Introducción
Brian Chesky y yo, sentados uno frente al otro en las sillas de terciopelo y alto respaldo, nos sentíamos de la realeza en el bar del hotel Fairmont San Francisco.
Eran los primeros días de noviembre de 2015 y nos reunimos para proponerle la idea de escribir un libro acerca de su compañía, la plataforma Airbnb para “compartir casa” (frase que la compañía hizo famosa). Era un poco irónico que estuviéramos en un hotel, aunque no era cualquier hotel. Estábamos en el mismo lugar que albergó al congreso internacional de diseño en 2007, justo el que saturó la oferta hotelera de San Francisco y les dio a Chesky y su cofundador Joe Gebbia la tonta idea de rentar colchones inflables en el piso de su departamento, en el distrito South of Market (SoMa).
De hecho, a menos de 10 metros de donde estábamos sentados, en aquella ocasión Chesky se acercó a uno de sus diseñadores favoritos para contarle sobre su nueva idea de negocio, sólo para que la descartara como ridícula. (“Espero que no sea lo único en lo que estés trabajando”, fueron sus palabras.) Este comentario marcaría el inicio de un largo camino de rechazos dolorosos y burlas. Pero también marcó el inicio de Airbnb, la compañía que ahora dirige Chesky, una empresa gigante valuada en la actualidad en 30mil millones de dólares en el mercado privado, con 140 millones de “llegadas de huéspedes” (término de la compañía para registrar a los viajeros que reservan en su plataforma) y un inventario de tres millones de alojamientos. (Nota: la frase “llegadas de huéspedes” se refiere al número de personas que llegan a un alojamiento de Airbnb en un viaje nuevo, un término que la compañía usa para ser coherente con los estándares internacionales de turismo. De ahora en adelante nos referiremos a este número como “llegadas de huéspedes” o “huéspedes”.) En la actualidad Chesky sólo va a los hoteles cuando tiene una reunión. Vino a éste para asistir al Fortune Global Forum, la reunión anual de los CEO de todo el mundo, realizada por mi lugar de trabajo: la revista Fortune. La charla de Chesky estaba entre Leon Panetta, el ex secretario de la Defensa de Estados Unidos, y Jamie Dimon, CEO de JPMorgan Chase.
Chesky y yo nos reunimos en el salón para hablar sobre el proyecto que le quería proponer. Pensé que estaría abierto a mi idea, y lo estaba, pero con algunas reservas. “El problema con un libro —me dijo, después de pensarlo— es que se trata de la huella fija de una compañía en un momento particular en el tiempo.” No estaba muy segura de qué quería decir, así que le pedí que me explicara más. “Tengo 34 años. Nuestra compañía es joven. Todavía vamos a hacer muchas cosas.” Su punto era que estaban al principio del juego. Lo que publicara en 2017 sobre Airbnb pronto sería obsoleto y eso recordarían los lectores. Las redes sociales, señaló, ya estaban atrasadas: “Donde todo el mundo piensa que Airbnb está en la actualidad, es donde estábamos hace dos años.”
El pensamiento de Chesky reflejaba su ambición tanto como su pragmatismo. Pero dijo que estaba abierto a cooperar con el libro y que confiaba en mí para hacerlo bien. La reunión duró 10 minutos. Era un buen día: la noche anterior, después de una larga batalla, Airbnb había vencido con éxito una iniciativa de votación para restringir sus operaciones de forma dramática en San Francisco. Pronto, Chesky se iría a París para asistir al Open de Airbnb, la celebración anual de la compañía para sus “anfitriones” (la gente que entrega el producto sobre el que se basa la plataforma de Airbnb). Cuando dejábamos el salón me contó lo que habían planeado: en una sola noche cientos de anfitriones parisinos se programaron para abrir sus hogares y hacer una serie de cenas coordinadas por toda la Ciudad de la Luz. “Será una de las fiestas simultáneas más grandes del mundo”, me dijo con emoción.
Y así, sin más, el multimillonario de 34 años salió del salón.
La primera vez que escuché hablar de Airbnb fue en 2008. En aquella época estaba a cargo de la sección que cubría el lado más extravagante de los negocios en la revista Fortune. Nos enteramos de que durante las elecciones presidenciales de 2008 una pareja de emprendedores recibió mucha atención por vender cajas de cereales ficticios llamados Obama O’s y Cap’n McCain’s (ediciones para coleccionistas). Estos jóvenes se acababan de graduar de la Facultad de Diseño de Rhode Island (RISD, por sus siglas en inglés). Estaban tratando de generar publicidad de boca en boca para su startup recién formada. Se llamaba AirBed & Breakfast y permitía que la gente rentara cuartos en sus casas a las personas que necesitaban un lugar donde quedarse. Pensé que la idea de negocio en sí no era nada nueva, pero el truco de los cereales fue audaz y ganó un poco de atención nacional, así que publicamos un pequeño artículo en Fortune. No le dediqué más que un pensamiento pasajero.
Pero durante los siguientes dos años la compañía empezó a hacer más ruido, subiendo al radar de nuestro equipo de reporteros de tecnología. De manera interna, alguien dijo que debíamos ponerles atención. Espera un minuto, pensé. ¿Esos jóvenes? No estaba involucrada con la cobertura tecnológica de Fortune, lo que significaba que no siempre sabía lo que decía cuando se trataba de compañías que surgían de Silicon Valley. Pero también sentía que esa distancia me daba una perspectiva sana sobre la euforia vanidosa que parecía flotar en la región. Como la guardiana de la lista “40 under 40” de Fortune, también estaba acostumbrada a las presentaciones apasionantes de compañías que aseguraban que cambiarían el mundo en 12 meses, sólo para terminar con los humos abajo de manera significativa al año siguiente. A veces sentía un poco de placer en señalar que ciertas ideas eran exageradas, pretenciosas y demasiado publicitadas. Pensé que esta nueva compañía era una de ellas.
Hice una lista mental de otras empresas existentes que ofrecían la posibilidad de rentar la casa de alguien o un espacio dentro de ella: HomeAway.com, VRBO.com, Couchsurfing.com, BedandBreakfast.com. Me pregunté qué tendría de diferente esta nueva compañía. Recuerdo que un día me quejé con un colega y le dije: ¿De verdad esas startups tecnológicas creen que pueden tomar una idea antigua y poco original, arreglarla con un sitio web minimalista, fácil, moderno, diseñado de forma amigable… y lanzarla de regreso al mercado como algo nuevo?
Pero esta compañía sería diferente de todas las demás… y en poco tiempo eso se volvería claro. Pronto, Airbnb se volvió una “cosa”. Podías rentar la casa de alguien por una noche, pero también la gente empezó a subir espacios más extravagantes: una casa de árbol, una casa en un bote, un castillo, un tipi. En especial, los millennials se sintieron atraídos por esta nueva forma de viajar accesible y aventurera; podías quedarte en casas de personas en colonias fuera del turismo convencional y conectar con almas de ideas afines, todo por un costo mucho menor que el de un hotel. Los alojamientos y las reservaciones se prendieron. Ya desde los primeros años, por ejemplo 2011, Airbnb recaudó 112 millones de patrocinadores, fue valuada por los inversionistas en más de mil millones de dólares y reservó un millón de noches en su plataforma. En los siguientes años esas cifras quedarían hechas polvo: un millón de reservaciones se convertirían en cinco, 10, 50… y luego 140 millones de “llegadas de huéspedes” al final de 2016 (de las cuales alrededor de 70 millones ocurrieron en los últimos 12 meses). Su valuación saltó de uno a 10, luego a 25 y después a 30 mil millones de dólares, donde se encuentra al momento de escribir este libro. Pero esta compañía todavía tiene una conciencia baja y poca penetración en el mercado de los alojamientos. Los análisis predicen que será mucho más grande que ahora.