Canción
Ve y trae una estrella fugaz.
Deja encinta una mandrágora,
Dime dónde están los años pasados,
O quién partió el pie al Diablo,
Enséñame a escuchar el canto de las sirenas,
O a alejarme de la punzada de la envidia,
Y encontrar
Con el viento
Capaz de adelantar a una mente honesta.
Si naciste con el don de ver cosas extrañas,
O las cosas invisibles,
Cabalga diez mil días con sus noches,
Hasta que la edad tiña tus cabellos de nieve,
Con todo, cuando vuelvas contarás
Las maravillas que te ocurrieron
Y jurarás
Que en ningún lugar
Habita mujer justa o que diga verdad.
Y si encuentras una, házmelo saber,
Peregrinaje tal fuera dulce,
Aun así, no lo haría, no,
Aunque viviera en la puerta de al lado.
Aunque fuera sincera cuando la conociste,
O aunque lo fuera cuando me escribiste,
Tan pronto como llegue,
Habrá sido infiel
Con dos, o puede que con tres.
John Donne (1572-1631)
Para Gene y Rosemary Wolfe
Colección Brainstorming nº 7.
STARDUST.
Título original: "Stardust".
Primera edición: mayo 2001.
© 2001 by Neil Gaiman.
© 2001 NORMA Editorial por la edición en castellano.
Fluvià, 89. 08019 Barcelona.
Tel.: 93 303 68 20 - Fax: 93 303 68 31.
E-mail: norma@norma-ed.es
Traducción: Ernest Riera.
Ilustración portada: Homs.
Depósito legal: B-5465-2001. ISBN: 84-8431-321-2.
Printed in Spain.
www.norma-ed.es
El joven Tristran Thorn está dispuesto a hacer cualquier cosa para conquistar el frío corazón de su amada Victoria, incluso a prometerle que le conseguirá la estrella que ambos ven caer una noche. Para cumplir su palabra, Tristran deberá cruzar el muro que separa su pueblo del País de las Hadas, un vasto territorio donde nada se parece a lo que él ha conocido, donde ni siquiera las estrellas tienen forma de estrella y donde los duendes y los espectros campan a sus anchas. En ese mágico lugar, el joven no sólo hará cambiar su futuro, sino que también descubrirá cosas de su pasado que no podía imaginar. Con la ayuda de un unicornio, un barco pirata que surca el cielo, un árbol muy sabio y una florecita de cristal... ¿conseguirá Tristran el amor de su dama?
Neil Gaiman es autor de varios libros infantiles. Además de ser autor de los guiones de varias películas basadas en sus escritos, es también autor de varias novelas para adultos y de la serie de novelas gráficas Sandman. Entre los numerosos premios que se le han concedido están el World Fantasy, el Hugo, el Nebula y el Bram Stoker. Aunque nació en Gran Bretaña, ahora vive en Estados Unidos.
Capítulo 1
Donde sabemos del pueblo de Muro y del curioso
acontecimiento que allí se sucede cada nueve años
H abía una vez un joven que deseaba conquistar el Deseo de su Corazón.
Y aunque este principio no sea, en lo que a principios se refiere, demasiado innovador (pues todo relato sobre todo joven que existió o existirá podría empezar de manera similar), sí que encontramos en este joven y en lo que le aconteció muchas cosas inusuales, aunque ni siquiera él llegó a saberlas todas.
La historia empezó, como muchas historias han empezado, en Muro.
El pueblo de Muro se alza hoy, como se ha alzado durante seiscientos años, en una alta elevación de granito, rodeada de una pequeña fronda boscosa. Las casas de Muro son robustas y antiguas, de piedra gris, con tejados de pizarra negra y altas chimeneas; aprovechando al milímetro la roca, las casas se apoyan las unas sobre las otras, algunas incluso se encabalgan, y aquí y allí un arbusto o un árbol crece junto a la pared de un edificio.
Hay un camino que lleva a Muro, un sendero serpenteante, delimitado por rocas y piedrecitas, que asciende bruscamente a través del bosque. Más allá, a una considerable distancia, el camino se convierte en una auténtica carretera, pavimentada de asfalto; aún más allá, la carretera se hace mayor y está llena a todas horas de coches y camiones que corren de ciudad en ciudad. Si te tomas el tiempo suficiente, la carretera te llevará hasta Londres; pero Londres está a más de una noche en automóvil de Muro.
Los habitantes de Muro son una raza taciturna, compuesta por dos tipos bien distintos: los nativos de Muro, tan grises, altos y robustos como la elevación de granito donde se construyó el lugar; y el resto, que con los años han hecho de Muro su hogar y lo han poblado con sus descendientes.
Bajo Muro, al oeste, está el bosque; al sur hay un lago traicioneramente plácido alimentado por los arroyos que descienden de las colinas detrás de Muro, al norte. Hay campos sobre las colinas, donde pastan las ovejas. Al este hay más bosques.
En las inmediaciones de Muro, por el este, hay una elevada pared de roca gris, de la que el pueblo toma su nombre. Esta pared es vieja, está compuesta de bastos bloques de granito tallado; sale del bosque y vuelve a entrar en el bosque.
Tan sólo hay una abertura: un paso de unos veinte metros de ancho, que se extiende por la linde del pueblo hacia el norte.
A través de la abertura en la pared se puede ver un gran prado verde; más allá del prado, un arroyo: y más allá del arroyo, árboles. De vez en cuando, a lo lejos, se aprecian formas y figuras entre los árboles. Son enormes figuras y figuras raras, y pequeñas cositas brillantes que destellan y chisporrotean y desaparecen. Aunque es un prado ideal, ninguno de sus moradores ha conseguido criar animales en las tierras que se extienden al otro lado del muro, y tampoco han sido utilizadas para el cultivo.
En su lugar, durante cientos, quizá miles de años, han montado guardia a ambos lados de la abertura del muro y han hecho todo lo posible por ignorar el otro lado.
Aún hoy, dos hombres del pueblo montan guardia a ambos extremos de la abertura, noche y día, en turnos de ocho horas. Llevan bastones macizos de madera. Flanquean la abertura por el lado que da al pueblo.
Su principal función es evitar que los niños del pueblo atraviesen la abertura y pasen al prado, o aún más allá. También deben evitar que un ocasional paseante solitario, o uno de los pocos visitantes de la ciudad, haga lo mismo y cruce la entrada.
A los niños se lo impiden, simplemente, exhibiendo su destreza con el bastón. Con los paseantes y visitantes son más inventivos, y tan sólo usan la fuerza física como último recurso, si las patrañas de la hierba acabada de plantar o del toro peligroso que anda suelto no bastan.
Muy raramente acude a Muro alguien que sepa lo que está buscando, y a veces a esta gente se la deja pasar. Tienen una cierta mirada que, una vez se reconoce, jamás se puede olvidar.
En todo el siglo XX, no ha se ha conocido ningún caso de robo procedente de la otra parte del muro, y así se cree, hecho del que los habitantes se enorgullecen.
La guardia se relaja una vez cada nueve años, el Primero de Mayo, cuando una feria se instala en el prado.
Los hechos que siguen tuvieron lugar hace muchos años. La reina Victoria estaba en el trono, pero le faltaba mucho para ser la viuda vestida de negro de Windsor: tenía manzanas en las mejillas y vivacidad en el paso, y Lord Melbourne a menudo tenía razones para reprender, gentilmente, a la joven reina por su frivolidad. Todavía no se había casado, aunque estaba muy enamorada.
Charles Dickens publicaba por entregas su novela Oliver Twist; Draper acababa de tomar la primera fotografía de la luna y congelaba su pálido rostro, por primera vez, sobre frío papel; Morse había anunciado un sistema para transmitir mensajes a través de cables de alambre.