Introducción
Fue el comienzo de algo extraordinario. Casi dos millones de personas acudieron en masa a Washington DC durante la semana del 19 de enero de 2009 para asistir a la ceremonia de investidura del presidente Barack Hussein Obama. Pero no todo el mundo había acudido tan sólo para ser testigo del evento. Entre la multitud apiñada, dispuesta a plantar cara al frío invernal del Atlántico Medio, dos grupos de jóvenes emprendedores de San Francisco estaban a punto no sólo de presenciar la historia, sino de hacerla.
Los tres fundadores de una página web poco conocida, llamada Airbedandbreakfast.com, decidieron acudir en el último minuto. Brian Chesky, Joe Gebbia y Nathan Blecharczyk convencieron a su amigo Michael Seibel, consejero delegado del sitio de streaming de vídeo Justin.tv, para que fuera con ellos. Todos eran veinteañeros sin entradas para la celebración, ni ropa de invierno o ni tan siquiera una idea muy clara del calendario de actos de aquella semana. Pero pensaron que estaban frente a una oportunidad. Su empresa llevaba poco más de un año arrastrándose a duras penas y arrojaba muy pocos resultados. En ese momento, los ojos del mundo iban a estar fijos en la capital del país y querían aprovecharlo.
Encontraron alojamiento barato en el DC: un apartamento en un destartalado edificio de tres pisos cerca de la Universidad de Howard que, al igual que muchas otras casas durante esos tiempos desesperados, iba a ser embargada. Las habitaciones estaban sin amueblar, salvo por un sofá cama que los tres fundadores cedieron a Seibel. Por las noches se apiñaban sobre el suelo de madera en colchones hinchables (cómo no) junto con su anfitrión, el gerente de un restaurante local.
Éste era, en realidad, un inquilino del edificio a la espera de su inevitable desalojo. Vivía en el apartamento del sótano y había usado la web de AirBed & Breakfast para alquilar el primer piso, que estaba vacío, así como su propio dormitorio,
Durante el día, los fundadores y Seibel repartían folletos de AirBed & Breakfast en la estación de metro de Dupont Circle.
—¡Alquila tu habitación! ¡Alquila tu habitación! —gritaban a los abrigados viajeros que, en su mayoría, pasaban de largo. De noche se encontraban con otros anfitriones de AirBed & Breakfast en la ciudad, acudían a todas las fiestas inaugurales que podían y respondían los numerosos correos electrónicos que les mandaba una clienta insatisfecha: la huésped del dormitorio del sótano. La señora había conducido su camioneta Volkswagen desde Arizona hasta DC con su perro de apoyo emocional, un chihuahua, y aparentemente no estaba muy entusiasmada con lo concurrido del alojamiento. En el aluvión de mensajes que mandó al correo de la empresa a lo largo de esa semana se quejó de estar segura de haber olido marihuana, de que le habían robado el zumo que había dejado en la nevera y de que la casa no cumplía con las regulaciones de la Ley sobre Estadounidenses con Discapacidades.
Llegó incluso a amenazarlos con llamar a la policía. Los fundadores de la empresa estaban sentados a sólo un par de metros por encima de su cabeza, haciendo lo que buenamente podían para aplacar la ira de uno de sus escasos clientes.
El día de la investidura, el grupo se levantó a las tres de la mañana para intentar conseguir un sitio con buenas vistas en el National Mall. Caminaron más de tres kilómetros para llegar, parando por el camino para comprar abrigos más gruesos, sombreros y bragas térmicas en un quiosco frente a una parada de metro. A las cuatro de la mañana encontraron hueco en el césped del área abierta al público general, a tan sólo unos pocos campos de fútbol americano de distancia del podio presidencial.
—Estábamos sentados espalda contra espalda, en medio del Mall, intentando mantenernos en calor —rememora Brian Chesky, ahora consejero delegado multimillonario de la por aquel entonces empresa en pañales, Airbnb—. Fue la mañana más fría de toda mi vida. Todo el mundo se puso a aplaudir cuando salió el sol.
Garrett Camp y Travis Kalanick también acudieron a las celebraciones de esa semana, y su experiencia fue casi igual de ignominiosa. Un amigo del comité inaugural, el inversor Chris Sacca, les había convencido para ir. Kalanick, un oriundo de Los Ángeles que acababa de vender su empresa emergente a la compañía de infraestructura web Akamai, había donado 25.000 dólares al comité inaugural a medias con Camp. Ambos tenían treintaypocos años y estaban llenos de optimismo sobre los próximos efectos transformadores de la tecnología, a pesar del derrumbe de la economía mundial. Su postura política era más bien ambivalente, pero no querían perderse un momento histórico o, lo que les resultaba igualmente trascendental, una fiesta importante.
Tampoco estaban preparados para el fasto de una investidura presidencial. Un par de días antes del evento volaron a Nueva York y se fueron a comprar esmóquines a un outlet de Hugo Boss. Por miedo a parecer gemelos, Kalanick optó por una pajarita y Camp por lucir corbata.
La noche previa a la inauguración acabaron haciendo cola por fuera del Newseum, intentando entrar en una fiesta organizada por el Huffington Post . Hacía viento y frío y sólo tenían un gorro de lana para los dos, que se iban poniendo por turnos de diez minutos cada uno mientras enviaban mensajes frenéticamente a uno de los anfitriones de la fiesta para que los dejara entrar.
El gran día, en vez de madrugar como los fundadores de Airbnb, Camp y Kalanick se levantaron tarde. Kalanick había alquilado una casa ostentosa cerca de Logan Circle en la web de alquileres vacacionales VRBO, pero estaba a unos pocos kilómetros del Mall y no había taxis disponibles. Acabaron por bajar corriendo, hombro con hombro, por las amplias avenidas del DC durante 30 minutos. Cuando por fin llegaron a sus asientos, situados junto a Sacca y sus importantes amigos de Silicon Valley por encima de la plataforma inaugural, se les enfrió el sudor, dando paso a un helor insoportable.