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Carlos Fonseca - Rosario Dinamitera

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Carlos Fonseca Rosario Dinamitera
  • Libro:
    Rosario Dinamitera
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2006
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Rosario Dinamitera: resumen, descripción y anotación

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Tenía diecisiete años cuando se alistó voluntaria para luchar en el frente de Somosierra en los primeros días de la guerra civil. Las tropas de Franco se disponían a tomar Madrid y miles de jóvenes marcharon a las trincheras para impedirlo. Allí perdió la mano derecha al estallar la bomba que se disponía a lanzar y a punto estuvo de perder también la vida. El poeta Miguel Hernández glosó su valor en un poema y Rosario Sánchez Mora fue desde entonces «Rosario Dinamitera». Su lucha con la 46.ª División de Valentín González, el Campesino, se prolongó hasta el final de la contienda, cuando fue hecha prisionera y encarcelada sucesivamente en las prisiones de Getafe, Ventas, Deusto, Orio y Saturrarán, donde padeció el horror de la posguerra. Carlos Fonseca rescata la historia de esta miliciana, símbolo de todas las mujeres que defendieron la República con las armas en la mano, en un texto riguroso que se lee como una novela.

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Tenía diecisiete años cuando se alistó voluntaria para luchar en el frente de - photo 1

Tenía diecisiete años cuando se alistó voluntaria para luchar en el frente de Somosierra en los primeros días de la guerra civil. Las tropas de Franco se disponían a tomar Madrid y miles de jóvenes marcharon a las trincheras para impedirlo. Allí perdió la mano derecha al estallar la bomba que se disponía a lanzar y a punto estuvo de perder también la vida. El poeta Miguel Hernández glosó su valor en un poema y Rosario Sánchez Mora fue desde entonces «Rosario Dinamitera». Su lucha con la 46.ª División de Valentín González, el Campesino, se prolongó hasta el final de la contienda, cuando fue hecha prisionera y encarcelada sucesivamente en las prisiones de Getafe, Ventas, Deusto, Orio y Saturrarán, donde padeció el horror de la posguerra.

Carlos Fonseca rescata la historia de esta miliciana, símbolo de todas las mujeres que defendieron la República con las armas en la mano, en un texto riguroso que se lee como una novela.

Carlos Fonseca Rosario Dinamitera Una mujer en el frente ePub r10 ugesan64 - photo 2

Carlos Fonseca

Rosario Dinamitera

Una mujer en el frente

ePub r1.0

ugesan64 17.08.14

Título original: Rosario Dinamitera

Carlos Fonseca, 2006

Editor digital: ugesan64

ePub base r1.1

A Marisol mi compañera Un hombre solo una mujer así tomados de uno en uno son - photo 3

A Marisol, mi compañera

«Un hombre solo una mujer

así tomados de uno en uno

son como polvo no son nada».

JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO

A mi padre

«Aunque la vida murió,

nos dejó harto consuelo

su memoria».

JORGE MANRIQUE

5. Cartera del frente

Cartera del frente

Había transcurrido un año de guerra, el tiempo suficiente para que los dos bandos tuvieran la certidumbre de que estaban ante una contienda larga. Los fascistas no habían sabido prever la resistencia de la población, alzada en armas para defender la República, y el Gobierno había calculado mal las fuerzas de los rebeldes. El golpe de Estado había fracasado, pero el poder legítimo había sido incapaz de aplastar la asonada y restituir la legalidad republicana. Tras un año de combates, la única certeza era que el ejército autodenominado nacional ganaba la guerra. Doce meses después del alzamiento controlaba ya Extremadura y parte de Andalucía, había conquistado Vizcaya y se aprestaba a tomar Santander. Las tropas leales habían perdido el norte, el oeste y parte del sur de la Península, y estaban arrinconadas hacia el Mediterráneo. Madrid seguía siendo la pieza clave que podía decidir el fin de la contienda. Lo sabían quienes la sitiaban, y también quienes la defendían.

El Cuartel General Republicano llevaba tiempo discutiendo dos ambiciosos planes para modificar la situación. Hasta ese momento el Ejército Popular se había limitado a defender sus posiciones; ahora atacaría. Uno de los proyectos consistía en avanzar hacia Extremadura para partir en dos el territorio en poder del ejército de Franco, y el otro tenía por objetivo aliviar el asedio sobre la capital. Los partidarios de este último impusieron sus tesis y comenzó a prepararse un ataque en punta hacia Brunete, que había caído en manos de los fascistas en el mes de noviembre anterior. Se trataba de una pequeña localidad de mil quinientos habitantes, a treinta y tres kilómetros de la capital, de escasa importancia para el cerco que los nacionales mantenían sobre esta.

La ofensiva republicana consistía en avanzar desde sus posiciones entre El Pardo y El Escorial, por un lado, y Aranjuez, por otro, para atrapar en una bolsa a las fuerzas nacionales que sitiaban la ciudad desde el suroeste. La operación iba a ser respaldada por cerca de ochenta mil hombres de seis divisiones. Una de ellas era la del Campesino. Este había cedido el mando de la 10.ª Brigada a Policarpo Candón, y a esta se había sumado la 101.ª Brigada de Pedro Mateo Merino para crear la 46.ª División, de la que se hizo cargo el propio Valentín González. Junto a sus hombres estaban los de la 11.ª División de Enrique Lister y la 35.ª Internacional de Walter, integradas en el 5.º Cuerpo del Ejército Republicano al mando de Juan Modesto Guilloto. Su misión era conquistar Quijorna, Brunete y la carretera de esta localidad a la vecina Sevilla la Nueva. Las divisiones 3.ª, 10.ª y 45.ª del 18.º Cuerpo del Ejército, a las órdenes de Enrique Jurado, debían hacerse con Villanueva de la Cañada y Villanueva del Pardillo. Logrados los objetivos, se trataba de alcanzar la retaguardia de las fuerzas nacionales que acosaban Madrid.

La noche del 5 de julio las tropas del Campesino embarcaron en los camiones que habían de conducirles desde su cuartel en Alcalá de Henares hasta las inmediaciones de El Escorial. Allí, acampados en una dehesa arbolada situada a varios kilómetros de la localidad, esperaron la hora señalada para salir en busca del enemigo: la madrugada del 6 de julio.

—Hoy no se puede retroceder —arengó Campesino a sus hombres—. Al capitán que no sepa conducir su compañía adelante, lo fusilo. Si el comandante de un batallón no logra el objetivo que se le ha señalado, lo fusilo también. Que se pegue un tiro el que no quiera darme el disgusto de tenerlo que matar.

Atravesaron los ondulados páramos cargados con bombas de mano, fusiles-ametralladoras y morteros, dando inicio al mayor intento del Ejército Popular de romper el cerco de Madrid. En el horizonte se dibujaban el perfil de las cumbres de la sierra de Guadarrama.

El despliegue, apoyado por carros de combate y la aviación, pilló por sorpresa a las escasas tropas nacionales que defendían el lugar: una división de falangistas y un millar de soldados marroquíes, que vieron desbordados sus emplazamientos en numerosos puntos pese a disponer de una malla de trincheras y fortines. El ataque republicano fue de tal magnitud que Brunete claudicó en apenas unas horas al empuje de los hombres de Lister y algunas patrullas avanzaron por la carretera a Sevilla la Nueva sin encontrar resistencia. Sin embargo, las pequeñas guarniciones de Quijorna y Villanueva del Pardillo resistieron la acometida y durante días fueron castigadas por la aviación y la artillería republicana. El terreno ganado a fuego y sangre era fortificado para facilitar su defensa.

Rosario acompañada de Francisco Galán primero por la derecha el Campesino - photo 4

Rosario acompañada de Francisco Galán, primero por la derecha, el Campesino, con barba, y Pedro Mateo Merino.

Rosario, que había vivido los últimos meses de la guerra desde el chiscón de la calle de O’Donnell , iba a tener ocasión de volver al frente e incorporarse a la batalla más importante que se libraba en torno a la capital. Cuando se lo propusieron no lo dudó. El oficial sabía a quién elegía.

—Tú que no eres miedosa, ¿te gustaría ser cartero del frente? —le preguntó convencido de la respuesta.

Su nuevo cometido, habitualmente encomendado a un sargento, consistía en ser el cordón umbilical que unía a los soldados que se batían en el frente con sus familias a través de la correspondencia. Su antecesor había desaparecido sin dejar rastro, y nadie sabía si había muerto o desertado. Tenía que cubrir a diario la línea Brunete-Quijorna, que guarnecían las tropas del Campesino. Le dieron un pase y una pistola, le asignaron un enorme coche negro de siete plazas y pusieron a dos hombres a sus órdenes: Valentín y Fita.

Valentín era el conductor, una tarea para la que tenía oficio. Antes de la guerra se dedicaba al transporte de pasajeros en Morata de Tajuña, de donde era natural. Allí tenía a la mujer y a sus dos hijos. Sus cuarenta años y una barriga prominente le otorgaban un aspecto apacible, el de un hombre conforme consigo mismo. Fita era gallego, rondaba la treintena y se le daban bien las matemáticas, por eso era el encargado del pago de los salarios a los soldados y de la recogida de los giros que estos enviaban a sus familias en la retaguardia.

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