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Stanislaw Lem - La investigación

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Stanislaw Lem La investigación
  • Libro:
    La investigación
  • Autor:
  • Editor:
    Editorial Impedimenta
  • Genre:
  • Año:
    2011
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La investigación: resumen, descripción y anotación

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Luz

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El anticuado ascensor, con dibujos de flores grabados en los cristales, ascendía lentamente. En cada rellano resonaba el acompasado chasquido de los contactos. Al fin se detuvo. Los cuatro hombres avanzaron por el pasillo bajo la luz de las lámparas, a pesar de ser de día.

Se abrió una puerta tapizada de cuero.

—Hagan el favor, caballeros —dijo el hombre que la había abierto.

Gregory entró el último, detrás del doctor. La estancia estaba casi a oscuras. A través de la ventana se veían, desdibujadas por la niebla, las desnudas ramas de un árbol.

El inspector general volvió a sentarse tras su alto escritorio de color negro, adornado con una barandilla labrada. Ante él tenía dos teléfonos y un micrófono plano para la comunicación interior. Sobre la pulida superficie de la mesa había, además, la pipa del inspector, sus gafas y un pañito de gamuza. Esto era todo. Al sentarse en una mullida butaca al lado del escritorio, Gregory vislumbró la cara de la reina Victoria, que le miraba desde un pequeño retrato, por encima de la cabeza del inspector general. Este miró detenidamente, una tras otra, las caras de los hombres, como si los contara o tratara de retenerlos en la memoria. Un gran mapa de Inglaterra meridional cubría una pared lateral. Enfrente había una larga estantería negra repleta de libros.

—Ustedes ya saben algo de ese asunto —dijo el inspector— que yo sólo conozco por los informes. Quiero pedirles, pues, una breve recapitulación de los hechos. ¿Podría empezar usted, colega Farquart?

—Sí, señor inspector; pero el principio yo sólo lo conozco también por los informes.

—Al principio ni siquiera hubo informes —observó Gregory en un tono un poco demasiado alto. Todos le miraron. Él, con una desenvoltura exagerada, se puso a buscar enérgicamente cigarrillos en sus bolsillos.

Farquart se enderezó en su butaca.

—La cosa empezó más o menos a mediados de noviembre del año pasado. Puede que los primeros acontecimientos ocurrieran antes, pero pasaron sin llamar la atención. El primer informe policial nos llegó tres días antes de las Navidades, y mucho más tarde, en enero, una investigación minuciosa demostró que esas historias con los cadáveres ya habían ocurrido antes. El primer informe procedía de Engender. Tenía, considerado estrictamente, carácter semioficial. El encargado del depósito, Plays, se quejaba al comandante del puesto de la policía local, quien, entre paréntesis, es su cuñado, de que alguien tocaba los cuerpos por la noche.

—¿En qué consistía eso de «tocar»?

El inspector estaba limpiando metódicamente sus gafas.

—Pues que los cuerpos se encontraban por la mañana en posiciones diferentes de las que tenían por la noche. Estrictamente hablando, se trataba de un solo cadáver, al parecer de un ahogado, quien...

—«¿Al parecer?» —repitió en el mismo tono indiferente el inspector general.

Farquart se enderezó más aún en su butaca.

—Todas las declaraciones son reconstrucciones posteriores, ya que entonces nadie les daba importancia —aclaró—. El encargado del depósito no está ahora del todo seguro de si se trataba exactamente del cuerpo de aquel ahogado o de algún otro. Sí, desde luego, hubo una informalidad: el comandante del puesto local de Engender, Gibson, no formalizó esta denuncia, porque pensaba...

—¿Hemos de meternos en detalles de ese tipo? —intervino el hombre sentado debajo de la estantería de libros. Su actitud era la más despreocupada. Su pierna, cruzada muy alta, dejaba ver unos calcetines amarillos y un poco de piel desnuda.

—Me temo que sea necesario —contestó secamente Farquart, sin mirarle. El inspector general se caló finalmente las gafas y su mirada, como ausente hasta entonces, tuvo una expresión benévola.

—Podemos ahorrarnos el lado formal de la investigación, al menos por ahora. Continúe hablando, por favor, colega Farquart.

—Sí, señor inspector. Tuvimos otra denuncia de Planting, ocho días después de la primera. También allí se trataba de que alguien movía los cuerpos por la noche en el depósito de cadáveres del cementerio. El muerto era un obrero portuario, llamado Thicker, enfermo desde hacía bastante tiempo, una carga pesada para la familia.

Farquart miró de reojo a Gregory, que se había movido con impaciencia.

—El entierro debía celebrarse por la mañana. Los miembros de la familia se dieron cuenta, al entrar en el depósito, de que el cuerpo yacía boca abajo, o sea, con la espalda hacia arriba y los brazos abiertos, lo que daba la impresión de que aquel hombre... había resucitado. Es decir, la familia lo creyó así. En la región empezaron a circular rumores sobre un caso de letargo: se decía que Thicker había despertado de una muerte aparente y tanto se asustó de verse en el ataúd que aquella vez murió de verdad.

»Evidentemente, todo aquello eran cuentos —prosiguió Farquart—. El óbito fue confirmado por el médico local sin que exista posibilidad de duda. Sin embargo, cuando los chismorrees se extendieron por las localidades de la región, se recordó que de lo que se llamaba «tocar los cuerpos» o, en cualquier caso, de encontrarlos por la mañana en posiciones distintas, la gente venía hablando desde hacía cierto tiempo.

—¿Desde «un cierto» tiempo? —repitió el inspector.

—No hay manera de fijarlo. Los rumores se referían a Shaltam y Dipper. Al principio de enero se efectuó la primera indagación más o menos sistemática por las fuerzas locales, ya que el asunto no parecía serio. Las declaraciones de los lugareños eran en parte exageradas y en parte contradictorias, los resultados de las pesquisas carecían en el fondo de valor. En Shaltam se trataba del cuerpo de un tal Samuel Filthey, muerto de infarto. Al parecer «se dio la vuelta en el ataúd» durante la noche navideña. El enterrador que así lo afirmaba es un alcohólico inveterado, y nadie pudo confirmar sus palabras. En Dipper se habló del cadáver de una mujer, enferma mental, encontrado por la mañana en el suelo del depósito junto al ataúd. Se decía que lo había hecho por odio una hijastra suya que penetró de noche en el depósito. Verdaderamente, no hay manera de ver claro en todos esos rumores y chismes. Todos se limitaban a dar el nombre de un testigo ocular, pero éste siempre remitía a alguna otra persona.

»El asunto hubiera sido probablemente enviado al acta —Farquart hablaba ahora más rápidamente—, pero el dieciséis de enero desapareció del depósito de Treakhill el cadáver de un tal James Trayle. Este asunto fue llevado por el sargento Peel, destacado por nuestro CIC. El cuerpo fue sacado del depósito entre las doce de la noche y las cinco de la mañana, cuando el empresario de pompas fúnebres descubrió su ausencia. El difunto era un hombre de... unos cuarenta y cinco años...

—¿No está usted seguro? —inquirió el inspector general. Mantenía la cabeza inclinada como si contemplase su reflejo en la brillante superficie de la mesa. Farquart carraspeó:

—Sí, estoy seguro. Lo dije por decir... Pues bien, éste murió intoxicado por el gas del alumbrado. Fue un desgraciado accidente.

—¿Autopsia? —El inspector general enarcó las cejas. Ladeando el cuerpo, tiró de una manivela que abría una parte de la ventana. En el aire inmóvil, recalentado, de la habitación, penetró un soplo húmedo.

—No hubo autopsia, pero nos cercioramos de que había sido un accidente. Seis días después, el 23 de enero, ocurrió otro accidente, en Spittoon. Allí desapareció el cadáver de John Stevens, de veintiocho años de edad, obrero, que sufrió una intoxicación mortal un día antes, al limpiar la caldera en una destilería. El óbito ocurrió a eso de las tres de la tarde, y el cuerpo, transportado al depósito, fue visto por última vez, por el vigilante, a las nueve de la noche. Por la mañana ya no estaba allí. También este asunto lo llevó el sargento Peel, sin resultados, igual que en su primer caso. Puesto que entonces no habíamos tomado todavía en consideración la posibilidad de relación entre esos dos casos y los anteriores...

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