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Rossana Campo - Dónde vais a encontrar un padre como el mío

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Rossana Campo Dónde vais a encontrar un padre como el mío
  • Libro:
    Dónde vais a encontrar un padre como el mío
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2015
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Dónde vais a encontrar un padre como el mío: resumen, descripción y anotación

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Mi padre me dijo una vez: Rossanita, nunca debes tener miedo a nada en esta vida, porque recuerda siempre que ¡fuiste concebida sobre una mesa de billar!

Volví a Albisola el 5 de noviembre del año pasado. Papá se había agravado repentinamente. Después de una vida de desgracias, operaciones, úlceras en el estómago, problemas de hígado, accidentes automovilísticos, comas etílicos, varias operaciones en los pies (le habían amputado seis o siete dedos), un bypass en la pierna derecha, crisis psicóticas pasajeras, depresiones, trastornos bipolares, etc., Renato había conseguido llegar al umbral de los ochenta y dos años. Y hasta un mes antes de la enfermedad que lo mataría (un virus intestinal que le dejó con menos de 40 kilos), había seguido siendo él. Mi padre, un tipo chiflado, informal, quizá simpático, un gran narrador de historias y de aventuras (medio verídicas medio contadas a lo grande, solo por el gusto de exagerar, por la alegría de contar mentiras y también para encubrir con la narración de su epopeya personal la verdadera realidad de su vida, de su pasado y de los enormes dolores padecidos en su infancia y durante toda su vida). Papá siempre nos había parecido lo que era. Mi hermano Nico, mi madre y yo lo vimos siempre tal y como era: un ser tremendamente frágil, inadaptado, hiperemotivo, chiflado, a veces incluso loco, y un gran borracho indefenso. Dije a mi hermano, medio en serio medio en broma: ¿Sabes?, ahora que lo pienso, creo que en el fondo la única pasión verdadera de su vida, el único punto de referencia al que realmente fue fiel hasta el final fue la botella.

Mi madre fue a rebuscar en el diario que Renato no dejó de escribir durante toda su vida, sobre todo en las noches de borrachera, y, hasta pocas semanas antes de su muerte, encontró apuntados en él una serie de lingotazos que se había tomado con gusto y con un sentimiento de desprecio hacia toda la humanidad, sobre todo hacia los médicos que querían quitarle a su amada compañera, su estrella polar, su botella. Y también hacia los antiguos superiores de su época de carabinero (los varios tenientes, coroneles, generales, etc., a los que no dejó de guardar rencor incluso después de pasados veinte, treinta, cincuenta años, de los hechos). Y para acabar, hacia su querida mujer, que, aunque valiera mucho y pareciera una actriz, tenía un claro defecto, el de seguir dándole el coñazo para que no bebiera.

Incluso en su funeral, y en los días siguientes a su muerte, tanto mi hermano como yo tuvimos la sensación de que la energía de Renato, su forma de ser, esa manera tan suya de estar en el mundo, seguía entre nosotros, sin soltarnos. Nos dimos cuenta por el coche fúnebre, que llegó tarde delante de la iglesia de San Nicolò de Albisola y de repente chocó contra un poste que había junto a la entrada con un estruendo siniestro que nos hizo reír a casi todos y que conectó inmediatamente con la reacción de Beppe, el loco del pueblo, al que yo recordaba de la época de mi infancia, y que seguía siendo el mismo, solo que cuarenta años más viejo. Beppe, un hombretón alto y grueso con la cabezota calva y dos ojos azules infantiles y sonrientes, vestido como siempre con una indumentaria inspirada en Fidel Castro, con un fusil de juguete colgado a la espalda, su inseparable cantimplora y los prismáticos colgados al cuello, sacó una trompeta y, animado por el estruendo del coche fúnebre, como si este hubiera sido una especie de director de orquesta que diera el la, empezó a improvisar un solo desentonado, pero que nos infundió una especie de alegría a todos, una especie de marcha de los boy scouts que habría sido perfecta si se hubiera tratado de unos dibujos animados, con el pato Donald y Juanito, Jorgito y Jaimito vestidos de exploradores. Pensé, esta es la banda sonora perfecta para el funeral de Renato.

En conjunto no estuvo mal, me pareció que diluía la tristeza de las amigas de mi madre y de algunos vecinos de mis padres que aprovecharon con avidez las penas del funeral para sacar todas sus historias, las tristezas y melancolías acumuladas durante toda una vida con la que Renato no había tenido nada que ver. De ese modo, el golpe del coche contra el poste y la marcha de Beppe vestido de Fidel Castro transformaron de inmediato el acontecimiento trágico en otra cosa, en algo que tenía la impronta, la marca de fábrica, el sabor inconfundible de Renato.

Y me pareció que también el funeral estuvo influido por lo que había sucedido antes delante de la iglesia, porque todo era un poco anárquico y chistoso. El cura, que debía decir algo sobre Renato, como suele hacerse en los funerales, se notaba que no sabía cómo actuar, y yo me decía, quiero ver qué dice de un parroquiano que no ha pisado la iglesia ni una sola vez en su vida, quiero ver qué se inventa este cura.

Este habló de Renato como de un gran trabajador venido desde el sur de Italia en los años sesenta (y aquí Nico y yo tratamos de no mirarnos para no echarnos a reír), que había formado una buena familia, con dos hijos y una esposa a la que había respetado y amado durante toda la vida (y recordé las palizas que Concetta recibía de Renato cuando este bebía, inclusive la última vez, cuando ya era un viejo de ochenta años flaquísimo, durante lo que el psiquiatra definió como un episodio maniaco-depresivo; en aquella crisis de locura volvió a sacar una extraña fuerza y una energía animal y volvió a pegarle bofetones, patadas y empujones).

Durante el funeral me dije que así son las cosas, que la verdad de las personas siempre se adorna, se edulcora, se mantiene oculta, que en el fondo nadie tiene el valor de ver las cosas tal y como son, ni de contemplar la verdad sincera de nuestras vidas, nos resulta imposible. Tememos que la verdad pueda hacernos estallar, volvernos locos o hacer que muramos de dolor, que nos entren ganas de coger un fusil, uno real, no el fusil de juguete de Beppe vestido de Fidel Castro, y cargarnos a todo el mundo.

Creo que empecé a escribir cuando era una chiquilla para intentar expresar en un espacio solo mío la verdad de las cosas. Empecé a escribir para encontrar un lugar donde hacer un balance de la situación, donde plasmar lo que sentía y veía, y lo que todos a mi alrededor negaban habitualmente. Siempre me ha parecido una actitud muy italiana, de las familias y de los individuos, no querer ver las cosas tal y como son, esquivarlas, eliminarlas. Confiar en que si se postergan, o no se afrontan, o no se enfrentan a su verdad, las cosas cambiarán, se transformarán, harán menos daño o incluso desaparecerán.

Me resultó extraño, por lo tanto, despertarme una mañana, un par de semanas después de la muerte de mi padre, y recordarlo con una sensación de alegría repentina, como de posibilidad, de alivio, y, ante mi enorme estupor, descubrirla mezclada con la rabia que he sentido a menudo por haber tenido un padre así, y con la tristeza de no poder verlo ni llamarle por teléfono nunca más, me resultó extraño, digo, descubrir una especie de gratitud verdadera, sincera, que me salía de las entrañas, de lo más profundo de mi vida. ¿Y esto a qué viene? ¿Qué significa?, me dije hablando sola en voz alta, como me sucede de vez en cuando. Había algo dentro de mí, una parte seguramente infantil, muy antigua, que sonreía a Renato. La parte que siempre había estado mezclada con la furia y también con el dolor, unidos a una sensación de vergüenza por ser como soy, y por el hecho de haber relacionado siempre mi forma de ser con él, con Renato, mi padre. Ahora, no obstante, había otra cosa, un sentimiento casi gozoso y liberador, unido a una especie de gratitud insensata, pero sincera, por todo lo que él había sido y por las cosas que me había transmitido, seguramente a su pesar, o quizá solo por herencia genética.

¿Qué es esto que estás sintiendo ahora?, me pregunté.

Tal vez ahora que la aventura humana de Renato en nuestro planeta había concluido, ahora que estaba segura de que su parte destructiva ya no podría hacernos sufrir, solo permanecía una parte de él, digamos que su naturaleza de fondo, su parte buena, su parte anárquica, vital, juerguista, esa capacidad tan suya de pasarse por el forro las normas, las opiniones comunes, las buenas maneras hipócritas, los falsos deberes. Estaba enormemente agradecida a todo lo que sentía ahora por él. Veía ahora la parte buena de Renato como una herencia preciosa, y me apetecía acordarme de cuando era pequeña, de cuando estaba enamorada de sus mejores cosas, de cuando estar con él significaba sentirme libre, completamente libre de ser como era. Y por lo tanto, completamente viva.

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