PREVIOUSLY ON THE WALKING MAMI…
Hagamos un repaso, un «Usted está aquí»: tu cerebro viene de un embarazo que, a nivel químico, es algo así como haber pasado cuarenta semanas (aprox.) en un festival y no en uno de comida sana, precisamente. Ejem.
Y ¿con qué se encuentra el pobre después de esos meses en salmuera? ¿Descanso? ¿Un spa mental? Ja ja ja ja, me Río de Janeiro. No. Tu cerebro con lo que se topa es con una total y absoluta falta de sueño, aderezada con un toque de estrés y marinada con un poco de canguele. No hace falta ir a MasterChef para que te digan que esa receta es una mierda un desastre.
Así pasa lo que pasa: que cuesta mantener la atención, que tu memoria se resiente… y que una mañana, después de una noche en uno de los círculos del infierno de Dante durilla, porque el peque se ha despertado mucho, abres la puerta al mensajero que viene a traerte los cuatro mil pañales que has comprado de oferta por Internet… y lo recibes con una teta (o las dos) al aire, asomando por los agujeros de la camiseta de lactancia. ¡Hola, holita!
¿Volverán las oscuras golondrinas nuestras neuronas a su estado primigenio? Bueno, igual, igual, igual esto no se queda (como las teticas o la cintura), pero, con el tiempo, los retoños crecen, van durmiendo cada vez más, van siendo más independientes… y tú poco a poco vas pasando del #teamzombies al #teamvivos. ¡Bieeeeeeen!
Te has plantado en… la edad que tengas, que es estupenda seguro, con más o menos dignidad. Has sobrevivido a alguna que otra borrachera (o no, que también se puede ser joven y healthyde la vida), a alguna que otra caída (lo de «Bah, déjame los patines, que tampoco puede ser tan difícil» quizá tendría que haberlo meditado un poco más), a varias relaciones tóxicas, a tu vecina la cotilla, a tu jefe y a cuando estuviste de mochilera por Europa (fans de Friends, ya me entendéis).
Estudiaste una carrera, te preparaste para un curro o aprendiste a programar el vídeo (el paso siguiente a eso era entrar en la NASA), que tu esfuercito te costó. Te sabías los nombres de la mitad de las actrices y los actores de Hollywood, te aprendiste el nombre de casi todos los muebles del catálogo de Ikea el año que redecoraste tu casa —¡sabes sueco!—, de las obras completas de ese escritor que tanto te gusta y/o de los participantes de la decimonovena edición del reality de moda.
Podría decirse que, hasta la fecha, tu cerebro se había portado más o menos bien. Entonces, un embarazo y una maternidad después…
Pero, ¿qué hace el mando de la tele en la nevera?
Ahora tu cerebro es un cerebro de madre, uno que a ratos parece de genio —lleva mil cosas p’alante, organiza, programa, etcétera— y a ratos… parece que no hay nadie ahí.
- Es posible que alguna vez no te salga el nombre de tu chati (o —se han dado casos— que lo llames por el nombre del perro).
- También es posible que, si tienes más de un hijo, confundas sus nombres y los intercambies. A tu cerebro le da igual que sean de distinto género: Adolfa es un concepto válido para él.
- Habrá momentos en los que, para tu propio pasmo, no recuerdes algunos detalles tontos, como qué día nació tu peque, tu número de teléfono, tu edad (joven, eres muy joven) o el mes en el que vives.
- También es posible que un día te pases tus buenos cuarenta minutos buscando el coche en el parking, mientras tu bebé llora o tu hijo te dice que está cansado de andar —en el parque de bolas no se cansa, oye—, para luego descubrir —te lo dice el de seguridad, cuando le preguntas así, con un poco de ansiedad— que no es que te lo hayan robado, sino que está una planta más abajo.
Sí, hay momentos en los que parece que en nuestro cráneo vive un mono con dos platillos, pero hay otros —la mayoría, me atrevería a decir— en los que hace grandes proezas. Las madres podemos manejar fechas y datos como Neo cuando de pronto ve el código de Matrix, porque esa eres tú en el súper, repasando mentalmente la lista de la compra (repasándola mentalmente, porque te la has dejado en casa, ahí en la puerta de la nevera, su hábitat natural). Spoiler: Te vas a ir sin comprar algo importante.
Lo ideal ¿qué sería? Pues poder elegir qué recordar y qué no o cuándo apagar y cuándo encender las neuronas, pero nuestro cerebro prefiere ir a su bola y elegir él mismo el camino, concretamente el camino que más se acerque a «Villanueva de la majara». Gracias, bonico.
Lo bueno de todo esto es que sí, en el trayecto de tu dormitorio a la puerta de tu casa vas a perder la rebeca que te querías poner (y que tenías en las manos hace un minuto), pero… ¿y lo que te vas a reír cuando la encuentres en el horno? Abracemos el humor como método de supervivencia y aceptemos, juntas, el páramo neuronal en el que se convierte nuestro cerebro (a ratos) cuando —¡qué cabeza la nuestra!— un día decidimos procrear.
POSESIÓN INFERNAL MATERNAL… Y OTROS EXPEDIENTES X
Nos creemos que la maternidad es algo muy natural pero —ay, amiga— esto tiene mucho de paranormal, muchísimo, y no solo por esto de las posesiones. ¿No lo has pensado nunca? Cuando somos madres empiezan a pasarnos cosas que nuestro cerebro no alcanza a comprender, que escapan a la razón, cosas inexplicables, cosas extrañas, cosas que pondrían indomable a Iker Jiménez. Da igual que seas una abanderada de la evidencia científica: la maternidad te lleva al otro lado, a vivir, en tus carnes, todo un expediente X (y a diario, además).
- Las cosas cambian solas de sitio. Esto es que es muy misterio. Tú dejas, por ejemplo, los zapatos del niño en el mueble de la entrada, ahí fenomenalmente colocados para que cuando haya que salir a la mañana siguiente tarde para el cole los encontremos rápido, pero, cuando vas a por ellos, se han volatilizado, no están, no hay rastro. Bueno, un poco de rastro de arena sí que hay, pero no te lleva hasta ellos. (La arena, a donde te lleva es a la locura, porque no hay manera de deshacerse de ella. No hay manera.) Tras un buen rato de búsqueda, los encuentras en la bañera. Y eso, si los encuentras, porque a veces el poltergeist pequeñito que tienes en casa lleva las cosas directamente a otra dimensión y jamás vuelven a aparecer o aparecen cuando ya no las necesitas o cuando estás buscando OTRA COSA que también ha desaparecido misteriosamente. Desde luego, aburrirte, no te aburres.
- La presencia. Estás agotada y has perdido el conocimiento en la cama, ya dormidita, y de pronto, in the middle of the night, notas como una presencia, alguien observándote desde el borde de la cama… ahí, quietecico, para mayor acojone. Al parecer, los fantasmas, sobre todo los pequeños, tienen querencia por la juerga nocturna: será que en su dimensión hay un huso horario diferente al nuestro. A veces, el fantasmita se manifiesta con sonidos: «Mamáááá, mamáááá», dice y tú te cagas. Otras no se conforma con eso y se manifiesta corpóreamente en el interior de tu cama y te ataca, con alguna patada y/o manotazo, cuando no poniéndote su culo espectral en la cara.