Cuando nuestros hijos son pequeños, los protegemos en el auto con el cinturón de seguridad y les ponemos un chaleco salvavidas si van a nadar. Los llevamos a los controles de salud, les mostramos cómo limpiarse los dientes con seda dental y nos aseguramos de que duerman lo suficiente. Les enseñamos la diferencia entre el bien y el mal, les indicamos que tengan cuidado al cruzar la calle. Velar por su bienestar y seguridad es nuestra responsabilidad. Queremos que nuestros hijos lleven una vida plena y saludable.
Cuando se trata de la vida eterna de nuestros hijos, los guiamos al ancla de nuestra fe: la Palabra de Dios. Llenamos su joven espíritu con las historias de la antigüedad: el fiel Abraham, el valiente Daniel, el poético David, la obediente María.
Hacemos lo que generaciones de padres han hecho antes que nosotros: les trasmitimos a nuestros hijos el legado de la santa Palabra de Dios. En esta recopilación de grandes historias de la Biblia, seguimos esa tradición, agregando algunos pensamientos interpretativos a fin de ayudar a los niños a comprender el gran plan de Dios para ellos. ¿Nuestro objetivo? Mostrar que cada uno de nosotros tiene un lugar único en una historia mucho más grande. Queremos que sus hijos vean que las Escrituras representan más que un conjunto de personajes fascinantes, aventuras emocionantes y encuentros dramáticos. Deseamos que acepten el propósito que Dios tuvo al crearlos, su deseo de tener comunión con cada uno, así como su incomparable y asombroso amor por ellos.
Nuestra oración es que mediante estas historias sus hijos se sientan atraídos por las Escrituras, establezcan un fundamento para su vida de fe, y nunca olviden que: “Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa” (Hebreos 4:12).
Mientras tanto, siga colocándoles el cinturón, abrochándoles el chaleco, limpiando sus dientes … y más que nada, continúen orando por esas pequeñas almas puestas a su cuidado.
El principio de la vida
tal como la conocemos
Dios en el principio, creó los cielos y la tierra.
Génesis 1:1
A ntes de que hubiera cualquier cosa, existía Dios. Dios es el personaje principal y el centro de esta historia. Y en el principio, Dios tuvo una visión … una visión grande y maravillosa de crear el cielo y la tierra y muchísimo más.
Génesis 1–2
Con grandes pinceladas, Dios pintó su creación a través del espacio vacío.
“¡Que exista la luz!”, ordenó Dios en medio de la oscuridad, y se esparció una luz brillante en el inmenso lienzo en blanco. A la luz Dios le llamó “día”, y a la oscuridad le llamó “noche”. Ese fue el primer día.
El segundo día, en medio de la luz, Dios dijo: “Quiero que haya algo que separe las aguas de arriba de las aguas de abajo”. Dios le llamó “cielo” a ese gran firmamento.
“Quiero que las agua se junten en un solo lugar y que aparezca lo seco”, ordenó Dios al tercer día. Y así fue.
Después, Dios dijo: “Quiero que la tierra produzca plantas y árboles que tengan semilla y den fruto”. Y el aire se llenó de la fragancia de los lirios y los manzanos en flor.
Al cuarto día, Dios indicó: “Quiero que el sol alumbre en la tierra para que señale el día, y que la luna y las brillantes estrellas señalen la noche”. Y se hizo así.
Después, al quinto día, Dios dijo: “Quiero que los mares y los ríos, los lagos y los arroyos, se llenen de seres vivos. Quiero que haya aves que vuelen en los cielos”. Y hubo toda clase de peces que nadaban entre las olas, mientras que las águilas y los petirrojos llenaron el cielo azul.
El sexto día, Dios dijo: “Quiero que en la tierra haya toda clase de seres vivientes”. Y aparecieron animales de todo tamaño, forma y color.
Luego Dios miró lo que había hecho, muy complacido con su creación. Y todo era muy bueno.
Sin embargo, faltaba algo. Dios hizo la tierra, el cielo y todos los seres vivos, pero eso no era todo lo que había planeado hacer. Él no había terminado todavía. Aún no había hecho lo mejor.
Ese mismo día, Dios hizo su mejor obra. Él creó al ser humano a su imagen. Dios creó a un hombre llamado Adán y a una mujer llamada Eva. Ahora tenía una parte de su creación que podía amar y con la cual tener una relación.
Luego Dios miró lo que había hecho y dijo: “¡Esto es muy, muy bueno!”.
El Mensaje de Dios
Tú eres mi
mejor creación.
Mirarte a ti es mejor
que ver una puesta
de sol junto al mar.
Verte correr y jugar
es mejor que observar
a los hermosos animales
que corren por
las llanuras de África.
Ver una sonrisa
en tu rostro es mejor que
contemplar un amanecer.
Tú eres mi orgullo.
Génesis 2–3
La vida en el hermoso jardín de Dios comenzó muy bien. Adán y Eva paseaban por los senderos, chapoteaban en los arroyos y corrían por las verdes praderas.
Adán y Eva se pasaban los días observando a los animales que correteaban por ese hermoso lugar y en las noches se divertían contando las estrellas. Al acostarse, se dormían escuchando el canto de las alondras y soñaban con los ángeles.
La vida era buena en el mundo perfecto de Dios.
Había mucha comida en el jardín de Dios. Después de pasear, nadar y trepar, Adán y Eva sintieron hambre. Dios les mostró un delicioso almuerzo que les esperaba: dulces y crocantes zanahorias, mangos que les hacían agua la boca, nueces crujientes y jugosas moras.
No obstante, cuando Adán quiso tomar el fruto del árbol que estaba en el centro del jardín, Dios le dijo:
—Adán, puedes comer de cualquier árbol, pero de ese no. No pueden comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.