NOTA DE LA AUTORA
Estas son memorias sobre lo fantasmal: amnesia, alucinaciones y la huella del pasado, memorias que celebran una cosmovisión netamente colombiana. Las historias que aquí se narran son experiencias reales de aquellos que las vivieron, relatadas por mí, tal y como me las contaron. Con el fin de proteger la identidad de quienes aquí aparecen, los nombres han sido cambiados a excepción de unos cuantos. Solo en uno de los capítulos de este libro el orden de los eventos se alteró por razones narrativas.
A Ingrid Rojas Contreras la magia le corre por las venas. No era una niña fácil de sorprender: creció en medio de la violencia política de los años ochenta y noventa en Colombia, en una casa siempre atestada de gente que venía a que su madre le leyera el futuro. Su abuelo materno, Nono, era un curandero de renombre, dotado de lo que la familia llamaba “los secretos”: el poder de hablar con los muertos, predecir el futuro, tratar a los enfermos y mover las nubes. La madre de Ingrid, la primera mujer en heredar los secretos, era igualmente poderosa. Mami disfrutaba su habilidad de aparecer en dos lugares a la vez, y era capaz de expulsar al más terco de los espíritus usando apenas un vaso de agua.
Rojas Contreras solía creer que este legado pertenecía solo a su madre y a su abuelo, hasta que un día, en sus veinte y viviendo en Estados Unidos, sufrió una herida en la cabeza que le provocó amnesia. Mientras recuperaba la memoria, su familia le contó que esto había sucedido antes: décadas atrás Mami había tenido una caída que también le había provocado amnesia; y cuando se recuperó, descubrió que tenía acceso a los secretos.
En 2012, urgida por un sueño compartido con Mami y sus hermanas, y por la necesidad imperiosa de volver a aprender la historia familiar tras su pérdida de la memoria, Rojas Contreras decidió acompañar a su madre en un viaje a Colombia para exhumar los restos de Nono. Con la guía impredecible, testaruda y casi siempre divertida de Mami, rastrea sus orígenes indígenas y españoles, revelando la violenta historia colonial que, con el paso del tiempo, separaría a su familia mestiza en dos grupos: los que piensan que los secretos son un don y los que creen que son una maldición.
INGRID ROJAS CONTRERAS nació y pasó su infancia y parte de su adolescencia en Bogotá, Colombia. Su primera novela, La fruta del borrachero, obtuvo la medalla de plata en la categoría de ópera prima en los Book Awards de California, y fue reconocida dentro del listado de libros recomendados del New York Times. Sus cuentos y ensayos han aparecido en la revista del New York Times, en The Believer y Zyzzyva, entre otras publicaciones. Reside en California.
Título original: The Man Who Could Move Clouds
Primera edición: agosto de 2022
Copyright © 2022, Ingrid Rojas Contreras
Copyright por la traducción © 2022, Mercedes Guhl
Copyright por la edición © 2022, Penguin Random House Grupo Editorial USA, LLC
8950 SW 74th Court, Suite 2010
Miami, FL 33156
Publicado por Vintage Español,
una división de Penguin Random House Grupo Editorial USA, LLC.
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Diseño de cubierta: Adaptación del diseño original de Emily Mahon por PRHGE
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ISBN 978-1-64473-546-6
Conversión a formato digital: Libresque
• I •
DESENTIERRO
Conocí a un hombre, un sencillo granjero, padre de cinco varones,
Y estos, los padres de otros, y estos, padres de otros hijos.
—WALT WHITMAN
No queremos conquistar el cosmos, no. Lo que queremos es extender la Tierra una y otra vez (…). No necesitamos de otros mundos; lo que queremos es un espejo.
—STANISLAW LEM
• 1 •
LOS SECRETOS
D icen que el accidente que me dejó con amnesia es mi herencia. No una casa, ni un terreno, o un baúl de cartas, sino unas cuantas semanas de olvido.
Mami también tuvo amnesia temporal, solo que ella tenía ocho años, mientras que yo veintitrés. Ella cayó en un pozo seco, y yo choqué en mi bicicleta contra la puerta de un carro que se abría. Mientras ella casi muere desangrada en Ocaña, Colombia, a oscuras, diez metros bajo tierra, yo me puse en pie casi ilesa y vagué por las calles de Chicago en una tarde soleada de invierno. Mami no supo quién era durante ocho meses, y yo pasé ocho semanas sin memoria alguna.
Dicen que las amnesias eran la puerta que llevaba a esos dones que habríamos debido recibir, pero que Nono, mi abuelo materno, no nos había transmitido.
Nono era curandero. Conocía secretos para hablar con los muertos, ver el futuro, aliviar a los enfermos y mover las nubes. Éramos una gente mestiza. Los europeos habían llegado al continente y allí habían violado a las indígenas, y ese era nuestro origen: ni indios ni españoles, sino una herida. En las montañas de Santander, los padres le habían pasado los secretos a los hijos, quienes los habían transmitido a sus hijos, y estos a sus hijos, siempre entre varones. Pero Nono decía que todos sus niños le habían salido mujercitas, que les faltaban testículos para ser curanderos de verdad. Solo Mami, de carácter fuerte, sin miedo a nada, más hombre que muchos hombres ante los ojos de Nono, a quien él llamaba cariñosamente “mi animal de monte”, habría podido recibir los dones. Pero Mami era mujer, y eso estaba prohibido. Se suponía que, si una mujer tomaba posesión de los secretos, la desgracia no tardaría en llegar.
Sin embargo, mientras Mami, de ocho años, se recuperaba de las heridas después de caer en el pozo seco, no solo sus recuerdos iban volviendo a su memoria; también sucedió que de aquel lugar adonde había ido a parar su mente, trajo con ella la capacidad de ver espíritus y oír voces incorpóreas.
La familia decía que Mami estaba destinada a recibir los secretos, y como Nono no podía enseñárselos, le habían llegado directamente.
Cuarenta años después, cuando sufrí mi accidente y perdí la memoria, mi familia observó el evento con alborozo. Las tías se sirvieron sus bebidas y se dijeron una a la otra con aire festivo:
—¡Aquí vamos otra vez! ¡Como la serpiente que se muerde la cola!
Y luego se pusieron a esperar para ver cómo era que los secretos iban a manifestarse en mí.