Stanislaw Lem - Astronautas
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- Libro:Astronautas
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- Editor:Impedimenta,
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- Año:2016
- Ciudad:Madrid,
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Astronautas: resumen, descripción y anotación
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IMPEDIMENTA
Astronautas
Stanistaw Lem
Traducción de Abel Murcia y Katarzyna Motoniewicz
IMPEDIMENTA
instrucciones para los mineros sobre cómo tenían que extraer el carbón, para los albañiles sobre cómo tenían que colocar los ladrillos y para todos sin excepción sobre cómo reconocer y delatar a enemigos, tema favorito de la «novela de producción».
Digámoslo sin tapujos: el principio de la novela resulta hoy totalmente ilegible, y no es solo por el hecho de que las revelaciones técnicas que describe el autor suenen en nuestros días algo anticuadas. La ilegibilidad es más bien resultado de un tono insoportablemente pedagógico, de grandilocuentes sentencias morales y de las entonces obligatorias declaraciones a favor del régimen político. Seguramente ese fue el motivo por el que el autor se negó durante años a las propuestas de reedición del libro. Eso sí, a los revisionistas les aconsejaría controlar sus impulsos de denunciar al escritor. Al fin y al cabo, cosa habitual en las obras de Lem de aquella época, no encontraremos en Astronautas palabras de admiración hacia la Unión Soviética, no hay ni una sola mención al Partido Comunista y los capitalistas estadounidenses son criticados únicamente por su racismo y militarismo. Es más: en un país en el que un pequeño diccionario soviético de filosofía que llamaba a la cibernética «pseudociencia burguesa» era considerado fuente de sabiduría, Lem consiguió introducir subrepticiamente una gran cantidad de información sobre los ordenadores, que en el libro aparecen como la principal herramienta de trabajo de los científicos.
Astronautas, por lo tanto, da al César lo que es del César (en aquellos tiempos resultaba imposible escribir de otra manera), pero al mismo tiempo filtra, de manera disimulada, importantes conocimientos totalmente prohibidos en la época. Esto permite al lector aguantar hasta la mitad de la novela, cuando la narración cambia por completo. Las descripciones de la superficie de Venus, aunque desacertadas desde la perspectiva actual, son muy plásticas y originales, y los relatos de las expediciones de los astronautas resultan emocionantes, especialmente en los fragmentos en los que el autor hace alarde de su conocimiento de las consecuencias prácticas de la curvatura del espacio y las paradojas topológicas. Astronautas es, de hecho, el primer libro de Lem en el cual los protagonistas viajan realmente al espacio e intentan conocer lo Diferente. El autor sale con nota de esa gran prueba de imaginación. Creo que aquellos para quienes la lectura de la novela fue el primer encuentro con la ciencia ficción «cósmica» debieron de seguir la historia con la respiración contenida.
En Astronautas Lem se sirve de un recurso narrativo que empleará con frecuencia en sus obras posteriores. Para contar la historia utiliza a un narrador algo ingenuo, pero al mismo tiempo inteligente y valiente. Ese protagonista ideal de los relatos de Lem es o un médico o un piloto (el Robert Smith de Astronautas, el Pírx y el Hal Bregg de Retomo de las estrellas, el protagonista de La fiebre del heno y el Marek Tempe de Fiasco). Al lector le resulta más fácil identificarse con un piloto que con un investigador especializado; al mismo tiempo, esa identificación puede aportarle satisfacción personal de diversa índole (porque un protagonista así es, por naturaleza, un hombre de facultades físicas por encima de la media al que se le atribuye con frecuencia cierta afición al alpinismo). Robert Smíth es, por tanto, el prototipo de una serie de personajes de Lem.
La segunda de las soluciones que adquirirán carácter prototípico es la imagen de la realidad de otro planeta. Esa realidad presenta una serie de características esenciales y repetitivas. Sobre todo, es un laberinto de estructura enigmática. Se puede vagar por él, pero sin llegar a conocer nunca sus límites (como sucederá después en Edén, El invencible, Paz en la Tierra, Fiasco). La segunda característica de esa realidad será la práctica imposibilidad de diferenciar, al menos en un primer momento, entre aquello que está vivo y aquello que es un producto sin vida de la civilización en cuestión. Su tercera característica es el estado de crisis en que se encuentra el planeta, la descomposición de la civilización allí existente, por lo que las construcciones que encuentran los cosmonautas han sido pasto de la corrosión, o están prácticamente derruidas, y las investigaciones que se llevan a cabo tienen un carácter más bien arqueológico. Esa situación afecta decididamente al estilo de la descripción, que mezcla los lenguajes de la arquitectura, la biología, la geología o la mineralogía. Por otra parte, la vacilación de la fraseología y del vocabulario que usan el narrador y los protagonistas para intentar describir la realidad que están viendo refleja perfectamente una confusión de carácter cognitivo: los cosmonautas vagan por un lugar que puede ser una obra de ingeniería, una «ciudad», una fábrica, un hábitat de seres parecidos a hormigas u otros insectos terrestres, un gran organismo, etc., si bien las reglas de construcción de aquella gran estructura por la que se mueven no están claras: en las hipótesis (al igual que en el lenguaje de la descripción) se alternan asignaciones de funcionalidades tomadas de diversas áreas del conocimiento humano. Lo que resulta más importante para los viajeros cósmicos es descubrir algún sentido en los fenómenos observados y la trampa en la que a veces caen suele ser que ese sentido (funcional) realmente no existe.
Al final, claro está, en Astronautas todo tiene que encontrar su explicación conforme a los principios del realismo socialista, es decir: resulta que los venusianos eran unos imperialistas y como tales se habían dedicado a almacenar una peligrosa fuerza de destrucción masiva acumulada en forma de una curiosa masa plasmática y a construir un gigantesco lanzador de energía preparado para atacar la Tierra. Pero los imperialistas no solo han de ser malos, sino que esa maldad tiene que ser tan ciega que los lleve a su perdición. De ahí el cataclismo de esa siniestra civilización que los habitantes de la Tierra presencian postfactum, una vez esta ya ha alcanzado a destruirse a sí misma. Eso es todo en cuanto al esquema del
Escribí este libro hace veintidós años y cuando me propusieron reeditarlo pensé en retocarlo ligeramente, en realizar una especie de actualización, pero entonces le eché un vistazo y me di cuenta de que resultaba imposible hacerlo. Lo escribí en una época en la que el término «astronautas» apenas si existía, de manera que mucha gente, incluso gente con estudios, lo confundía con el de «argonautas», mucho más familiar. Además, el planeta Venus, en el que situé la acción, ya no es una mancha blanca y misteriosa en el firmamento, porque sabemos bastantes cosas sobre él, especialmente gracias a las sondas soviéticas que lo exploraron. Así que tenemos suficientes datos como para darnos cuenta de que las condiciones y paisajes de Venus descritos en la novela resultan absolutamente ficticios. Al margen de información a la que no tenía acceso nadie, había otras cuestiones de las que no me preocupé como autor, porque está claro que sobre la construcción de cohetes, e incluso sobre la parte técnica de la cosmonáutica, podría haberme documentado mejor de lo que lo hice ya hace veinticinco años. Y, por otra parte, el año 2000, que desde la perspectiva de los años cincuenta me parecía un futuro tan lejano que permitía situar en él visiones optimistas de un mundo unido pacíficamente, en la actualidad se encuentra en el punto de mira de un sinfín de sabios futurólogos y obliga a ser comedidos en eso del optimismo y a refrenar las ingenuas esperanzas de aquellos otros tiempos. Si me hubiera puesto seriamente a actualizar Astronautas tendría que haber escrito una novela totalmente distinta, ya que ni en la Tierra ni en el cohete ni en el cielo me habría podido permitir conservar multitud de detalles, esos pequeños ladrillos con los que construí toda la obra. Y ¿qué habría pasado en ese caso con Astronautas? ¿Merece realmente la pena volver a escribir libros ya escritos con anterioridad? Creo que no. Hay que escribir, mientras sea posible, nuevos libros, y dejar que los ya escritos sigan su camino natural: que se defiendan por sí mismos, en la medida de sus posibilidades. Hoy, esa historia de ficción no solo está llena de errores técnicos y de predicciones que el tiempo se ha encargado de desbaratar, sino que además resulta extremadamente ingenua, prácticamente un cuento para niños. El lector también, especialmente el más joven, se dará cuenta rápidamente de que sus conocimientos de la cosmonáutica como fenómeno real, sacados aunque sea de la prensa diaria, superan los conocimientos del autor hace veintidós años. Pero si ya no es posible considerar que el libro es un atrevido pronóstico futurista, que al menos sea considerado un documento de cierto valor histórico. O, por así decirlo, de un esbozo de documento que el tiempo ha puesto en su lugar, y que muestra sus carencias y sus defectos tanto científicos o técnicos como literarios. En cuanto a las ingenuidades narrativas, nunca se pueden justificar de ninguna manera y siempre son fruto de la falta de horas de trabajo. Por otro lado, aquellos párrafos, ciertamente numerosos, cuyos fallos objetivos el tiempo ha puesto en evidencia y ha delatado quizá no carezcan de valor en la misma medida, ya que permiten, a fin de cuentas, hacer una interesante comparación entre la fuerza de la imaginación —proyectada hacia el futuro—, y su rival y enemigo natural: la realidad. Esa comparación demuestra que en el ámbito del progreso técnico todo sucede de forma más rápida y más revolucionaria de lo que podamos imaginar, y en lo que se refiere a las cuestiones sociales de carácter global los cambios son lentos y dolorosos. No es mi intención en absoluto hacer de estos comentarios un examen de conciencia sistemático de Astronautas, una especie de balance de sus «pros» y sus «contras». El libro intenta en algunos lugares instruir con sus ficticias clases magistrales sobre cosas que ahora ya existen en la realidad (no solo en el caso de la cosmonáutica, sino también, por ejemplo, en el de los parámetros técnicos de mi Márax, superados por las máquinas matemáticas de última generación de los años setenta). El libro trata también una cuestión que fue el principal estímulo para escribirlo: la cuestión de la amenaza nuclear, porque la historia de la aniquilación de la vida en el planeta Venus es solo una alegoría de los asuntos terrestres. Esa amenaza, un cuarto de siglo después, sigue existiendo y pende sobre nosotros. Quizá ese hecho permita que la novela no pierda actualidad. O quizá aquellos que aún quieran leer Astronautas encuentren simplemente en sus páginas una historia llena de aventuras por inverosímil que esta resulte. Me resulta imposible decir nada sensato al respecto. Confieso que me sorprendería que Astronautas pasara a ser una de las obras de referencia de mi bibliografía. Creo que si alguien echa mano de este libro dentro de otros veinte años no será para adentrarse en una atrevida visión del futuro, sino más bien para esbozar durante la lectura alguna sonrisa de la misma manera que lo hacemos nosotros cuando leemos las obras de Julio Verne. Serán unos tiempos en los que el Cosmocrátor y Márax se habrán convertido en verdaderas antigüedades. Otra cosa es que lleguen a formar parte de esa singular categoría. Una gran cuestión.
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