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J. D. Vance - Hillbilly, una elegía rural

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J. D. Vance Hillbilly, una elegía rural
  • Libro:
    Hillbilly, una elegía rural
  • Autor:
  • Genre:
  • Año:
    2016
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Hillbilly, una elegía rural: resumen, descripción y anotación

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AGRADECIMIENTOS

ESCRIBIR ESTE LIBRO FUE UNA DE las experiencias más exigentes y gratificantes de mi vida. Aprendí muchas cosas que no sabía sobre mi cultura, mi barrio y mi familia, y volví a aprender muchas otras que había olvidado. Estoy en deuda con mucha gente. En orden azaroso:

Tina Bennett, mi maravillosa agente, creyó en el proyecto incluso antes que yo. Me animó cuando lo necesité, me presionó cuando lo necesité y me guio a través de un proceso de publicación que al principio me aterrorizaba. Tiene el corazón de una hillbilly y la mente de una poeta, y me honra poder llamarla amiga.

Además de Tina, la persona que más reconocimiento merece por la existencia de este libro es Amy Chua, mi profesora de contratos en Yale, que me convenció de que mi vida y las conclusiones que sacaba de ella merecían ser escritas. Tiene el sentido común de una académica respetable y la entrega confiada de una Madre Tigre, y en muchas ocasiones necesité, y me beneficié, de ambas cosas.

Todo el equipo de Harper merece un tremendo reconocimiento. Jonathan Jao, mi editor, me ayudó a pensar de forma crítica sobre lo que quería que fuera el libro y tuvo la paciencia de ayudarme a lograrlo. Sofia Groopman leyó el libro con una mirada nueva cuando con más desesperación lo necesitaba. Joanna, Tina y Katie me guiaron por el proceso de promoción con afecto y talento. Tim Duggan nos dio, a este proyecto y a mí, una oportunidad cuando no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Estoy agradecido con todos ellos y con el trabajo que han hecho en mi favor.

Mucha gente leyó varios manuscritos y me hizo importantes comentarios, desde cuestionar el uso de una palabra en una frase concreta hasta poner en duda la sensatez de borrar un capítulo entero. Charles Tyler leyó uno de los primeros manuscritos y me obligó a centrar el libro en unos pocos temas fundamentales. Kyle Bumgarner y Sam Rudman me hicieron útiles comentarios al principio del proceso de escritura. Kiel Brennan-Marquez, que tiene la carga oficial y no oficial de haberme enseñado a escribir durante muchos años, leyó y criticó varios manuscritos. Les agradezco el esfuerzo a todos ellos.

Estoy agradecido con mucha gente que compartió conmigo su vida y su trabajo, entre ellos Jane Rex, Sally Williamson, Jennifer McGuffey, Mindy Farmer, Brian Campbell, Stevie Van Gordon, Sherry Gaston, Katrina Reed, Elizabeth Wilkins, JJ Snidow y Jim Williamson. Me expusieron a nuevas ideas y experiencias y, con ello, hicieron mejor este libro.

He tenido la suerte de tener a Darrell Stark, Nate Ellis, Bill Zaboski, Craig Baldwin, Jamil Jivani, Ethan (Doug) Fallang, Kyle Wash y Aaron Kash en mi vida, y considero a cada uno de ellos más un hermano que un amigo. He tenido la suerte, además, de tener mentores y amigos de una increíble capacidad, que han permitido que tuviera acceso a unas oportunidades que no me merecía. Entre ellos están: Ron Selby, Mike Stratton, Shannon Arledge, Shawn Haney, Brad Nelson, David Frum, Matt Johnson, el juez David Bunning, Reihan Salam Ajay Royan, Fred Moll y Peter Thiel. Muchos de estos amigos leyeron versiones del manuscrito y me hicieron comentarios críticos.

Debo muchísimo a mi familia, especialmente a los que abrieron sus corazones y compartieron sus recuerdos, por difícil o doloroso que les resultara. Mi hermana Lindsay Ratliff y la tía Wee (Lori Meibers) merecen un agradecimiento especial, por ayudarme a escribir este libro y por apoyarme durante toda mi vida. También estoy agradecido con Jim Vance, Dan Meibers, Kevin Ratliff, mamá, Bonnie Rose Meibers, Hannah Meibers, Kameron Ratliff, Meghan Ratliff, Emma Ratliff, Hattie Hounshell Blanton, Don Browman (mi padre), Cheryl Bowman, Cory Bowman, Chelsea Bowman, Lakshmi Chilukuri, Krish Chilukuri, Shreya Chilukuri, Donna Vance, Rachael Vance, Nate Vance, Lilly Hudson Vance, Daisy Hudson Vance, Gail Huber, Allan Huber, Mike Huber, Nick Huber, Denise Blanton, Arch Stacy, Rose Stacy, Rick Stacy, Amber Stacy, Adam Stacy, Taheton Stacy, Betty Sebastian, David Blanton, Gary Blanton, Wanda Blanton, Pet Blanton, Teabarry Blanton y todos los hillbillies chiflados que he tenido el honor de considerar mi gente.

Y en último lugar, pero, sin duda, no menos importante, a mi querida esposa, Usha, que leyó cada una de las palabras de mi manuscrito docenas de veces, me hizo comentarios muy necesarios (¡incluso cuando no los quería!), me apoyó cuando estuve tentado a abandonar y celebró conmigo los momentos en que avanzaba. Mucho del mérito de este libro y de mi vida feliz es de ella. Aunque una de las cosas que más lamento en mi vida es que mamaw y papaw no la conocieran, que yo sí lo hiciera es el motivo de mi mayor alegría.

J D VANCE 2 de agosto de 1984 Middletown Ohio EEUU creció en el - photo 1

J D VANCE 2 de agosto de 1984 Middletown Ohio EEUU creció en el - photo 2

J. D. VANCE (2 de agosto de 1984, Middletown, Ohio, EE. UU.) creció en el cinturón industrial de Middletown, Ohio, y en la ciudad de Jackson, Kentucky, en los Apalaches. Tras terminar la escuela secundaria se alistó en el Cuerpo de Marines y sirvió en Irak.

Graduado por la Universidad Estatal de Ohio y por la Facultad de Derecho de Yale, es director de una empresa de inversión en el Silicon Valley. Vance vive en San Francisco con su esposa y dos perros.

CAPÍTULO 1

COMO LA MAYORÍA DE LOS NIÑOS PEQUEÑOS, me aprendí la dirección de casa para, si me perdía, poder decirle a un adulto adónde llevarme. En la guardería, cuando la profesora me preguntaba dónde vivía, podía recitar la dirección de corrido, aunque mi madre cambiaba de dirección con frecuencia, por razones que de niño nunca entendí. Aún hoy, siempre distingo «mi dirección» de «mi casa». Mi dirección era donde pasaba la mayor parte del tiempo con mi madre y mi hermana, donde fuera. Pero mi casa nunca cambiaba: la casa de mi bisabuela, en el valle, en Jackson, Kentucky.

Jackson es un pequeño pueblo de unos 6.000 habitantes en el corazón del país del carbón, en el sudeste de Kentucky. Llamarlo ciudad es un poco benevolente. Hay un juzgado, algunos restaurantes —la mayoría, cadenas de comida rápida— y unas pocas tiendas y negocios. La mayoría de la gente vive en las montañas que rodean la autopista 15 de Kentucky, en campings para caravanas, en viviendas de protección oficial, en pequeñas granjas y en casas en las montañas, como la que es el escenario de los mejores recuerdos de mi infancia.

Los jacksonianos saludan a todo el mundo, están dispuestos a interrumpir sus pasatiempos preferidos para sacar el coche de un desconocido de la nieve y —sin excepción— paran sus coches, se bajan y se quedan en posición de firmes cuando pasa una caravana fúnebre. Fue esta última práctica la que me hizo cobrar conciencia de que hay algo especial en Jackson y en su gente. ¿Por qué, le pregunté a mi abuela —a la que todos llamábamos mamaw— todo el mundo se paró ante un coche fúnebre? «Cariño, porque somos gente de las colinas. Y respetamos a nuestros muertos».

Mis abuelos se marcharon de Jackson a finales de los años cuarenta y formaron su familia en Middletown, Ohio, donde yo crecí más tarde. Pero hasta que tuve doce años pasé los veranos y buena parte del resto del tiempo en Jackson. Iba de visita con mamaw, que quería ver a los amigos y a la familia, siempre consciente de que el tiempo estaba reduciendo la lista de sus personas más queridas. Y a medida que el tiempo pasaba, nuestros viajes tenían sobre todo una razón: cuidar a la madre de mamaw, a la que llamábamos mamaw Blanton (para distinguirla, aunque de una manera un tanto confusa, de mamaw). Nos quedábamos con mamaw Blanton en su casa, en la que había vivido desde que su marido se marchó a combatir contra los japoneses en el Pacífico.

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