Infancia esteparia, sueño californiano, Buffalo Springfield, Crosby y sus colegas, Crazy Horse… Ácidos, copas, escándalos, mujeres, acordes inextinguibles, desacuerdos… Regresos, vueltas y revueltas… Ésas son las claridades, ¿pero qué hay detrás o debajo de las sombras? Neil Young es una leyenda en ejercicio, una figura insoslayable del canon roquero desde los ya lejanos sesenta y además un enigma. Al menos hasta ahora. Porque el muy esquivo sujeto, aquejado tal vez de una brusca simpatía, decidió cierta mañana mostrarnos el sanctasanctórum de sus recuerdos e intimidades. Ese improbable experimento confesional es este libro: una voz cantante escrita de puño y letra (no hay fantasmas por medio) que nos presenta el calidoscópico panorama de una vida y una música ejecutadas hasta la médula, que nos conduce desde las nieves de Ontario a los edenes hawaianos pasando por las calles alucinadas de Los Ángeles en los albores de la gran turbulencia. Estamos, pues, ante el «relato definitivo» (tópico por una vez justificado) de un viaje obstinadamente inenarrable o, como afirma un crítico sin duda perspicaz, ante «la historia del rocanrol abierta en canal, en primera persona y en presente de indicativo».
Neil Young
Memorias de Neil Young: el sueño de un hippie
ePub r1.1
Gregory 11.05.15
Título original: Waging Heavy Peace: A Hippie Dream
Neil Young, 2012
Traducción: Abel Debritto Cabezas
Editor digital: Gregory
ePub base r1.2
Para Ben Young, mi héroe, mi guerrero.
Y para su madre, hermano y hermana.
Neil Percival Young (Toronto, Ontario, Canadá, 1945), es un músico, compositor, productor y director de cine.
Aventurar una breve semblanza biográfica de Neil Young es extensamente superfluo, sobre todo cuando el lector cuenta con unas estupendas memorias recién salidas del horno. Pese a ello diremos que este señor ha tocado todos los palos del rock y sus variados aledaños; que ha publicado (en solitario o en buena compañía) 52 álbumes, muchos de ellos inolvidables; que se ha casado dos veces; que tiene tres hijos y un rancho; que adora los coches viejos y los trenes eléctricos entre otras adoraciones; y, por fin, que la música popular contemporánea (es decir, la cultura contemporánea) sería otra sin su gigantesca presencia. Sería, simplemente, mucho menos jugosa.
Notas
[1] Fisker es un coche híbrido eléctrico. Se trata de una broma, tal como Neil Young aclaró tras consultárselo personalmente. (N. del T.)
Capítulo uno
Broken Arrow Ranch, primavera de 2011
La familia Young: padre Neil, madre Pegi, hijos Amber y Ben
Arranqué la cinta adhesiva de la caja de cartón. En el suelo había un montón de papel de regalo. Ben miraba desde la silla y Amber y Pegi estaban sentadas a mi lado. Con cuidado, extraje de la caja un objeto pesado. Estaba envuelto en más papel de regalo y en una capa gruesa de un material protector esponjoso. Entonces lo vi: un intercambiador de locomotoras con un distintivo hecho a mano de Lionel. Curiosamente, no era un Lionel de verdad. Debía de tratarse de un prototipo. En la caja había una nota escrita de puño y letra por Lenny Carparelli, uno de los numerosos italoamericanos vinculados de una forma u otra a la historia de Lionel, una empresa de la cual todavía poseo una pequeña parte. Leí la nota. La maqueta era de la General Models Corporation. Era un intercambiador bien bonito y se trataba del prototipo que Lionel había empleado para crear su propia maqueta. Tal como indicaba la nota, eso había sucedido antes de que los pleitos empresariales y los secretos profesionales se hubieran adueñado por completo del mundo de la creatividad y del diseño.
En vacaciones, Pegi siempre me regala objetos para coleccionista de Lionel; tengo una amplia colección de rarezas expuestas en una cristalera en una habitación con una enorme pista para trenes. No se trata de una pista normal, pues el paisaje lo forman tocones de secuoya, que hacen de montaña, y musgo para los prados. La red de ferrocarriles ha pasado por un momento duro, tras lo cual se ha producido una sequía. El trabajo en las vías férreas, antes realizado por equipos de chinos infatigables, ha quedado abandonado. Ahora unas máquinas de vapor chinas caras y detalladas de Lionel cruzan las vías. Mi red de ferrocarriles es en cierto modo histórica, pues en ella se idearon y desarrollaron a partir de cero los sistemas de sonido y de control de comandos de Lionel. Luego se ajustaron sobre ella los prototipos y se creó y probó el software para, de nuevo, volver a reprogramarse y probarse en infinidad de ocasiones. En suma, un auténtico quebradero de cabeza, diríase, todo lo relativo al desarrollo de esos componentes electrónicos. La historia arranca, en este punto, con el nacimiento de Ben Young.
Ben nació tetrapléjico justo cuando yo volvía a aficionarme a los trenes, pasatiempo que de niño me enloquecía. Diseñar juntos la pista fue uno de los momentos más felices de mi vida. Él todavía estaba en el moisés cuando miles de trabajadores chinos tendieron la vía, trabajando sin descanso día y noche. Ben observaba mientras trabajábamos. Al cabo de unos meses llegó el momento de poner en marcha los trenes, y luego diseñé un sistema de agujas que Ben podía accionar apretando un enorme botón rojo. Nos costó mucho, pero le resultaba gratificante ver cómo podía accionar el mecanismo sin ayuda; lo cual parecía conferirle cierta sensación de poder.
Sin embargo, eso fue hace treinta y tres años; ahora estoy limpiando las cristaleras tras las cuales mis preciados objetos de Lionel se encuentran a salvo y a la vista de todo el mundo. Tampoco es que venga mucha gente. Las visitas pueden contarse con los dedos de una mano, y es una pena si se tiene en cuenta el trabajo que ha supuesto escenificar esta especie de exposición. La mera observación de la exposición y de la pista puede llegar a provocarte una suerte de experiencia zen. Su contemplación me permite rememorar y revisitar el caos, las canciones, las personas y las emociones de mi niñez que todavía me acompañan. No es mal método, pero tampoco del todo recomendable. Durante meses se amontonan las cajas por doquier y los trenes descarrilados recubiertos por el polvo, y de pronto, milagrosamente, irrumpo de nuevo en escena, lo limpio y organizo todo durante horas y horas, ocupándome de cada detalle hasta que todo vuelve a ir, literalmente, sobre ruedas. Producto, a buen seguro, de una conjunción astral que suele anunciarme el desenlace inminente de otros procesos creativos.
Recuerdo que un día David Crosby y Graham Nash vinieron a verme a un establo que había convertido en sala de trenes, durante la grabación de American Dream, gran parte de la cual se hizo en Plywood Digital, que no era sino otro establo que había transformado en estudio de grabación en el rancho. Teníamos una camioneta aparcada en el exterior con un equipo de grabación y estábamos preparando varias canciones nuevas. Estábamos entusiasmados de volver a tocar juntos. Crosby ya no se drogaba, se estaba recuperando de la adicción a los chinos de cocaína, acababa de salir de la cárcel por algo relacionado con un arma cargada en Texas, y era propenso a echarse una siesta entre toma y toma. Todavía estaba desenganchándose y se esforzaba al máximo porque el grupo y la música eran su mayor pasión. No conozco a nadie a quien le apasione tanto la música. Graham Nash ha sido su mejor amigo desde hace mucho tiempo, en la salud y en la enfermedad, y la manera que tienen de cantar juntos da fe de cuán intensa es su relación.