Lo consiguieron porque no sabían que era imposible.
Las tres fuerzas
Existen frases en nuestro castellano que están tan manidas y sobadas que terminan por perder su sentido. Entre ellas, quizás más que ninguna, «Solo se vive una vez». Pero es que, mientras no venga alguien del más allá o un reencarnado a desmentirlo, la frasecita está llena de razón.
«Solo se vive una vez» y, a veces, se nos olvida. Lo obvio es tan obvio que, en ocasiones, lo obviamos. Y esa frase es como una lección de la vida. Pero no existen profesores que te enseñen esto. O al menos eso pensaba yo... hasta que conocí a Jesús Calleja.
A lo largo de mi vida he conocido gente maravillosa que, con su ejemplo, sus acciones y sus pensamientos, me ha ayudado a entender en qué consiste esto de vivir. Sin querer aleccionar, sin pretender, sin ser más que nadie. Pero quizás conocer a Jesús ha sido una de las experiencias más reveladoras de mi vida. Observarlo, escucharlo, entender el motor que mueve su vida. Un motor que resulta ser de un número infinito de caballos.
Jesús se autodenomina aventurero, aunque muchos lo catalogan de «flipao», «loco», «colgao», «un tío que arriesga su vida a cada momento». Y yo era uno de esos catalogadores. Pero he conseguido entender que, si hay alguien que ama la vida más que nadie, ese es él. Una persona que se pone como meta conocer el mundo entero a través de la aventura no es alguien con desapego a la vida. No he conocido a nadie más enamorado del hecho de estar vivo que él.
Vivir con la máxima intensidad posible minimizando el riesgo. No es mala fórmula, ¿no crees?
El libro que tienes entre las manos es el más personal de Jesús Calleja. No se centra tanto en contar sus múltiples aventuras —que, créeme, tendría para cientos de tomos—, sino en cómo ha llegado a ser el hombre que es. De cómo un «tirillas» nacido en León, apasionado de la montaña, aunque ganándose la vida con unas tijeras de peluquero en la mano, ha llegado a ser uno de los hombres más queridos y conocidos de España por su manera de ver el mundo.
Alguien que ha subido prácticamente solo al Everest no es una persona que se rinda con facilidad. Por eso estamos ante un ser humano con lo que yo llamo «las tres fuerzas»:
• La fuerza física. La de los músculos, las manos y los pies duros; la que surge del entrenamiento diario, de las horas de escalada, de las carreras.
• La fuerza mental. La que te empuja a subir un metro más cuando el cuerpo no te responde; la que engaña a los músculos, a la memoria e incluso a los sentidos para convencerlos de que sí se puede un poco más.
• La fuerza del corazón. La que no se entiende, esa que la tienes o no la tienes; la fuerza que surge de la fe en conseguirlo. Quizás sea la fuerza más salvaje, la fuerza que te hace estar en contacto con la naturaleza, los dioses y lo más antiguo de esta Tierra. Y perdona que roce las cotas del misticismo con este tema, pero el aludido lo merece.
He tenido la suerte de vivir doce días con Jesús Calleja y su equipo y en ellos he aprendido a escalar paredes que ni me imaginaba. He corrido a temperaturas, humedades y desniveles enfermizos. He remado en piragua entre los manglares. He luchado con un profesional de boxeo tailandés... Y todo esto no lo hubiera hecho si este personaje no hubiera creído en mí.
No soy yo persona de rendirme, pero me cuesta afrontar cosas que creo que no voy a superar. Y Jesús me cambió el chip: ¡sí se puede!
Se puede escalar un poco más alto, correr unos minutos más; se puede estar de buen humor ante la adversidad; se puede superar una enfermedad, encontrar el trabajo de tu vida, conquistar a la chica a la que amas; se puede ser feliz: cada uno con sus cartas puede hacer la jugada de su vida.
He aprendido con él que las toallas son para secarse el sudor, pero nunca para tirarlas.
He disfrutado tanto escuchando sus vivencias que me pareció el auténtico protagonista de una de mis películas preferidas, Big fish. Jesús es el mejor contador de historias que he escuchado jamás, no por lo bien que las cuenta ni por lo divertidas que son, sino porque ha sido el protagonista de cada una de ellas.
Gracias por esta gran lección, Jesús. Gracias por animarnos a ser los protagonistas de nuestras propias aventuras. Gracias por haber hecho de ese «tirillas» de León la persona que de niños todos queríamos ser.
Lector: disfruta la aventura de este libro y, cuando la acabes, ¡empieza la tuya!
D ANI R OVIRA
Antes de partir
No hay nada imposible. Cuando tenemos un sueño, lograrlo depende de nosotros mismos, de la capacidad de lucha que tengamos para alcanzar nuestros objetivos. Eso es así en cualquier faceta de la vida de cualquier persona.
Yo voy siempre de aquí para allá, poniéndome a prueba en aventuras emocionantes, descubriendo otras culturas en viajes exóticos, conociendo a gente que me alucina. Me dedico a la actividad que más me gusta, la montaña, pero en las expediciones descubro otros muchos deportes que me interesan y me exigen aprender.
Mucha gente me dice que envidia la vida que tengo. Me ven como alguien que puede vivir todo el año de lo que más le gusta. Y es verdad que he encontrado un equilibrio perfecto para llevar a cabo la vida que me apasiona.
Tal vez mi caso llame más la atención, pero estoy seguro de que muchas personas viven de lo que les apasiona, aunque no sean actividades tan llamativas.
¿Cómo lo he logrado yo? Seguramente gracias a una mezcla de decisiones personales, pero también de acontecimientos ajenos a mí que explico en este libro. Han intervenido las coincidencias, mi forma de afrontar las cosas, la gente maravillosa que me he ido encontrando...
Tengo la convicción de que si tomas la vida como una aventura, independientemente de lo que hagas, acaban sucediendo grandes cosas. Con ilusión, humildad, esfuerzo, compañerismo y humor cualquier plan puede llevarse a buen puerto.
Yo diría que lo que más me ha ayudado en mi carrera como explorador es ser perseverante, hasta pesado. Todo un «cazurro» de León. Soy tan insistente que cuesta que me digan que no. Cuando detecto lo que quiero, voy a por ello como una tromba, muy rápido, ¡a veces demasiado!
Procuro seguir mi intuición, y valoro por encima de todo vivir con libertad. Esa es una de las cosas que quiero compartir en este viaje contigo: no deberíamos renunciar jamás a nuestros sueños. Hay que luchar por ellos. La determinación te lleva a insistir, a intentarlo una y otra vez, a no abandonar tu proyecto ni rendirte jamás.