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Jack Vance - Los mundos de Jack Vance

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Jack Vance Los mundos de Jack Vance
  • Libro:
    Los mundos de Jack Vance
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1973
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Los mundos de Jack Vance: resumen, descripción y anotación

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El libro es una recopilación de ocho cuentos que aborda distintas temáticas y - photo 1

El libro es una recopilación de ocho cuentos que aborda distintas temáticas y géneros dentro de la CF. En “El mundo intermedio” dos civilizaciones contrapuestas ideológica y culturalmente se disputan un sistema solar desconocido para ambas. En “La polilla lunar” el embajador de un mundo fronterizo recibe el encargo de capturar un peligroso delincuente con poco tiempo de anticipación. “El cerebro de la galaxia” y “El diablo en Salvation Bluff” son una reflexión sobre como cómo nuestros planteamientos iniciales, o nuestros prejuicios, condicionan la tarea que se nos encomienda. En “Los hombres regresan” asistimos a la restauración de las leyes de la naturaleza en un mundo que se ha vuelto caótico repentinamente. “El rey de los ladrones” y “Golpe de gracia” tienen como protagonista al criminólogo Magnus Ridolph. En el primer relato Magnus Ridolph debe hacerse con un importante contrato de telex, un mineral que permite la comunicación espacial, y en el segundo resolver un caso clásico de asesinato. En “Cerebros de la Galaxia” un importante físico teórico debe poner fin una guerra entre dos facciones alienígenas, una guerra que puede extenderse a la Tierra.

Jack Vance Los mundos de Jack Vance ePUB r10 GONZALEZ 040413 Título - photo 2

Jack Vance

Los mundos de Jack Vance

ePUB r1.0

GONZALEZ04.04.13

Título original: The Worlds of Jack Vance

© 1973 by Jack Vance

Traducción de Carlos Peralta

ePub base r1.0

Notas El mundo intermedio 1 A bordo del crucero de exploración Blauelm se - photo 3

Notas
El mundo intermedio
1

A bordo del crucero de exploración Blauelm se desarrollaba una fea variedad de dolencias neuropsíquicas. No valía la pena prolongar la expedición, que llevaba tres meses de más en el espacio, y el explorador Bernisty ordenó el retorno a Estrella Azul.

Eso no produjo una mejoría del ánimo ni una elevación de la moral; el daño ya estaba hecho. Los técnicos se recuperaron de la excitabilidad causada por la hipertensión, cayeron en una hosca apatía y permanecían con la mirada perdida como andromorfos. Comían poco y hablaban menos. Bernisty probó varios recursos: los juegos de competencia, la música sutil, las comidas condimentadas. Pero nada servía, y fue más lejos.

Por orden suya, las mujeres-placer se encerraron en sus habitaciones y transmitieron canciones eróticas por el sistema de intercomunicación de la nave. Al no dar resultado, Bernisty se encontró con un dilema. Lo que se hallaba en juego era la identidad de su equipo, tan diestramente combinado, donde cada meteorólogo estaba elegido para trabajar con un determinado químico y cada botánico con un determinado analista de virus. Si regresaban así, desmoralizados, a Estrella Azul… Bernisty sacudió la hirsuta cabeza. No habría nuevas aventuras para el Blauelm.

—Quedémonos más tiempo fuera —sugirió Berel, su propia favorita entre las mujeres-placer.

Bernisty movió la cabeza, pensando que Berel había perdido su habitual lucidez.

—Sería peor aún.

—Entonces, ¿qué harás?

Bernisty admitió que no tenía idea, y siguió meditando. Más tarde adoptó una medida de incalculables consecuencias. Se apartó de su ruta para inspeccionar el Sistema K. Si algo podía levantar el ánimo de sus hombres, era eso.

La modificación del rumbo era peligrosa, pero no en exceso. Y el interés de la aventura procedía de la fascinación de lo extraño, la rareza de las ciudades de K, su tabú de las formas regulares, el singular sistema social de K.

La estrella ardía y giraba, y Bernisty vio que su plan tenía éxito; de nuevo había animación, charlas y discusiones en los grises pasillos de acero.

El Blauelm pasó por encima de la eclíptica de K. Varios mundos fueron quedando a popa; estaban tan cerca que se veían claramente en las pantallas los menores movimientos, la palpitación de las ciudades, el pulso dinámico de los talleres. Kith y Kelmet, cubiertos de domos; Kamfray, Koblenz, Kavanaf, y el sol central, K; luego Kool, demasiado caliente para la vida, Konbald y Kinsle, dos gigantes de amoníaco helados y muertos, y el Sistema K quedó atrás.

Bernisty aguardaba, impaciente. ¿Habría una recaída en la abulia o el impulso intelectual sería suficiente para el resto del viaje? Estrella Azul estaba al frente, a una semana de trayecto. A mitad de camino había una estrella amarilla sin particular importancia… Cuando pasaron junto a ella se manifestaron las consecuencias de la treta de Bernisty.

—¡Planeta! —exclamó el cartógrafo.

No era algo que pudiera despertar excitación; el anuncio se había oído muchas veces en el Blauelm durante los últimos ocho meses. En todos los casos, el planeta había sido tan caliente como para fundir el hierro, o tan frío como para congelar un gas, o tan venenoso que podía corroer la piel, o tan vacío de aire que podía aspirar los pulmones de un hombre. El aviso ya no constituía un estímulo.

—¡Atmósfera! —dijo el cartógrafo. El meteorólogo alzó la mirada, interesado—. ¡Temperatura media, veinticuatro grados!

Bernisty se acercó a mirar, y midió él mismo la gravedad.

—Uno y un décimo… —Le hizo un gesto al navegante, que no necesitó más para empezar a calcular el aterrizaje.

Bernisty se quedó mirando el disco del planeta en la pantalla.

—Debe haber algún error… Los K o nosotros mismos lo habríamos registrado cien veces… Está justamente en medio.

—No hay registros del planeta, Bernisty —informó el bibliotecario, afanándose entre sus cintas magnéticas y sus aparatos—. No hay registros de exploraciones ni de nada.

—¿Al menos se conoce la existencia de la estrella? —dijo Bernisty, con algo de sarcasmo.

—Por supuesto… La llamamos Maraplexa, y los K, Melliflo. Pero no se menciona ninguna exploración o desarrollo de un sistema.

—Atmósfera —anunció el meteorólogo—: metano, anhídrido carbónico, amoníaco, vapor de agua. Irrespirable, pero del tipo 6-D, es decir de posible modificación.

—No hay clorofila, ni hemafila, ni blúscula, ni absorción de petradina —murmuró el botánico, con la vista fija en el espectrógrafo—. En una palabra, no hay vegetación nativa.

—A ver si lo entiendo —dijo Bernisty—. ¿La temperatura, la gravedad y la presión son correctas?

—Correctas.

—¿No hay gases corrosivos?

—No.

—¿Vida nativa?

—Ningún indicio.

—¿Y no hay constancia de exploración, reivindicación o desarrollo?

—No.

—Entonces, vamos allá —dijo Bernisty en tono triunfal. Y agregó, dirigiéndose al operador de radio—: Transmita la noticia a la Estación Archivo, y a todas partes. ¡Desde este momento, Maraplexa es un establecimiento de Estrella Azul!

El Blauelm disminuyó su velocidad y se inclinó para aterrizar. Bernisty miraba junto a Berel, la chica-placer.

—¿Por qué, por qué, por qué? —le decía Blandwick, el navegante, al cartógrafo—. ¿Por qué los K no se han establecido aquí?

—Evidentemente, por la misma razón que nosotros; buscamos demasiado lejos.

—Escudriñamos los límites de la galaxia —dijo Berel, mirando con socarronería a Bernisty—. Pasamos por el tamiz los racimos globulares.

—Y aquí —se lamentó éste— hay un mundo vecino al nuestro, un mundo que apenas necesita una modificación de atmósfera y que podemos convertir en un jardín.

—¿Los K lo permitirán? —dijo Blandwick.

—¿Qué pueden hacer?

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