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Emmanuel Carrere - El Reino

Aquí puedes leer online Emmanuel Carrere - El Reino texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2015, Editor: Editorial Anagrama, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Emmanuel Carrere El Reino
  • Libro:
    El Reino
  • Autor:
  • Editor:
    Editorial Anagrama
  • Genre:
  • Año:
    2015
  • Índice:
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El Reino: resumen, descripción y anotación

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Hace ya tiempo que Emmanuel Carrère ha acostumbrado a sus lectores a esperar de él lo inesperado, y en esta obra monumental, casi diríamos épica y sin duda radical, aborda nada menos que la fe y los orígenes del cristianismo. En sus páginas se entrecruzan dos tramas, dos tiempos: la propia vivencia del autor, que abraza la fe en un momento de crisis personal marcado por una compleja relación amorosa y el abuso del alcohol, y la historia de Pablo el Converso y de Lucas el Evangelista. Pablo que cae del caballo, tiene una iluminación mística y pasa de lapidador de cristianos a propagador de la nueva fe que transmuta todos los valores. Y Lucas que escribe la vida de Jesús y a partir del cual nos adentramos en los evangelios primigenios, tan diferentes al Apocalipsis de fuegos artificiales de Juan. En estas dos historias entrecruzadas sobre la fe se suceden abundantes personajes, episodios y reflexiones: la serie televisiva sobre muertos que resucitan en la que participa Carrère como guionista, la canguro ex hippie y amiga de Philip K. Dick a la que contrata, los bolcheviques con los que compara a los primeros cristianos, webs porno, visiones eruditas sobre las fuentes originales del cristianismo, la desaparición –¿resurrección?– del cadáver de Jesús... Lo que a Carrère le interesa del cristianismo es su mensaje de transgresión de lo establecido y la desmesura de la fe. Y este libro provocador y deslumbrante es una indagación rabiosamente contemporánea sobre el cristianismo que nos habla de la perplejidad, el dogma, la duda, la redención y la construcción de una fe con mensajes rupturistas y extraños rituales.

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Índice

PRÓLOGO
(París, 2011)
1

Aquella primavera participé en el guión de una serie de televisión. El argumento era el siguiente: una noche, en una pequeña población de montaña, se aparecen unos muertos. No se sabe por qué ni por qué aquellos muertos en vez de otros. Ellos mismos no saben que están muertos. Lo descubren en la mirada asustada de las personas a las que aman y que les amaban, y a cuyo lado les gustaría recuperar su sitio. No son zombies, no son fantasmas, no son vampiros. No estamos en una película fantástica, sino en la realidad. Se plantea seriamente la pregunta: ¿qué ocurriría si, supongamos, esta cosa imposible sucediese de verdad? ¿Cómo reaccionarías si al entrar en la cocina encontrases a tu hija adolescente, muerta hace tres años, preparándose un cuenco de cereales, temerosa de que le eches una bronca porque ha vuelto tarde, sin acordarse de nada de lo que pasó la noche anterior? Concretamente: ¿qué gesto harías? ¿Qué palabras pronunciarías?

No escribo textos de ficción desde hace quince años, pero sé reconocer un potencial narrativo cuando me lo proponen, y aquél era con mucho el más intenso que me hayan propuesto en mi carrera de guionista. Durante cuatro meses trabajé con el realizador Fabrice Gobert todos los días, de la mañana a la noche, con una mezcla de entusiasmo y a menudo de estupefacción ante las situaciones que inventábamos, los sentimientos que manipulábamos. Después, por lo que a mí respecta, las cosas se fueron al traste con quienes nos financiaban. Tengo casi veinte años más que Fabrice, soportaba peor que él el hecho de tener que someterme a los exámenes continuos de unos chiquillos con barba de tres días que tenían edad de ser hijos míos y hacían muecas de hastío al leer lo que escribíamos. Era grande la tentación de decir: «Si tan bien sabéis lo que hay que hacer, hacedlo vosotros.» Sucumbí a ella. Desoyendo los sabios consejos de mi mujer y de mi agente, me faltó humildad y di un portazo a la mitad de la primera temporada.

No empecé a arrepentirme de este impulso hasta unos meses más tarde, muy concretamente durante una cena a la que invité a Fabrice y al director de fotografía Patrick Blossier, que había filmado mi película La Moustache. Yo estaba convencido de que era el hombre ideal para filmar Les Revenants, convencido de que Fabrice y él se entenderían de maravilla, como así ocurrió. Pero aquella noche, al escucharles hablar en la mesa de la cocina de la serie en gestación, de las historias que habíamos imaginado los dos en mi despacho y que ya se hallaban en la fase de elegir los decorados, los actores y los técnicos, sentí casi físicamente que se ponía en marcha esa maquinaria emocionante y enorme que es un rodaje, me dije que debería haber participado en la aventura, que no participaría por mi culpa, y de repente empecé a entristecerme tanto como aquel hombre, Pete Best, que fue durante dos años el batería de un grupito de Liverpool llamado The Beatles, y que lo abandonó antes de que consiguieran su primer contrato de grabación, y que me figuro que ha debido de pasarse el resto de su vida mordiéndose las manos. (Les Revenants ha cosechado un éxito mundial y, en el momento en que escribo, acaba de obtener el International Emmy Award que premia a la mejor serie del mundo.)

Bebí demasiado en aquella cena. La experiencia me ha enseñado que es mejor no explayarse sobre lo que escribes hasta que has terminado de escribirlo, y menos aún si estás borracho: esas confidencias exaltadas se pagan siempre con una semana de desaliento. Pero aquella noche, sin duda para combatir mi despecho, para mostrar que yo también, por mi cuenta, hacía algo interesante, les hablé a Fabrice y a Patrick del libro sobre los primeros cristianos en el que trabajaba desde hacía ya varios años. Lo había interrumpido para ocuparme de Les Revenants y acababa de reanudarlo. Se lo conté como se cuenta una serie.

La historia transcurre en Corinto, Grecia, hacia el año 50 después de Cristo, aunque nadie, por supuesto, sabe entonces que vive «después de Cristo». Al principio vemos llegar a un predicador itinerante que abre un modesto taller de tejedor. Sin moverse de detrás del bastidor, el hombre al que más adelante llamarán San Pablo teje su tela y, poco a poco, la extiende sobre toda la ciudad. Calvo, barbudo, fulminado por bruscos accesos de una enfermedad misteriosa, cuenta la historia de un profeta crucificado veinte años antes en Judea. Dice que ese profeta ha vuelto de entre los muertos y que su resurrección es el signo precursor de algo grandioso: una mutación de la humanidad, a la vez radical e invisible. Se produce el contagio. Los propios adeptos a la extraña creencia que se propaga alrededor de Pablo en los bajos fondos de Corinto no tardarán en verse a sí mismos como unos mutantes: camuflados de amigos, de vecinos, indetectables.

A Fabrice le brillan los ojos: «¡Contado así, parece de Dick!» El novelista de ciencia ficción Philip K. Dick ha sido una referencia crucial durante nuestro trabajo de escritura; noto a mi público cautivado, me lanzo: sí, parece de Dick, y esta historia de los albores del cristianismo es también lo mismo que Les Revenants. Lo que se cuenta en esta serie son esos últimos días que los seguidores de Pablo estaban convencidos de que vivían, los días en que los muertos se alcen y se celebre el juicio universal. Es la comunidad de parias y de elegidos que se forma alrededor de este acontecimiento portentoso: una resurrección. Es la historia de algo imposible que sin embargo acontece. Me excito, me sirvo un trago tras otro, insisto en que mis invitados también beban y entonces Patrick dice algo bastante banal en el fondo, pero que me sorprende porque se nota que se le ha pasado por la cabeza de improviso, que no lo había pensado y que le asombra pensarlo.

Dice que es extraño, si te paras a pensarlo, que personas normales, inteligentes, puedan creer en algo tan insensato como la religión cristiana, algo del mismo género que la mitología griega o los cuentos de hadas. En los tiempos antiguos, se puede entender: la gente era crédula, la ciencia no existía. ¡Pero hoy! Si un tipo creyera hoy día en historias de dioses que se transforman en cisnes para seducir a mortales, o en princesas que besan a sapos que, con su beso, se convierten en príncipes encantadores, todo el mundo diría: está loco. Ahora bien, muchas personas creen en una historia igualmente delirante y nadie les toma por dementes. Les toman en serio, aunque no compartan sus creencias. Cumplen una función social menos importante que en el pasado pero respetada y más bien positiva en su conjunto. Su disparate convive con actividades totalmente razonables. Los presidentes de la República hacen una visita de cortesía al jefe de esa grey. Digamos que es extraño, ¿no?

2

Es extraño, sí, y Nietzsche, de quien leo algunas páginas con el café de cada mañana, después de haber llevado a Jeanne a la escuela, expresa en estos términos el mismo estupor que Patrick Blossier:

«Cuando en una mañana de domingo oímos repicar las viejas campanas, nos preguntamos: ¿es posible? Esto se hace por un judío crucificado hace dos mil años, que decía que era Hijo de Dios, sin que se haya podido comprobar semejante afirmación. Un dios que engendra hijos con una mujer mortal; un sabio que recomienda que no se trabaje, que no se administre justicia, sino que nos preocupemos por los signos del inminente fin del mundo; una justicia que toma al inocente como víctima propiciatoria; un maestro que invita a sus discípulos a beber su sangre; oraciones e intervenciones milagrosas; pecados cometidos contra un dios y expiados por ese mismo dios; el miedo al más allá cuyo portón es la muerte; la figura de la cruz como símbolo en una época que ya no conoce su significado infamante... ¡Qué escalofrío nos produce todo esto, como si saliera de la tumba de un remoto pasado! ¿Quién iba a pensar que se seguiría creyendo en algo así?»

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