Gaston Rébuffat - Estrellas y borrascas
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- Libro:Estrellas y borrascas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2017
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Estrellas y borrascas: resumen, descripción y anotación
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La conquista de la alta montaña es reciente. ¿No es acaso 1786 la primera gran fecha del alpinismo? En aquel año, bajo el impulso del sabio ginebrino H. B. de Saussure, fue escalada la primera gran cumbre, el Mont Blanc, por el doctor Paccarel y el guía Jacques Balmat. Se acababa de crear el alpinismo.
Luego, los alpinistas subieron a todas las otras cumbres de los Alpes: Barre des Écrins, Aiguille Verte, Grandes Jorasses, Weisshorn, Gross Glockner, Ortler, Jungfrau, Bernina, Dom, Finsteraarhorn, Cervino, Lavaredo…
La conquista de los Alpes hubiera podido acabarse lógicamente así, pero la sed que había devorado a los precursores ha sido conocida también por sus herederos, que, soñando con nuevas batallas y enriquecidos con la experiencia legada, han emprendido la «reconquista de los Alpes». De este modo han escalado cada cumbre por caras y aristas distintas de las de la primera ascensión; el alpinista ha hecho la exploración metódica de cada montaña.
Algunas murallas han resistido más tiempo que otras los asaltos de los escaladores, en particular las grandes caras norte. En general, son más altas, más rectas, más verticales, más difíciles, más frías que las paredes sur, este u oeste, y su conquista, después de varias tentativas, constituye por sí misma una época en la historia del alpinismo. Entre las grandes caras norte se encuentran: la cara norte del Cervino, en el Valais. La cara norte de la Cima Grande di Lavaredo, en las Dolomitas. La cara norte del Piz Badile, en la Engadine. La cara norte de las Grandes Jorasses y la de los Drus, en el macizo del Mont Blanc, y la cara norte del Eiger o Eigerwand, en el Oberland.
GASTON RÉBUFFAT (1921-1985). Natural de Marsella, tras un aprendizaje en Calanques, consigue el título de guía en 1942 e ingresa en la Escuela Nacional de Alpinismo. Guía emblemático, asciende prácticamente todas las vías difíciles de su época en los Alpes, entre las cuales destacan las caras norte del Espolón Walker, del Eiger, del Cervino y del Dru. Participa en la histórica expedición francesa de 1950 que logra el Annapurna, el primer ochomil en ser ascendido. Escritor de contenido lirismo y cineasta de talento, es el paradigma del hombre de montaña completo. También se le conoce por el apelativo «el guía del jersey bonito», por el característico dibujo del mismo. Fue uno de los alpinistas más destacados de su generación y uno de los personajes más completos y polivalentes de la historia del alpinismo. Es autor de varias películas documentales y de una multitud de libros, entre los cuales destacan Estrellas y borrascas, La montaña es mi reino, Hielo, nieve y roca y Horizontes conquistados.
¿La cara norte de las Grandes Jorasses? Es difícil y, sobre todo, hermosa. Está construida como una catedral, tiene una altura de mil doscientos metros, una anchura de mil quinientos y culmina a cuatro mil doscientos metros. Bajo ella el glaciar se retuerce como una cinta. Erguida al fondo de un amplio circo glaciar, no es visible desde el valle; pero como es atractiva, se sube para verla. El turista que va al refugio del Couvercle la descubre, majestuosa, a medida que escala los Égralets. Desde la Aiguille du Moine o la Aiguille Verte, el alpinista la contempla en toda su grandeza: un bloque de granito leonado y gris, como cuatro torres Eiffel. Maciza y bien labrada, tiene mucha energía a pesar de su peso: su cresta se yergue en el cielo. Parece vivir. No es piedra gastada, muerta, opaca, que se desmorona. Al contrario, se endereza mientras hunde sus raíces bajo el glaciar de Leschaux, en el planeta cálido y lleno de vida.
¡Cuántas noches he pasado contemplándola, desde la terraza del refugio del Couvercle, a la hora en que el sol poniente ilumina sólo las altas cumbres! Mientras en el valle reina la noche y oscurece en media montaña, allí arriba aún quedan rescoldos, el fuego fermenta y, en pocos momentos, la cara norte de las Grandes Jorasses se incendia. Abajo todo está tranquilo y glacial. La frescura se eleva por las canales, y los últimos rayos, estremecidos de frío, huyen lentamente de la pared para después abandonarla en la noche. Entonces, llega un tiempo muerto en el que la vida parece suspendida; los débiles ruidos no son más que murmullos. Pero después de esta vacilación, empieza otra nueva vida: una a una las estrellas revientan la gran bóveda, palpitan, centellean y reinan, innumerables y fraternales.
Hace frío; todo se resquebraja y se acurruca. Como otros montañeros, me encuentro en la terraza del refugio y, aunque conozco el espectáculo de memoria, estoy muy atento y un poco emocionado. ¡El misterio de la piedra y de la noche! Luego, mientras la tierra gira y los hombres duermen, a algunos de ellos se les aparece en sueños la gran cara norte.
Como la mayoría de las otras montañas, las Grandes Jorasses fueron escaladas por primera vez por la cara sur, soleada y acogedora. La cresta cimera, de cerca de un kilómetro y situada a más de cuatro mil metros, tiene diferentes puntas: Young (4000 metros), Margarita (4065 metros), Michel Croz (4108 metros), Whymper (4196 metros) y la cumbre, la Punta Walker (4208 metros). Cada nombre es una etapa de la difícil conquista de esta montaña.
Después de la cara sur, se atacaron las aristas; la arista de las Golondrinas, limpia como una parábola, no fue escalada hasta el año 1927, por los italianos Matteoda, Ravelli y Rivetti, conducidos por los guías Adolphe Rey y Alphonse Chenoz. Pero la cara norte permanecía virgen. Los asaltos se fueron multiplicando. Por momentos, la gran pared se convertía en un desafío, y tras haber inspirado el deseo, después provocó el temor, y finalmente ¡el terror! Los mejores alpinistas rondaban a sus pies: con guías, sin guías, ingleses, alemanes, austriacos, italianos, suizos, franceses… Muchos murieron allí.
G. Winthrop Young y Joseph Knubel habían hecho ya una exploración en el año 1907. Fueron los primeros en sentir la gran tentación de escalar la más hermosa cara norte de todos los Alpes. Pero las verdaderas tentativas empezaron en 1928, a lo largo del espolón de la Punta Walker. Gasparotto, Rand Herron y Zanetti, conducidos por Armand Charlet y Evariste Croux, se elevaron hasta el pie de la primera barrera de placas, a unos tres mil trescientos metros.
Después de una interrupción de tres años, las tentativas se reanudaron en 1931, y se hicieron sistemáticas, hasta alcanzar el éxito. El 1 de julio, dos alemanes, Heckmair y Kroner, intentaron subir por el corredor central. Algunos días después, otros dos alemanes, Brehm y Rittler, salieron en la misma dirección, pero, arrastrados aparentemente por un desprendimiento de piedras o por algún alud, cayeron y se mataron. Sus cuerpos fueron hallados una semana más tarde por Heckmair y Kroner, que atacaban de nuevo.
La cara norte de las Grandes Jorasses se convirtió en la ascensión más codiciada, y los mejores alpinistas del momento desfilaron por el refugio Leschaux, que preside el circo de las Jorasses, para lanzarse al ataque de la pared: los alemanes Franz Schmid, vencedor de la cara norte del Cervino; Steinauer, Welzenbach; los italianos Binel y Crétier, Boccalatte y Chabod, Carrel y Maquignaz; los franceses Dilleman y Couturier, conducidos por Armand Charlet. Ninguna de estas cordadas logró atravesar la primera barrera de placas.
En 1933 se intentó un nuevo itinerario; abandonando el Espolón Walker, los italianos Gervasutti y Zanetti se elevaron hasta tres mil quinientos metros sobre el Espolón Central, que desemboca en la Punta Michel Croz. Un año después, el 5 de julio de 1934, Armand Charlet y Robert Gréloz alcanzaron los tres mil seiscientos metros en el mismo espolón durante una tentativa que tuvo cierta repercusión.
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