Miles de españoles desaparecieron durante y después de nuestra guerra. Desaparecieron de muchas formas y su rastro y su memoria casi se perdió para siempre. Este libro supone la primera monografía sobre nuestros desaparecidos, cuyo relato discurre por los territorios del horror y se detiene en las diversas estaciones en las que miles de rostros se dejaron ver por última vez.
En estas estaciones están los niños perdidos en las huidas, en los bombardeos y en el caos de las evacuaciones; las decenas de miles de desaparecidos a causa del terror fascista; la desazón insoportable de las esposas, de las madres, de las hijas que ya nunca volvieron a ver a sus hombres; y los que yacen en las innumerables fosas comunes. Para todos ellos, la guerra supuso el último adiós.
Rafael Torres
Desaparecidos de la Guerra de España(1936-?)
ePub r1.0
jasopa1963 06.11.14
Título original: Desaparecidos de la Guerra de España(1936-?)
Rafael Torres, 2002
Editor digital: jasopa1963
ePub base r1.2
Porque no puede llamarse patria a esta tierra espesa y sin luz donde la gente sale a alimentar animales ciegos.
Albert Camus, El malentendido
Introducción. Desaparece España.
Introducción
DESAPARECE ESPAÑA
U na porción muy grande de la propia nación desapareció junto a los miles de españoles que desaparecieron en la Guerra de España. Otra parte de España, enorme también, murió con los cientos de miles de españoles que entonces murieron, otro gran pedazo de su alma quedó cautivo junto a los otros cientos de miles de españoles sepultados en las cárceles al advenimiento de la Victoria, y aún otro trozo descomunal de su cuerpo quedó huido y transterrado en las personas del medio millón que deambuló desde entonces, sin esperanza, por el exilio. No cabe exageración en afirmar, pues, que España desapareció en gran medida a consecuencia de la Guerra, o cuando menos, la España que, tras sortear y sufrir los episodios más dolorosos de su historia, no ayuna precisamente de guerras civiles, había conseguido llegar al mes de julio de 1936 en razonables condiciones objetivas para afrontar sin guerra, en paz o en relativa calma cuando menos, el futuro.
El golpe de Estado del Ejército de África del 18 de julio de 1936, que a su fracaso devino en una guerra bestial y crudelísima de casi tres años que devastó la nación, provocó la desaparición, de entrada, de ese mínimo de civilidad imprescindible que los pueblos precisan para no hundirse en el cainismo más salvaje y despiadado, pero hasta esta elemental verdad fue negada durante cuarenta años (y lo sigue siendo hoy por el pensamiento vago resultante de una Transición política edificada sobre un monumental Pacto de Amnesia), por la historia oficial franquista, que, en su delirio obsesivo por justificar el injustificable crimen de la Guerra provocada por la sublevación, inventó que ésta se había hecho inevitable e imprescindible para «salvar» a España de un sinfín de añagazas satánicas, judeo-masónicas, liberales y marxistas.
Hubert R. Southworth, el eminente hispanista norteamericano, fue consciente al escribir El mito de la Cruzada de Franco de que de todo cuanto desaparece, la verdad histórica es la cosa de más compleja y lenta, cuando no imposible, reaparición:
Durante cuarenta años, los españoles fueron obligados a tragarse una falsa historia de su país, y los efectos secundarios de una dieta tan asquerosa difícilmente pueden desaparecer en unos meses.
Ni en veinte, treinta o cuarenta años, podríamos decir, si no media la voluntad política de restaurar la verdad histórica, secuestrada durante varias generaciones por los gestores y beneficiarios de la Dictadura de Franco.
España, en aquel verano del 36, «era». Era la que era, una muy decaída nación europea que recientemente se había dado libremente, democráticamente, un régimen republicano para enjugar y remontar el secular atraso a que la había llevado la Monarquía y sus recurrentes guerras dinásticas y de sucesión. Los costurones y los rotos en su piel eran muchos, profundos, antiguos y sangrantes: el analfabetismo, el caciquismo, la explotación, las tensiones de clase, la pésima y desigual distribución de la riqueza, el poder enervante de la Iglesia, la impermeabilidad entre clases o castas, la ausencia de una verdadera y arraigada —más allá del turnismo finisecular— tradición democrática… La II República Española, contra la que los elementos que finalmente la derribarían empezaron a conspirar el mismo 14 de abril de 1931, fecha de su advenimiento, intentaba en su segundo periodo liberal tras las elecciones de febrero de 1936 zurcir como podía, ante la cada vez más agria y violenta hostilidad de la reacción oligárquica, esos desgarrones.
En ello estaba el Estado republicano y su gobierno moderado cuando en el protectorado español de África comenzó a correr la sangre a causa de la salvaje acción que, desde el inicio de su Movimiento, imprimieron contra el Estado y contra los ciudadanos liberales y de izquierda los militares sublevados. Por esa acción, minuciosamente preparada en sus perfiles más duros por Mola y sus conmilitones, echó a correr la sangre, y no, como podría desprenderse de la propaganda franquista en su teoría de la «inevitabilidad», porque los españoles fuéramos unas alimañas sedientas de sangre. Alberto Reig Tapia, autor de un magnífico trabajo sobre la violencia de nuestra Guerra (Violencia y terror. Estudios sobre la Guerra Civil), se rebeló en él contra esa falaz teoría:
Algunos autores han sido proclives a revestir la guerra civil española de tintes especialmente sangrientos. Pero, evidentemente, el español no está dotado de un gen específico que le predisponga a la violencia en un grado mayor que al resto de los mortales. No era en modo alguno inevitable la Guerra, incluso admitiendo que ésta pudiera servir nunca para arreglar nada. Y fue la Guerra, en cualquier caso, la que nos trasplantó ese gen específico de la violencia, y no el gen el que nos llevó a la Guerra.
Francisco Espinosa Maestre, el prestigioso autor de los mejores estudios sobre la Guerra en Andalucía (Huelva y Sevilla) y los desmanes de la II División de Queipo de Llano, señala que, por la ausencia de matices y de pluralidad en las interpretaciones de nuestra historia:
La Guerra Civil ha acabado por ocultar y absorber el golpe de estado previo cuyo fracaso dio lugar a la propia guerra. Esta idea de la guerra civil como desastre inevitable conlleva la culpabilización colectiva y la consideración de la Dictadura y del proceso de transición como lógicas y necesarias fases de superación de los graves problemas existentes.
La verdad histórica, asequible y diáfana para quien se acerque a ella sin prejuicios y sin portar piedra ni palo, resulta radicalmente distinta a lo que nos han venido contando:
Frente a esta visión preponderante [añade Espinosa Maestre en el libro Morir, matar, sobrevivir], aquí se parte precisamente de lo contrario: las posibilidades individuales y colectivas de la sociedad española de la República fueron barridas por un golpe militar que no estaba decidido por el destino ni por la fatalidad sino por quienes conspiraron para acabar con la República y por las potencias que inmediatamente les ayudaron […]. Considerar, por tanto, que el golpe y la guerra eran inevitables en aquella situación es simplemente creer que los golpistas tenían la razón de su parte, que venían a corregir por el medio que fuera una malformación histórica congénita.