«Es como si te recibiera en su casa» observa su colega Tommy, un inocente comentario que podría entenderse también como advertencia, porque este libro es una confesión visceral in artículo mortis y a quemarropa. John Cummings, alias JOHNNY RAMONE (1948-2004), pasará a la historia de la música popular como fundador de una banda empedernida. Una cuadrilla de rufianes, para ser exactos. Antes de ese estruendo había sido un chico con aficiones tan benignas como el lanzamiento de televisores desde azoteas, la destrucción de ventanas a ladrillazos o el derribo de pacíficos viandantes con fines delictivos. El rocanrol lo apartó del mal camino para conducirlo a un éxito que, sin embargo, no borró ni sus raíces ni su agreste chulería. Pasó de las calles a los escenarios conservando intacto el espíritu pendenciero que distinguiría a los Ramones y los llevaría en 2002 al salón donde se exhiben las famas del rock. Dos años después moriría de cáncer: era la tercera baja del grupo. Johnny nunca economizó hostias y no las escatima en estas páginas, donde asistimos, por ejemplo, al memorable puñetazo que le arreó a Malcolm McLaren por dirigirle la palabra a su novia. Tampoco se ahorra coces para juzgar a algunos músicos ilustres de su tiempo (que acaban despellejados). Commando es la historia de Johnny y la peripecia de los Ramones contadas con la salvaje honestidad de quien jamás se mordió la lengua. El volumen contiene decenas de fotos inéditas y un pintoresco surtido de materiales complementarios: desde una evaluación de los discos ramonianos hecha por el propio Johnny a varias páginas de sus legendarios «libros negros» pasando por unas listas donde consigna sus muy insólitas preferencias. Esta obra no descansa en paz.
Johnny Ramone
Commando. Autobiografía de Johnny Ramone
ePub r1.3
17ramsor 01.10.14
Johnny y Tommy (con tubo de pegamento) en la tienda Licorice Pizza durante una firma de discos; Los Ángeles, 26 de agosto de 1976 [foto de Jenny Lens; ©JRA LLC].
Los Tangerine Puppets en 1966; de izquierda a derecha: Tommy Ramone (entonces Tommy Erdelyi), Richard Adler, Bob Rowland, Scott Roberts y Johnny Ramone (entonces John Cummings) [colección privada de Richard Adler y Bob Rowland].
PREÁMBULO
ES MAGNÍFICO LEER LA HISTORIA DE JOHNNY RAMONE CONTADA POR ÉL MISMO. Es como si te recibiera en su casa. El relato posee su cadencia, su compás, su ritmo. Te engancha, se lee de un tirón; exactamente como a él le hubiera gustado.
Siempre me cayó bien Johnny: era un tipo ingenioso y muy divertido, estar con él era una gozada. Lo conocí en la cafetería del instituto sentado a la mesa donde daba audiencia y atendía a su corte. Era el centro de atención (tenía que serlo) y un amigo nos presentó. Me senté allí durante el resto del año. Lo que más me gustaba de Johnny era su sentido del humor. No tenía un pelo de tonto y le encantaba ser el más listo; la verdad es que le encantaba ser el mejor en todo: era la persona más competitiva que he conocido.
Pero lo que en aquellos años estrechó nuestro vínculo fue la música: los Beatles habían llegado a nuestras costas unos meses antes y los grupos de pop, que brotaban como setas, hacían furor. Enseguida tuvimos nuestra propia banda, los Tangerine Puppets. Johnny era todo un espectáculo: levantaba la guitarra como si empuñara una ametralladora, se movía por el escenario con la furia de un poseso, se agitaba salvajemente, se ondulaba con el ritmo… Era la esencia del rocanrol.
Quería ser un guerrero de la música, y Joey, Dee Dee y yo gravitábamos a su alrededor porque era carismático y cautivador: fue el imán que nos mantuvo unidos. En este libro nos habla sobre el duro camino que recorrió a lo largo de su vida personal y musical, una historia tan apasionante como instructiva. Sin duda alguna.
—Tommy Ramone
Johnny en Aquarius Records, San Francisco, agosto de 1976 [foto de Jenny Lens; ©JRA LLC].
Era el poder de la guitarra: salía ahí sabiendo que éramos los mejores, que nadie se acercaba siquiera. El volumen era mi cómplice y jamás usé tapones para los oídos. Eso habría sido un engaño.
Una vez retirados nos incluyeron en el Salón de la Fama del Rock, alcanzamos el número uno en muchas encuestas de aficionados e incluso la revista Rolling Stone me clasificó como el decimosexto mejor guitarrista de la historia.
Mas a pesar del éxito, mantuve la furia y la intensidad durante toda mi carrera. Tenía una imagen y esa imagen era la ira: yo era el sujeto de la mirada hosca, el ceñudo, el abatido, y me aseguraba de aparecer así en las fotos. Los Ramones eran lo que yo era, de modo que yo debía ser lo que toda esa gente veía en el escenario.
Tanto mi yo real como la imagen de ese yo le arrearon una soberana paliza a Malcolm McLaren en el minúsculo backstage del Whisky a Go Go de Los Ángeles en 1978. Ese local es un magnífico club de Sunset Boulevard con capacidad para unas trescientas personas y un extraordinario historial que incluye a gente como los Doors, los New York Dolls o los Stooges.
McLaren y mi novia estaban charlando y de repente decidí que ya no quería verla hablando con él, así que la llamé para que viniera conmigo, que estaba a dos pasos. Oí que McLaren le preguntaba «¿qué le pasa a éste?». Yo me fui hasta él y le dije «¿que qué me pasa?», y le aticé un puñetazo en la cara que lo tumbó de espaldas. Como aún no había terminado, agarré el bajo de Dee Dee para rematar la faena, pero la gente intervino y se lo llevó a toda prisa.
La rabia empieza en la adolescencia y nunca te abandona del todo. Yo bajaba del escenario con la mala leche puesta, aunque se mitigó tras retirarme en 1996. Y si la retirada me ablandó, el cáncer de próstata que me diagnosticaron en 1997 hizo el resto. Me ha cambiado y no estoy seguro de que me guste el cambio: me ha suavizado y prefiero el yo de antes. Ya no me quedan fuerzas ni para cabrearme, y eso te mina la moral. He luchado con todas mis fuerzas, aunque sospecho que la enfermedad acabará ganando la partida, pero odio perder, lo he odiado siempre. Me gustaba estar colérico porque eso me daba vigor y me sentía más fuerte.
Cuando era joven estaba siempre al borde del estallido. Iba con Linda, mi mujer, al Limelight de Nueva York y veía gente a la que podía congelar sólo con la mirada. Muchos tenían tanto miedo que incluso temían decirme que la gente me temía.
Johnny con los Ramones en el Palladium de Nueva York el 7 de enero de 1978 [foto de Stephanie Chernikowski; ©JRA LLC].
«CON LOS RAMONES TE LO PASABAS DE MIEDO,
Y CUANTO MÁS INTENSO, MEJOR.
EN NUESTRAS ACTUACIONES HABÍA VIOLENCIA.»