© de esta edición, 2022 Plankton Press S.L.
© de la traducción, 2022, Eva González
© de la ilustración de cubierta, Sehee Chae
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Una breve historia de la Corea del siglo xx
Durante miles de años, sucesivas dinastías y monarcas gobernaron la península de Corea. La última y más influyente dinastía fue la Joseon. En 1876, los japoneses obligaron a Corea a firmar un tratado que finalmente terminaría con la dinastía Joseon. Bajo el mandato japonés, el pueblo coreano estuvo muy oprimido. Despojaron a los terratenientes de sus propiedades y muchos fueron obligados a trabajar como esclavos de los caciques japoneses. Gran parte de los monumentos y edificios construidos durante la dinastía Joseon fueron destruidos y abolidas la mayoría de sus tradiciones. Japón, que ocupó la península de Corea desde 1910 a 1945, quería integrar la región en su propio imperio.
Tras la derrota japonesa al final de la Segunda Guerra Mundial, estos territorios le fueron arrebatados. La península de Corea se dividió temporalmente en dos zonas económicas y gubernamentales diferentes: el norte, que estaba supervisado por la Unión Soviética, y el sur, custodiado por Estados Unidos. El plan era unificar las dos regiones tras unas elecciones democráticas. La Unión Soviética designó al líder de la guerrilla Kim Il-sung, que había regresado de su exilio en China en 1945, como jefe del gobierno temporal del norte. Este consiguió convencer a los soviéticos para que no participaran en ningún proceso electoral. Se aferró al socialismo y rechazó la democracia al estilo americano. Kim Il-sung creía que toda la región debía ser comunista.
En 1948, Estados Unidos concedió la independencia al sur, que se convirtió en la República de Corea. Poco después, el norte asumió el nombre de República Popular Democrática de Corea, o Corea del Norte. Los norcoreanos se refieren a su país como Joseon en honor a su última dinastía. Como la nación actual, la dinastía Joseon recibía el apodo de «Reino Ermitaño» porque se alejó del mundo exterior en un intento de evitar la invasión.
Los sistemas políticos y económicos de ambos países no podrían ser más diferentes. El sur cuenta con un gobierno democrático y una economía capitalista de libre mercado. Corea del Norte, por otra parte, es un estado comunista, con un solo partido político y sin elecciones. Casi todo es público, incluida la propiedad. Hasta el fracaso del programa nacional de racionamiento de alimentos a principios de la década de los 90, toda la comida, ropa y artículos de primera necesidad, incluida la vivienda, eran asignados y repartidos por el Estado basándose en las necesidades de cada individuo y en su posición en el Partido Comunista.
Kim Il-sung creía que era cuestión de tiempo que la ideología del norte se propagara al sur. Pensaba que las dos regiones volverían a unificarse bajo el comunismo. Estaba convencido de que Corea del Sur recibía financiación de Estados Unidos; de que, a efectos prácticos, era un «país marioneta». La guerra de Corea, entre junio de 1950 y julio de 1953, enfrentó a una Corea del Sur respaldada por Estados Unidos con una Corea del Norte que contaba con el apoyo de los soviéticos en un conflicto en el que ambas regiones aspiraban a unificar la península bajo un solo gobierno.
Con la excepción de la guerra, que tuvo como resultado algunos cambios geográficos y un dramático incremento de las tensiones entre el sur y el norte, los primeros años de Kim Il-sung no fueron malos para la gente de Corea del Norte. Se produjo un resurgimiento de las artes y se construyeron monumentos, museos, edificios, hoteles y parques de atracciones; había trabajo gracias al crecimiento de la agricultura y la industria, y alimentos de sobra que se repartían a través del sistema centralizado de racionamiento.
Durante sus años como presidente de Corea del Norte, Kim Il-sung fue venerado debido en gran parte a la difusión de libros, películas, programas radiofónicos y televisivos que hacían a la gente desconfiar de los occidentales, de China y de Japón, y adorar, casi como a un dios, a su líder. El gobierno supervisaba todas las emisiones y noticias, de modo que el estado y Kim Il-sung eran descritos solo en términos positivos. Los opositores y críticos con el régimen eran enviados a campos de trabajo o de reeducación, a veces junto a toda su familia.
En la década de los 90, Corea del Norte sufrió varios varapalos. Primero se produjo el fracaso del estado comunista de la Unión Soviética en 1991, tras lo que se permitió a los muchos países bajo su mandato formar sus propios gobiernos (la propia Unión Soviética se convirtió en la pseudodemocracia de Rusia). Como resultado, Corea del Norte perdió a su principal socio comercial y su fuente prominente de ayuda. Después, una serie de anomalías climáticas provocaron inundaciones devastadoras que desembocaron en una carestía de productos cultivados en el país. Si aquello no fue suficiente para matar al pueblo de inanición, sin duda lo hizo el fracaso del sistema nacional de racionamiento. El 8 de julio de 1994, Kim Il-sung murió. Su hijo, Kim Jong-il, fue su sucesor. El nuevo líder no estaba preparado para enfrentarse a aquellos problemas.
El país se sumió en una hambruna que, según algunas estimaciones, mató a más de un millón de sus aproximadamente veinticuatro millones de ciudadanos. En un intento desesperado por salvar sus vidas, los norcoreanos comenzaron a abandonar el país. Es casi imposible escapar de Corea del Norte dirigiéndose directamente a Corea del Sur porque la frontera entre ambos países está minada de explosivos. Por tanto, la ruta de escape principal es a través de China hasta Mongolia, Laos o Tailandia. China, no obstante, no reconoce a los norcoreanos como refugiados, sino, más bien, como inmigrantes económicos ilegales. Cualquier norcoreano descubierto en China es devuelto a su país, donde se enfrenta a la cárcel por intentar escapar.
Corea del Norte es, efectivamente, un Reino Ermitaño: una auténtica nación distópica.
Es en este escenario donde mi historia tiene lugar.
Prólogo
Mi soldado de juguete mira por encima de un montón de tierra, no lejos de donde mi padre, abeoji, mi madre, eomeoni, y yo acabamos de terminar un pícnic, cerca del río Taedong en Pionyang.
Mi padre y yo estamos colocando los soldados de juguete para recrear una de las decisivas batallas en las que nuestro líder eterno, Kim Il-sung, expulsó al ejército japonés de nuestro país, Joseon… O, como es conocido en la mayor parte de occidente, Corea del Norte. Mi padre está a cargo de las tropas japonesas. Mis tropas están divididas; parte de mi ejército se mantiene a la espera, detrás de mi general; el resto está oculto tras un arbusto junto al río. El ejército de mi padre está ubicado en el centro.