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Chol Hwan Kang - Los acuarios de Pyongyang

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Chol Hwan Kang Los acuarios de Pyongyang

Los acuarios de Pyongyang: resumen, descripción y anotación

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Año 1977: Kang Chol Hwan vive con su familia en un barrio acomodado de Pyongyang. Tiene nueve años. Sus abuelos son favorables al régimen de Kim Il Sung. Un día su abuelo, que incluso ha donado su fortuna al partido, desaparece. Poco después, el resto de la familia es detenida y enviada a un campo de concentración sin más explicaciones. Comienza un calvario que durará diez años: trabajos forzados, vigilancia continua, humillaciones, castigos y, sobre todo, hambre, frío y enfermedades. Unos años después de ser puesto en libertad, y ante la amenaza de ser detenido nuevamente, Kang Chol Hwan huye a China y luego a Corea del Sur. Su testimonio, el primero que llega al mundo occidental sobre el GULAG norcoreano, denuncia con una voz sencilla y a la vez firme las mentiras y la corrupción del supuesto paraíso montado al norte del paralelo 38 por la dinastía de los Kim.

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Año 1977 Kang Chol Hwan vive con su familia en un barrio acomodado de - photo 1

Año 1977: Kang Chol Hwan vive con su familia en un barrio acomodado de Pyongyang. Tiene nueve años. Sus abuelos son favorables al régimen de Kim Il Sung. Un día su abuelo, que incluso ha donado su fortuna al partido, desaparece. Poco después, el resto de la familia es detenida y enviada a un campo de concentración sin más explicaciones. Comienza un calvario que durará diez años: trabajos forzados, vigilancia continua, humillaciones, castigos y, sobre todo, hambre, frío y enfermedades.

Unos años después de ser puesto en libertad, y ante la amenaza de ser detenido nuevamente, Kang Chol Hwan huye a China y luego a Corea del Sur. Su testimonio, el primero que llega al mundo occidental sobre el GULAG norcoreano, denuncia con una voz sencilla y a la vez firme las mentiras y la corrupción del supuesto paraíso montado al norte del paralelo 38 por la dinastía de los Kim.

Chol Hwan Kang Pierre Rigoulot Los acuarios de Pyongyang Recuerdos del - photo 2

Chol Hwan Kang & Pierre Rigoulot

Los acuarios de Pyongyang

Recuerdos del infierno norcoreano

ePub r1.0

Leviatán 25.07.14

Título original: Les aquariums de Pyongyang

Chol Hwan Kang & Pierre Rigoulot, 2000

Traducción: Juan Rózpide & José Manuel López

Retoque de cubierta: orhi

Letras coreanas: isytax

Editor digital: Leviatán

ePub base r1.1

Introducción Corea del Norte el último régimen estalinista del mundo Noviembre - photo 3

Picture 4

Introducción

Corea del Norte:
el último régimen estalinista del mundo

Noviembre de 1999. Fatigado por los efectos de la diferencia horaria y de cuatro horas de charla, dejo que me lleven en silencio. Kang Chol Hwan mete su compacto preferido en el aparato del coche. Se oye La paloma y después Nathalie, con el tono de Ojos Negros. Sube un poco el volumen. La música que sale de los dos flamantes altavoces negros parece inspirarle. La cadena estéreo que ha instalado le ha debido de costar cara, pero la calidad del sonido es magnífica. Observo cómo sonríe mientras cambia suavemente de marcha para no romper el encanto.

Estamos en Apkujong, el barrio donde los adolescentes ricos van a las tiendas de Gucci o de Lacroix.

Disco en rojo.

Es ya de noche cuando pasamos junto al Cine House y las Musas, ese gran restaurante en el que se cenaba a la luz de las velas y escuchando ópera en vivo. Me pregunto por qué habrá cerrado. Kang Chol Hwan acelera suavemente mientras subimos hacia el hotel Amiga. Nos encontramos ya a unos cien metros de la casa de Ukyung Song, nuestra intérprete.

Estamos en Seúl, capital histórica de Corea. Catorce millones de habitantes. Kang Chol Hwan tiene una cuenta de correo electrónico, navega por la red, en invierno practica el esquí. Se preocupa por el valor en bolsa de sus acciones de Hyundai. Kang Chol Hwan habla coreano. Escribe en coreano sirviéndose del hangul, un alfabeto de veinticuatro letras —diez vocales y catorce consonantes— inventado hace cinco siglos por el rey Se Jong.

En una palabra, es coreano. Y sin embargo no es de aquí. Viene de otro país que también se llama Corea, pero en el que nadie conduce un Daewoo. Nadie tiene una cadena estéreo en su coche. Los bueyes tiran de las carretas en el campo. Tampoco hay Internet. Ni revistas en papel satinado con fotos de chicas fantásticas. No hay periódicos con opiniones diferentes. Ni posibilidad de elegir entre veinte o treinta emisoras de radio, porque el dial está bloqueado en la emisora oficial. Y la televisión solo tiene una cadena: la del gobierno. Para viajar por el país es necesario contar con la autorización del partido y del responsable de la unidad de trabajo.

Kang Chol Hwan viene del Norte, esto es, del norte de la zona desmilitarizada que separa Corea del Norte de Corea del Sur. Esa zona dibuja sobre el cuerpo de la península coreana una enorme herida: siete kilómetros de ancho, doscientos cincuenta de largo. Es decir, puesto que hay dos lados, quinientos kilómetros de alambre de espino, de rejas y de minas antipersona que separan al país de sí mismo.

¿Cómo pueden soportar esto los coreanos?

Muy mal. Esta separación es una especie de enfermedad. Imaginad esta barrera metálica en Francia: partiría de Poncarlier siguiendo en línea recta hasta Sables-d’Olonne haciendo de Creusot y de Châteauroux ciudades fronterizas. En Italia, separaría por ejemplo, sin ningún sentido, Livorno de Pisa, Florencia de Siena y Pésaro de Ancona.

En España podría ser el paralelo 40, ¿por qué no?, y la frontera pasaría desde Castellón de la Plana, en el Mediterráneo, hasta Torrejoncillo, cerca de la frontera portuguesa. Toledo formaría parte de la España del Sur, como Valencia. Aranjuez, en España del Norte y Talavera de la Reina, en España del Sur, serían las ciudades fronterizas.

Solo los alemanes pueden comprender el horror de esta fractura, de esos fugitivos tiroteados, de esos dos mundos hostiles creados artificialmente. Y eso que entre las dos Alemanias existían algunos puntos de paso, y que algunos intercambios eran posibles. Los alemanes del Este podían ver la televisión del Oeste. En la península coreana la separación es total: a un lado son coreanos y al otro… coreanos también. Pero cada uno en su casa. Prohibido pasar. Si tienes un hermano en el Norte, difícilmente sabrás algo de él. Si vives aquí y tu madre allá, olvídala en la medida de lo posible. Y desengáñate: la zona desmilitarizada es, seguramente, la zona del planeta con más soldados por metro cuadrado.

Los dos Estados que legislan a cada lado de este corte radical fueron creados en 1948. Después de un periodo colonial que duró cerca de una generación —de 1910 a 1945— y que terminó cuando el Japón imperial se hundió bajo las bombas atómicas de los norteamericanos, Corea, ante la consternación de los coreanos, fue dividida en dos. La parte norte fue ocupada por las tropas soviéticas y la parte sur por las tropas estadounidenses.

Puede que dividida no sea la palabra adecuada. Más que de una división, se trató de la puesta en práctica de una doble administración. La idea era que esta tutela fuera provisional y que durara hasta la convocatoria de unas elecciones generales bajo supervisión de las Naciones Unidas. Pero no hubo elecciones. No llegaron nunca. Las dos administraciones se enfrentaron en cuanto a los partidos que podrían participar en la campaña electoral, sobre la fecha de los comicios y sobre el número de diputados. Se trataba sobre todo de pretextos. Stalin no tenía ninguna intención de retirarse. Formó en el norte unos cuadros políticos sumisos, puso en pie un ejército y organizó una reforma agraria con mucha propaganda que lanzó a los campesinos más pobres contra los terratenientes y suscitó numerosos apoyos entre los partidos de izquierda de todo el mundo. Los hombres de Stalin no se limitaron a la reforma agraria. Pronto llegaría la hora de la colectivización.

Durante todo ese tiempo las Naciones Unidas se impacientaban. Pasaron los años 1945 y 1946 entre reuniones y conferencias, comunicados acusadores y respuestas agridulces. Una marea de refugiados pasó de la zona norte a la zona sur. Pero en 1947, cruzar la línea divisoria se volvió más difícil. La antigua fraternidad militar de soviéticos y estadounidenses contra el fascismo no era más que un recuerdo. Empezaba la guerra fría.

El límite entre las dos zonas se convirtió en frontera. En el norte se constituyeron comités populares que formaron un embrión de Estado. En el sur, los estadounidenses, menos emprendedores que los soviéticos, formaron una importante fuerza policial en lugar de un poderoso ejército. Decidieron no crear un gobierno al estilo de la democracia norteamericana y optaron por dejar el poder en manos de la misma burguesía local que había colaborado, en parte, con la ocupación japonesa. Tampoco hicieron reformas iluminadas, pero a cambio se beneficiaron de una baza importante: el apoyo de las Naciones Unidas. Ante la reiterada negativa de la administración soviética a que se celebraran unas elecciones en todo el país, los estadounidenses las organizaron en el sur. Su carácter general fue completamente ficticio y la mitad de los escaños de la Asamblea Nacional se quedaron vacíos. No obstante, había nacido la República de Corea. Se eligió a un presidente para el conjunto del país: Syngman Rhee, un hombre de derechas que había luchado contra la ocupación japonesa. Fue en agosto de 1948. La réplica no tardó en llegar. Un mes más tarde, en Pyongyang, la ciudad más poblada de la zona norte, se proclamó la República Democrática Popular, dirigida por un cierto Kim Il Sung, antiguo jefe local de la guerrilla que había combatido contra los japoneses en Manchuria. Kim Il Sung presidía lo que era ya un verdadero Estado, con una administración renovada de arriba abajo, y equipado con una policía y un ejército lo bastante fuertes como para que los soviéticos se pudieran retirar ostensiblemente de la zona durante el otoño de 1948. Despojados de toda legitimidad como efecto de esta retirada, los estadounidenses tuvieron que retirar sus tropas del sur el invierno siguiente.

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