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Julio Cortázar - Cartas 1937-1954

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Julio Cortázar Cartas 1937-1954
  • Libro:
    Cartas 1937-1954
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    ePubLibre
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    2012
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Cartas 1937-1954: resumen, descripción y anotación

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Primer volumen de la compilación de la correspondencia del autor de «Rayuela». Unas cartas que pueden leerse como diario personal, autobiografía o cuaderno de bitácora de sus libros. Organizada en cinco volúmenes que abarcan un período comprendido entre 1937 y 1984, la presente edición de la correspondencia cortazariana presenta más de mil cartas inéditas, recupera los fragmentos suprimidos en ediciones anteriores e incluye índices de obras del autor y de personas citadas. Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga.

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JULIO CORTÁZAR Bruselas 1914-París 1984 Escritor argentino una de la - photo 1

JULIO CORTÁZAR (Bruselas, 1914-París, 1984). Escritor argentino, una de la grandes figuras del «boom» de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Emparentado con Borges como inteligentísimo cultivador del cuento fantástico, los relatos breves de Cortázar se apartaron sin embargo de la alegoría metafísica para indagar en las facetas inquietantes y enigmáticas de lo cotidiano, en una búsqueda de la autenticidad y del sentido profundo de lo real que halló siempre lejos del encorsetamiento de las creencias, patrones y rutinas establecidas. Su afán renovador se manifiesta sobre todo en el estilo y en la subversión de los géneros que se verifica en muchos de sus libros, de entre los cuales la novela Rayuela (1963), con sus dos posibles órdenes de lectura, sobresale como su obra maestra.

CORTÁZAR EN CONSTRUCCIÓN

«Creo que soy un hombre que jamás se aburrió un solo segundo a lo largo de toda su vida.»

JULIO CORTÁZAR,
carta a su madre,
23 de agosto de 1982

Entusiasta de las enumeraciones como todos los bibliófilos, Alberto Manguel ha escrito una lista de libros que le gustaría tener aunque ni siquiera sabe si existen; entre ellos, «una biografía de Borges bien escrita y documentada, un relato de lo que ocurrió exactamente durante el cautiverio de Cervantes en Argel, una novela inédita de Joseph Conrad y el diario de la Milena de Kafka». Cuando me topé con ese fragmento de La biblioteca de noche, momentos antes de empezar este prólogo, me dije: ¡Tal cual! La correspondencia de Julio Cortázar es su biografía, la mejor escrita y documentada que cabe esperar, pero también el relato en primera persona de lo que le ocurrió en sus varios cautiverios geográficos, políticos y hasta sentimentales; su última novela inédita, que lo toma como protagonista, y, en fin, casi su diario a diario.

El comentario que uso como epígrafe no es la simple frase que escribe el hijo con esposa gravemente enferma para mostrar tranquilidad ante la madre nonagenaria, sino una autodefinición pasmosa. Cuando uno termina de leer las mil ochocientas y pico cartas, telegramas y tarjetas postales de esta edición está completamente de acuerdo con esa sinceridad y se dice que tampoco se ha aburrido más que algunos segundos a lo largo del trayecto. Ahora bien, ¿cómo consigue el autor acaparar nuestra atención durante tanto tiempo y con tan escasas recaídas? ¿Cómo logra que quien acaba de pasar semanas, meses junto a él, se plantee quizá lo mismo que el narrador de «Los pasos en las huellas» dice del investigador literario que protagoniza el relato?

Terminada la etapa del fichero, sería necesario alcanzar la síntesis, provocar impensablemente el encuentro del poeta y su perseguidor; sólo ese contacto devolvería a la obra su razón más profunda.

¿Cómo justificar tanto entusiasmo? Una pregunta que nunca es fácil de responder.

Hasta que apareció en el año 2000 la primera edición del epistolario, el lector de Cortázar no podía hacerse una idea suficiente acerca de su formación intelectual y sus peripecias más menudas. Antes se habían publicado, sí, algún apresurado intento biográfico, multitud de entrevistas –mención de honor para el libro de Omar Prego, La fascinación de las palabras–, e incluso los más recalcitrantes habían podido ganar dioptrías con el repaso compulsivo de viejas filmaciones. Pero fue con la publicación de los tres nutridísimos volúmenes cuando pudimos sentirlo de nuevo ¡y eso es tan cortazariano! como si estuviera escribiendo en la mesa de al lado. Las cartas ponían de manifiesto algo infrecuente en el género, una característica que al fan del autor no había de sorprender pero sí reconfortar: la formidable coherencia entre vida y obra, la absoluta falta de astucias o renuncios, su gran disponibilidad.

A propósito de la correspondencia de Flaubert, Borges escribió una frase que muy bien podría ser el lema de la presente compilación: «Pese a que en los otros libros esté su credo, aquí está el rostro de su destino». Porque si bien un personaje de una novela de Piglia se preguntaba qué es en definitiva la biografía de un escritor sino la historia de las transformaciones de su estilo, Vargas Llosa se interrogó también acerca del extraordinario cambio que experimentó Cortázar hacia mayo del 68, «el más extraordinario que me haya tocado ver nunca en ser alguno». Cuando lo vio entonces, barbudo y con melena, militante y exaltado, dudó: «¿Era él? ¿Era Julio Cortázar?».

Las cartas dan respuesta a ambas preguntas: por un lado, puede contemplarse la prodigiosa creación de un estilo inconfundible e imitadísimo; por otro, la multitud de detalles que proporcionan ayuda a entender, a modo de rompecabezas, la mutación del 68 y aun otras mutaciones anteriores y posteriores no menos desconcertantes.

Beatriz Sarlo se quejó en una ocasión de que muchos reprochen a Cortázar su asombrosa facilidad, «como si se acusara a Ella Fitzgerald de cantar haciendo que todo parezca tan sencillo». Los volúmenes muestran cómo tanta versatilidad formal no era un don innato sino el resultado de un ejercicio tenaz y admirable para liberarse de lo que él mismo llamó «los floripondios inútiles de la retórica». En estas páginas se asiste a la forja de una prosa «conversada» que incorpora con naturalidad en nuestro idioma, ya desde los cuentos de Bestiario, una comodidad verbal que ha hecho que generaciones establezcan con su obra un vínculo muy peculiar, casi de tuteo: son legión los que dicen que Rayuela no les pareció una novela más sino un libro escrito en clave y para ellos.

Al leer algunos de los relatos de La otra orilla y compararlos con páginas de Un tal Lucas, cabe dudar si su autor era la misma persona. Lo mismo sucede si cotejamos, por ejemplo, las cartas dirigidas a Paco Porrúa a mediados de la década de 1960 con las que enviaba a las amigas de provincias a finales de los treinta: muy circunspectas, culturalistas, cursilonas, como los textos en que firmaba «Julio Denis». Claro que al transcurrir los años, a menudo el otro ya no es el mismo, pero ¿no es cierto que leyendo epistolarios uno suele descubrir a jóvenes que escriben como viejos, jóvenes que a la hora de escribir «se calzan el cuello duro y se suben a lo más alto del ropero»? ¿No hay escritores con un único registro a lo largo de toda su vida, con un sonsonete invariable al margen de que traten distintos temas y se dirijan a corresponsales diversos, muertos de aburrimiento? A partir de las cartas a Sergio Sergi se diría que el tono Cortázar ya es el que conocemos:

Perolandia, 7 de enero de 1946

Querido Oso redondo y gruñón:

Corriendo el riesgo de que me llame hipócrita, mentiroso y adulador, he de decirle que los extraño mucho a Gladys y a usted. Extraño: el perfume de sus alcauciles, el ukelele de la Trovadora, la fonética del Bichito, las estampillas de Sergito, y el grato desorden de su taller y de su living. Es la primera vez en casi nueve años, que Buenos Aires no me ha envuelto en olvido y novedad. ¿Se inicia la vejez, la decadencia, el provincianismo? Me da muchísima rabia acordarme en esa forma desvergonzada de ustedes –y de Oonah y Felipe, a quienes también extraño muchísimo–. Quisiera no haberlos conocido, empiezan a resultarme antipáticos, aprovechadores; siento como si se tomaran atribuciones y prerrogativas a distancia; los detesto profundamente (en su actual forma de saudadescos fantasmas) y por eso mismo los extraño más. A usted lo odio en una forma particular; odio sus corbatas, su goulash, su grabado del Cortejo, el lado derecho de su cara, su caminar de contramaestre holandés en retiro. Lo considero un individuo tentacular, que no contento con fastidiarme noche y día en Mendoza (¡oh «buena vecindad»!) proyecta su imperialismo afectivo hasta la más linda de las capitales de la Tierra. Así es, Sergio Sergi; los extraño mucho, y esta carta no tiene otro motivo que el de decírselo e insultarlo por ello. […]

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