Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.
© 2021, Antonia Larraín
Derechos exclusivos de edición:
© 2021, Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. Andrés Bello 2115, 8º piso, Providencia, Santiago de Chile
1ª edición: junio de 2021
Diseño de portada: Isabel de la Fuente
Fotografías: Pilar Valenzuela
ISBN edición impresa: 978-956-360-929-5
ISBN edición digital: 978-956-360-930-1
RPI: 2021-A-3155
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
PRÓLOGO
Mi cuerpo y yo
Me gustaría partir contándoles sobre un experimento que hice y que desearía que ustedes también hicieran antes de pasar al primer capítulo.
Justo antes de sentarme a escribir esto, me paré frente al espejo de mi pieza y me observé durante un largo rato. Fui recorriendo mi cuerpo, con mis ojos y mis manos. Con la vista y con el tacto. Me escuché respirar. Sentí los latidos de mi corazón. Hacía tiempo que no contemplaba mi cuerpo de esta manera. Antes me costaba mucho, evitaba pararme frente a los espejos, frente a mi reflejo. Ahora me ayuda a conectarme conmigo misma y con mi historia, con el largo y complejo proceso de reconocerme y aceptarme. Observé mi piel, mis lunares y mis cicatrices. Me tomé mi tiempo. Sin apuro, en un espacio seguro como es mi pieza. Sin presiones ni miradas llenas de prejuicios. A salvo de comentarios ajenos.
Entonces, me hice las siguientes preguntas:
¿Siento este cuerpo como mío?
¿Qué palabras uso para describirlo?
¿Me gusta?
¿Me gustó alguna vez?
¿Me siento cómoda con él?
¿Me siento insegura?
¿Puedo nombrar diez cosas buenas sobre él?
¿Me avergüenza alguna parte en especial?
Quererme ha implicado un largo viaje, con altos y bajos, penas y alegrías. A veces, hay que detenerse un poco y analizar. Parece una frase obvia, pero cuesta aterrizarla y concretarla. Ha sido todo tan vertiginoso que sentí que tendría que escribir un libro entero para poder responder(me) con la mayor honestidad posible. Así que aquí estoy: escribiendo un libro con osadía, dolor y algo de orgullo. Porque hubo una época en que no sentía mi cuerpo como propio, lo odiaba. Usaba conceptos como «anormal», «torpe» y hasta «horrible» para referirme a él. No me gustaba lo que veía. No era capaz de nombrar cinco atributos buenos sobre él, pero sí decenas de malas palabras. Me avergonzaba. Y realmente no entendía bien por qué.
Con tiempo, mucha reflexión y, sobre todo, escuchando las historias de tantas otras personas que se sentían como yo, mis respuestas comenzaron a tomar tintes y cambiaron. Supe que no estaba sola. Aprendí que mi cuerpo sí es valioso. Logré liberarme de inseguridades y aprendí cómo identificar aquellas que debo seguir trabajando. Aunque lamento decir que este proceso interno nunca acaba.
Hoy en día me gusto gran parte del tiempo, puedo nombrar suficientes atributos positivos de mí y me siento bastante cómoda en mi piel. Pero también es necesario saber que es normal tener días duros, días en los que no me gusto tanto, pero al menos sé que esas inseguridades son normales y se pueden aprender a soportar.
Llegar a este punto fue un proceso de múltiples etapas, algunas más difíciles que otras. En varios de esos períodos estuve acompañada por amigas, parejas y terapeutas, aunque la gran mayoría los viví sola. Aprender a hacerme las preguntas correctas y escucharme a mí misma fueron elementos claves para poder liberarme, poco a poco, de aquella nube negra llena de pensamientos y fantasmas que me seguían a todas partes y me invitaban permanentemente a autosabotearme.
En este viaje me hice preguntas dolorosas, flagelantes, pero necesarias para entender el origen de mi baja autoestima. Traté de entender a qué edad nos damos cuenta de que nuestro cuerpo es distinto al del resto. Pensé en cuándo empezamos a creer que está mal ser diferente. O extraño. ¿Cómo es que llegamos a dejar de hacer lo que nos gusta porque nos da vergüenza cómo nos vemos?
En estas páginas escribiré sobre el largo —o quizás breve pero intenso— camino que he recorrido hacia la autoaceptación. Les voy a contar cómo pasé de ser una niña sin preocupaciones por el aspecto físico a que mi cuerpo monopolizara mis pensamientos. Cómo lo odié profundamente durante la mayor parte de mi vida. Pero, tranquilas, no será todo tragedia: también relataré los pasos que me ayudaron a salir de esa relación tóxica que tenía conmigo misma.
Si algo he aprendido en este camino, es que no es posible alcanzar el amor propio sin que hagamos un recorrido por nuestros recuerdos, intentando identificar en qué momentos se formaron estas concepciones y creencias que nos limitan y que seguimos repitiendo y replicando en el tiempo. ¿Quién te dijo que tu cuerpo era raro?, ¿que hacías mal algo?, ¿que ciertas cosas no eran para ti?, ¿que sería mejor si hicieras esto o lo otro con tu cuerpo?
Les advierto: este es un camino de no acabar. Yo sigo aprendiendo todos los días, sobre todo de otras mujeres que me han enseñado a abrir los ojos y a avanzar más rápido. Hoy quiero intentar hacer lo mismo y plasmar en estas páginas las historias, consejos y reflexiones que tanto me hicieron falta en mi adolescencia para haber empezado a quererme desde mucho antes.
Me llamo Antonia Larraín, al momento de escribir este libro —inicios del 2021 y en plena pandemia— tengo veintiocho años y mi relación con el cuerpo es algo complicada. Lo he odiado, me ha dado asco, me ha avergonzado, me ha hecho sentir que no soy digna de amar, me ha gustado, me ha hecho sentir como Beyoncé; poderosa, sexi, linda, fuerte. Me ha dado trabajo. Ha portado vida y tanto más.
¿Les parece si vamos por partes?
Pero antes de seguir leyendo, ¿te miraste en el espejo?
CAPÍTULO I
Poco femenina
A veces es difícil forzar la memoria para ver en qué momento ocurrió cierto suceso. Sobre todo cuando ha sido algo que siempre has tenido presente, pero no sabes cuándo lo aprendiste. Según yo, toda la vida fui «demasiado grande», pero ¿cómo me di cuenta? ¿Sola? Tengo la sensación de que a mis pocos años de vida ya lo sabía. No fue necesario que nadie me lo dijera de manera literal, verbalizándolo: lo veía en la tele, en los «libros para niñas», en mis películas favoritas como La Cenicienta o La Bella Durmiente .
Al igual que muchas, me crie con las historias de las princesas de Disney, personajes que siempre aparecían sonrientes, graciosas, con largas cabelleras, vestidos bonitos y entallados, siempre tan frágiles como delicadas. Además de atractivas, tenían múltiples talentos: cocinaban rico, cantaban increíble, bailaban sin necesidad de esforzarse y sabían los secretos para que los hombres cayeran rendidos a sus pies. Al fin de cuentas eran admiradas por todos. Poseían una belleza despampanante, con sus pieles lisas, tersas y blancas. Pestañas largas, cinturas minúsculas y siempre, sin excepción, eran más bajas que sus príncipes. ¡Qué rabia!