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Ricardo de la Cierva - Franco y la Guerra Mundial. Hendaya

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Ricardo de la Cierva Franco y la Guerra Mundial. Hendaya
  • Libro:
    Franco y la Guerra Mundial. Hendaya
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1997
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Franco y la Guerra Mundial. Hendaya: resumen, descripción y anotación

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Franco ante
la Guerra Mundial

El análisis de fuentes es un requisito ineludible para cualquier estudio histórico, pero en todo problema que tenga a Franco como protagonista hay que extremar el cuidado en tal análisis. Sobre la actuación de Francisco Franco durante la Segunda Guerra Mundial, tenemos la suerte de contar hoy con estudios sólidos, fundados de manera irrebatible en lo esencial, aunque se pueda discrepar de ellos en aspectos concretos. El más importante de todos es muy reciente y se debe al profesor Luis Suárez Fernández: España, Franco y la Segunda Guerra Mundial (Madrid, Actas, 1997), dentro de la serie en la que el especialista está refundiendo y ampliando la obra en ocho tomos sobre Franco y su tiempo que publicó en la Fundación Francisco Franco hace ya años. El citado estudio contiene toda la información publicada antes y la amplía de forma exhaustiva.

Por desgracia no se puede decir lo mismo de tres libros, dos muy conocidos y otro que pasó sin pena ni gloria. Este último, dedicado a la actuación de Franco en la Guerra Mundial, se debe a Javier Tusell y no hay por dónde cogerlo; ignora la documentación esencial y envuelve todo el tratamiento histórico en las conocidas carencias y prejuicios del autor; no merece la pena su consulta. Los otros dos son aún peores. Paul Preston, el historiador inglés que conoce muy superficialmente a España y habla de Franco en la Guerra Mundial como si la escena se desarrollara en otro planeta, es muy elogiado por el periodista Luis María Anson, que carece de perspectiva histórica (en su libro Don Juan lo demuestra ampliamente). El libro de Preston al que me refiero es su infame antibiografía de Franco. Cito estos dos libros simplemente para advertir al lector de que no caiga en sus trampas. No insisto más aquí sobre ellos porque en un libro próximo, La conspiración sobre la historia de España, que espero publicar en 1998, analizaré a fondo la posición de cada uno de sus autores. Para mi relato me apoyo, naturalmente, en las dos biografías extensas de Franco que publiqué en 1972 y en 1982, en mi libro de 1997 Franco y don Juan (del que se hace eco abundante el profesor Suárez) y en los estudios del profesor Ignacio Espinosa de los Monteros y Bermejillo. Todas estas fuentes, junto con otras muchas, van a formar la trama de mi libro Las doce victorias de Franco que espero sacar a la luz en 1998.

La línea histórica que sigo en el presente estudio se refiere a la que pude obtener directamente del propio Franco y del almirante Carrero, contrastada con otros testimonios que me parecen esenciales.

Al terminar la Guerra Civil, España se enfrentó, con medios escasísimos, a la tarea desmesurada de su reconstrucción. Por desgracia, el horizonte exterior se cargaba cada vez más de nubarrones mortales. España conseguía recuperar algunos elementos valiosísimos de su economía y de su patrimonio cultural: la escuadra republicana internada en Bizerta, los principales cuadros del Museo del Prado custodiados en Ginebra. El 30 de julio Francia devuelve, por fin, el oro depositado por el Banco de España en Mont-de-Marsan en los primeros tiempos de la República. Cuatro enormes camiones cruzan la frontera de Irún con cuarenta mil kilogramos de oro fino, equivalentes a 26.783.000 dólares de 1939.

En medio de la penuria española, este oro era la bendita base para la financiación de la paz, aunque supusiera menos de la décima parte del secuestrado por la URSS en octubre de 1936. Terminaba julio, el último mes en el que la paz parecía posible en Europa. Los diplomáticos españoles en Berlín (destacados antinazis como el embajador, almirante marqués de Magaz, y el agregado militar, vizconde de Rocamora), envían a Madrid informes sobre el carácter lunático de Hitler. José Antono Giménez Amau insiste desde Roma en que Italia no desea la guerra. En España se aprueban los informes de Roma, y no se hace gran caso de los de Berlín.

Agosto de 1939; caía la canícula sobre la España desangrada. A lo largo de todo este mes ominoso, la paz aún parece posible para el mundo y para España, que la necesitaba desesperadamente; parecía, pero ya no lo era. El final de la guerra estaba demasiado próximo para permitir que el primer verano de la paz se consumiese en tranquilas vacaciones políticas, habituales en anteriores regímenes y también en épocas posteriores de la nueva España. Agosto de 1939 es el mes elegido por Franco para realizar la primera transformación institucional profunda de su régimen, transformación que, sin embargo, no lograría desprenderse, en sus medidas y en su ambiente, de un ostensible carácter de provisionalidad. Los importantes cambios de agosto se produjeron, por orden cronológico, en el partido, en la Administración Central, en las Fuerzas Armadas y, por fin, en el propio Gobierno. A través de esta nueva estructura se realizarían, en los meses sucesivos, otras reformas básicas y complementarias en el terreno económico, industrial y agrícola, y en la organización sindical del país.

El 4 de agosto de 1939 un decreto de la Jefatura del Estado otorga nuevos estatutos a la FET. Se crea la presidencia de la Junta Política; se dibujan como órganos principales del partido la Milicia Nacional, los Sindicatos y el Consejo Nacional; se establece la Delegación Nacional de Ex Combatientes y, por supuesto, se ratifica la posición ejecutiva y preeminente del Caudillo al frente de FET y de las JONS, responsable ante Dios y ante la historia. Cuatro días más tarde, el 8 de agosto, se aborda la reorganización de las administraciones central y militar, con un inequívoco fortalecimiento de la posición institucional de las Fuerzas Armadas y, simultáneamente, de la preeminencia del Caudillo. Se divide en tres departamentos —Ejército, Marina y Aire— el Ministerio de Defensa Nacional; se suprime la Vicepresidencia del Gobierno, cuyos organismos pasan a la Presidencia; a las órdenes directas del Generalísimo se crea el Alto Estado Mayor, coordinador de los tres ejércitos, así como la Junta de Defensa Nacional, suprimida por la República, de la que desaparece toda presencia civil, vigente en la Monarquía; el Ministerio de Organización y Acción Sindical se desdobla en el departamento de Trabajo y la Delegación Nacional de Sindicatos, afecta a la Secretaría General de la FET; y los servicios nacionales vuelven a su tradicional denominación de direcciones generales.

Inmediatamente después, los días 9 y 10 de agosto, Franco firma los nombramientos que cubren las nuevas estructuras: es, en su designio del momento, el triple equipo —político, gubernamental, militar— de la paz; pero los tres sectores están interpenetrados, carecen de límites netos, como si ya entonces cultivase Franco su repudio —expresado formalmente más tarde— de la «división de poderes». Los primeros nombramientos —del día 9 de agosto— se refieren a la nueva Junta Política (presidente, Ramón Serrano Súñer; vicepresidente, Rafael Sánchez Mazas) y a los mandos de FET y de las JONS: el general Muñoz Grande (entonces solía omitirse la «s» al final de su segundo apellido), secretario general, y Pedro Gamero del Castillo, vicesecretario.

El 10 se conoce la lista del nuevo Gobierno, bajo la presidencia, ni qué decir tiene, del propio Franco. Sólo el ministro de la Gobernación, Serrano Súñer, y el de Obras Públicas, Alfonso Peña Boeuf, mantienen sus carteras del anterior gabinete, el de 1938. He aquí la lista de los restantes ministros: Juan Beigbeder, Asuntos Exteriores; José Enrique Varela, Ejército; Salvador Moreno, Marina; Juan Yagüe, Aire; Esteban Bilbao, Justicia; José Larraz, Hacienda; Luis Alarcón de la Lastra, Industria y Comerció; Agricultura —y encargado de Trabajo—, Joaquín Benjumea; Educación Nacional, José Ibáñez Martín; sin cartera, Muñoz Grandes, Rafael Sánchez Mazas y Pedro Gamero del Castillo. El 11 de agosto se nombra subsecretario de la Presidencia del Gobierno a Valentín Galarza Morante, el Técnico,

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