preocupó, conseguí sobrevivir. También hablaremos de eso.