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Luis Landero - Lluvia fina

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Luis Landero Lluvia fina
  • Libro:
    Lluvia fina
  • Autor:
  • Editor:
    Tusquets
  • Genre:
  • Año:
    2019
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Lluvia fina: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Sinopsis

Tras mucho tiempo sin apenas verse ni tratarse, Gabriel decide llamar a sus hermanas y reunir a toda la familia para celebrar el 80 cumpleaños de la madre y tratar así de reparar los viejos rencores que cada cual guarda en su corazón, y que los han distanciado durante tantos años. Aurora, dulce y ecuánime, la confidente de todos y la única que sabe hasta qué punto los demonios del pasado siguen tan vivos como siempre, trata de disuadirlo, porque teme que el intento de reconciliación agrave fatalmente los conflictos hasta ahora reprimidos. Y, en efecto, la primera llamada de teléfono desata otras llamadas y conversaciones, inocentes al principio y cada vez más enconadas, y de ese modo iremos conociendo las vidas de Sonia, de Andrea, de Horacio, de Aurora, del propio Gabriel y de la madre, y con ellas la historia familiar, desde la infancia de los hijos hasta la actualidad. Tal como temía Aurora, las antiguas querellas van reapareciendo como una lluvia fina que amenaza con formar un poderoso cauce al límite del desbordamiento. Entre Agosto e Hijos de un dios salvaje, Lluvia fina es la novela más trepidante de Luis Landero.

LUIS LANDERO

LLUVIA FINA

Lluvia fina - image 1

Lluvia fina

Para Alejandro, mi queridísimo hijo, mi filósofo valiente.
Siempre en el corazón.

Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad. Puede ocurrir que ciertos ecos de los dichos, y hasta de los dichos más triviales, sigan como en letargo durante muchos años, latiendo débilmente en un rincón de la memoria, esperando una segunda oportunidad de regresar al presente para aumentar y corregir lo que no quedó del todo claro en su momento, y a menudo con una elocuencia y un alcance significativo que exceden con mucho a los que tuvieron en su origen. Ahí están, no hay más que verlos, llegan revestidos con extraños ropajes, al son de músicas exóticas, con trazas nunca vistas, y es que traen noticias, grandes y asom brosas noticias, de un pasado que acaso no existió jamás. Y siempre, siempre, los relatos o las palabras que vuelven de los oscuros ámbitos de la memoria llegan en son de guerra, cargados de agravios, y ansiosos de reivindicación y de discordia. Es como si en el largo exilio del olvido hubieran ahondado en sus mun dos imaginarios, hurgado en sus entrañas, como el doc tor Moreau con sus criaturas monstruosas, hasta sufrir una total, una fantástica metamorfosis. Y así, con su lúgubre cortejo de figuras grotescas, pero a la vez irresistiblemente seductoras, las palabras y relatos de ayer llegan a nosotros e imponen en nuestra con ciencia la tiranía, la deliciosa tiranía, de sus nuevos significados y argumentos. ¡Ah!, y eso sin contar los gestos que usa mos al hablar, la dimensión teatral de las palabras, y que a veces son más persuasivos que ellas mismas, y las so breviven en la memoria, de modo que a menudo no sabemos con seguridad si estamos recordando las fra ses o más bien su puesta en escena, el repertorio de ade manes que las acompañaban, las sonrisas, las miradas, las manos, los hombros, las pausas, el secreto parlo teo del silencio y del cuerpo.

Son negras conjeturas que cruzan y agitan la mente de Aurora y ponen un nublado de cansancio en su rostro. Y es que lleva mucho tiempo, casi toda la vida, escuchando historias, confidencias, palabras y palabras dichas siempre en voz baja y en tono airado y dolorido. Son historias que suelen venir de muy atrás, que sucedieron en un tiempo remoto, ya casi legendario, pero que se mantienen tan pujantes y vivas como entonces, si es que no más. ¿Qué habrá en Aurora que despierta enseguida la confianza de la gente y las ga nas de sincerarse con ella y de contarle fragmentos antológicos de su vida, secretos que acaso el narrador no ha revelado nunca a nadie? Pero a ella sí. A ella todos le cuentan, todos la quieren, todos le agrade cen su comprensión, su manera tan dulce, tan consola dora de escuchar.

Quizá sea un don innato y casi milagroso, porque quien la mira no puede dejar de sonreír, de dirigirse a ella para preguntarle cualquier minucia, cómo se llama, cuál es su signo del Zodíaco o su flor preferida, y por ese camino, todos acaban contándole sus pequeñas alegrías, sus logros, sus tropiezos, y finalmente sus grandes infortunios.

«Así precisamente es como conocí a Gabriel», pien sa. De eso hace ya casi veinte años. Se miraron fu gaz mente al cruzarse en una calle de lo más transita da, y Gabriel se detuvo con un repente de extrañeza, se acercó a ella sorteando a la gente y achicando los ojos como si descifrara algo borroso, le preguntó si no se conocían de antes, ella dijo que no, él se obstinó en que sí y empezó a poner caras memoriosas, seguro que se habían visto en otra parte, o a lo mejor en una vida anterior, o en algún sueño, los transeúntes culebrea ban velozmente entre ellos, y luego ya se sabe, déjame adi vinar o recordar tu nombre, qué lazo tan gracioso lle vas en el pelo, de dónde eres, a qué te dedicas, ¿se gu ro que no nos conocemos de antes?, y esa misma tarde fueron a un café y Gabriel tomó la palabra y le habló por extenso de sí mismo, sus aficiones, sus manías, sus proyectos de futuro, y luego le contó un buen peda zo de su vida, y ella escuchaba sin el menor signo de fatiga, se alegraba o se afligía a su tiempo, siempre tan atenta al relato, tan entregada a las palabras y a las pausas, tan presta al asombro, tan dócil, tan acogedo ra. «Nunca, nunca he conocido a nadie tan..., cómo decir, tan especial y tan llena de encanto, tan dulce como tú », dijo al final Gabriel, para cerrar y celebrar el encuentro, y esas palabras fueron el anticipo de una declaración de amor.

Luego la acompañó a casa y, como ella era tan bue na confidente, por el camino le habló de la felici dad, su tema favorito, pues no en vano era profesor de filosofía y desde muy joven, casi de muchachi to, había leído y pensado mucho sobre este asunto, y conocía bien los caminos que en cada época y en cada sociedad había elegido el ser humano para llegar a ser más o menos feliz. «Qué interesante», dijo Au ro ra, y ahí Gabriel se animó y dijo que él pensaba que la felicidad se aprende, y ese sería el primer oficio que tendríamos que aprender de niños, como también se ha de aprender a convivir con los contratiempos que nos manda el destino, y que la primera lección de todas consiste en aligerar el alma para poder flotar sobre la vida, y aquí onduló los dedos en el aire como si imitara el fluir del agua, sin que apenas nos hieran las aristas de la realidad, y sin que la adversidad o la fortuna, ni el tedioso discurrir de los días, ni la tentación mortal de anhelar lo imposible, ni el fatalismo, ni las sirenas de los placeres instantáneos, ni sobre todo el terror a la muerte, puedan precipitarnos en el fango de la frustración —y cada pocos pasos se detenía para recrearse en sus palabras y ver cómo ella las embelle cía con su atención—, sino al contrario..., pero aquí de tuvo su discurso, porque el asunto era demasiado complejo para despacharlo en pocas palabras, y qui zá tam bién porque ya habría ocasión —y se sonrojó al decirlo—, si a ella le parecía bien, de hablar con calma de estas cosas. Y como Aurora dio su confor midad, quedaron otras tardes, y así, poco a poco, él le fue proponiendo guiarla por el camino de la felicidad, y ella aceptó y lo siguió dócilmente, y los dos se internaron en el futuro como en un bosque encanta do donde acechaban multitud de peligros, él delan te, llevándola de la mano para protegerla de cualquier amenaza, como si fuese una niña o una criatura inerme, algo precioso y frágil que había que conducir con enorme cuidado, y de esta forma y paso a paso, he aquí que ya llevaban veinte años avanzando por aquel camino, pero sin llegar nunca a ninguna parte, cada vez más erráticos e incrédulos, y ya perdido definitivamen te el norte de la felicidad. Para que luego digan que los relatos son inocentes y que a las palabras se las lleva el viento.

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