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Parrish - Traficante de las Estrellas

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Parrish Traficante de las Estrellas
  • Libro:
    Traficante de las Estrellas
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  • Editor:
    Bruguera
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Traficante de las Estrellas: resumen, descripción y anotación

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GLENN PARRISH
TRAFICANTE DE LAS ESTRELLAS
Colección LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.º 5
Publicación semanal

Traficante de las Estrellas - image 2

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO


ISBN 84-02-025 -

Depósito legal: B. ¿?.??? - 19

Impreso en España - Printed in Spain .

1ª edición:, 19

© Glenn Parrish - 1970
texto
© Antonio Bernal –
cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Parets del Vallès (N-152, Km 21,650) Barcelona – 1970


CAPÍTULO PRIMERO

El capitán Kaydin —Robert de nombre y Bob para los íntimos—, se encontraba en un grave apuro.

Kaydin estaba parapetado tras aquella roca rojiza, en la desolada superficie del asteroide desierto al que su mala suerte le había ido a llevar, muy en contra de su voluntad.

En la mano tenía una pistola solar. Podía fundir una astronave de un disparo... pero sólo le quedaba uno. El indicativo de carga del arma era sobradamente claro al respecto.

La estrella que alumbraba al asteroide daba mucho calor, pero poca luz. Y sin luz suficiente, la pistola solar no se podía recargar. Bueno, sí, pero ello tardaría horas enteras, en lugar de un par de minutos como sucedía en parajes alumbrados por una estrella tipo sol Tierra.

El asteroide estaba en un sistema alumbrado por una estrella rojiza, lo que significaba un astro en trance de extinción. Como la proximidad entre los dos cuerpos celestes era muy grande, el resultado era que Kaydin se abrasaba de calor, pero, en cambio, tenía poca luz.

Sin embargo, había la suficiente para poder ver las cosas hasta un par de kilómetros de distancia. Sus enemigos, sin embargo, estaban mucho más cerca.

Eran soldados de Brocbar. El ataque contra su nave se había producido rápida e imprevistamente, de tal modo, que sólo Kaydin, y ello con grandísima suerte, había podido salvarse.

Cerca de la roca que le servía de parapeto, tenía su ya inútil burbuja de salvamento, deshinchada y lacia sobre el rojo suelo del asteroide. En medio de todo, Kaydin se consideraba aún un ser afortunado, ya que todos los restantes tripulantes de su nave habían perecido.

Él se había salvado debido a la circunstancia de que se hallaba en su cámara personal, revisando unas cuentas. Apenas oyó sonar la alarma, se abalanzó sobre la burbuja de salvamento.

Segundos más tarde, una tremenda explosión había sacudido la nave. El estallido había sido tan fuerte, que el cristal de su ventana se convirtió en polvo.

Kaydin estuvo en el vacío solamente fracciones de segundo. De un modo prácticamente instantáneo, la burbuja le envolvió con su esfera protectora, rodeándole de una capa de aire cuya presión era de cuatro quintos de la atmósfera normal. Luego, dándose cuenta de que la pérdida de la nave era irremediable, se deslizó sigilosamente por el lado opuesto al del ataque, empleando para ello el diminuto propulsor de que iba provista la burbuja y que le permitía recorrer varios cientos de miles de kilómetros con el rumbo deseado.

Horas más tarde, había aterrizado en aquel asteroide, totalmente desierto, sin plantas ni animales de ninguna clase, absolutamente estéril, pero los autores de la destrucción de su nave le habían localizado y ahora estaban dispuestos a matarle.

De cuando en cuando, Kaydin oía los chasquidos de los fusiles radiónicos de sus atacantes. La roca tras la que se parapetaba, sin embargo, era lo suficientemente sólida para resistir aquellos proyectiles, capaces de convertir a un ser humano en una pulpa de carne y huesos en una centésima de segundo.

Pero era una situación que no se podía prolongar indefinidamente. Kaydin se daba cuenta de que, en cualquier momento, sus atacantes podían realizar un movimiento envolvente y acabar con él.

Había una causa por la cual no se habían atrevido a lanzar el asalto definitivo y era su pistola solar, de cuya potencia les había dado sobradas muestras. Naturalmente, los brocbarianos ignoraban que sólo le quedaba un disparo en el almacén de energía solar.

Al fondo, a unos mil doscientos metros, se divisaba el brillo del metal de la nave enemiga, una patrullera brocbariana, cuyo capitán, a lo que parecía, había hecho suyo un viejo lema terrestre: «Disparar primero y preguntar después».

—Por eso estoy como estoy —se dijo Kaydin amargamente, mientras que con un gesto maquinal se echaba hacia atrás un mechón de pelo color castaño claro.

La burbuja de salvamento yacía fláccida y deshinchada a su lado. Kaydin pudo ver la caja cuadrada que servía de base al artefacto y en la que, además de los elementos productores de atmósfera respirable, de calor, y propulsores, había un pequeño depósito con víveres y agua.

El calor era horrible. Kaydin habría tomado de buena gana un sorbo de agua, pero el instinto le hacía reservarse para cuando no pudiera aguantar más. De momento, lo más interesante era salvar la vida.

Otra descarga radiónica chasqueó contra la roca.

Kaydin se dijo que era preciso solucionar el asunto de una vez.

De nuevo dirigió la vista hacia la burbuja. Una idea se le ocurrió de repente.

Apartó a un lado el plástico que había sido su salvación y escrutó la caja de víveres y pequeños repuestos. Una sonrisa de júbilo se dibujó en sus labios.

Había un arma de reserva. Ni él mismo sabía cómo la había puesto en la burbuja tiempo atrás. Tal vez, se dijo, lo había hecho para impresionar a futuros compradores de sus artículos, entre los que, naturalmente, figuraban burbujas de salvamento.

Extrajo el arma y la situó en posición de funcionamiento. Era, sencillamente, una pistola proyectora de pensamientos.

Durante unos segundos, tuvo el arma en contacto con sus manos, mientras concentraba la mente en las imágenes que deseaba reproducir. Luego, lenta y cautelosamente, estiró el brazo y situó el proyector en lo alto de la roca, encarando su cañón al centro de las, posiciones ocupadas por sus adversarios. A continuación, presionó la tecla de contacto.

Inmediatamente sonaron gritos de alarma.

—¡Por allí!

—¡Se escapa!

—¡Corran tras él! ¡Hay que atraparle vivo! –ordenó alguien, con la suficiente autoridad para hacerlo.

Kaydin vio a varias figuras que corrían frenéticamente hacia su izquierda y a unos ciento cincuenta metros de distancia. Hubiera sido para reír a carcajadas, de no ser porque aún no había resuelto su crítica situación.

Los brocbarianos corrían tras una imagen ficticia, infiltrada en sus mentes por el proyector. Perseguían a un fugitivo que continuaba aún en el mismo sitio y gritaban frenéticamente ordenándole detenerse.

Kaydin dejó que se alejasen quinientos o seiscientos metros. Luego, de pronto, se puso en pie de un salto y echó a correr hacia la nave brocbariana.

La escasa gravedad del asteroide le permitía dar saltos gigantescos, de hasta treinta y más metros de longitud. Kaydin procuraba no elevarse demasiado, sino saltar más bien en sentido casi horizontal. Así, en menos de dos minutos, se situó a cincuenta o sesenta metros de la abierta escotilla de la nave.

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