M. G. Pineda - El oscuro entresijo del pensamiento (Bruma oscura nº 2) (Spanish Edition)

Me despierto muy temprano. Entre la vigilia del sueño, veo entrar por la ventana los primeros acordes de una mañana triste. Miro¬¬ hacia mi lado. Alan duerme plácidamente.

Es el momento; debo salir antes de que se despierte.

Me levanto sin hacer ruido. No quiero despedirme de él, pues va a ser muy dura la despedida para mí. Salgo de la habitación, cojo toda mi ropa y me visto en el salón. Busco un papel y le dejo una nota. Escribo en ella lo que creo que es más correcto para evitar que se sienta mal. No quiero verlo antes de irme, así que dejo la nota sobre la mesa y luego salgo al pasillo. Cierro la puerta muy despacio, bajo las escaleras y me dirijo a la calle.

La fría mañana me da los buenos días. Como siempre, la niebla gris va devorando los edificios poco a poco. No me gusta la niebla porque me pone triste. Recuerdo mi ciudad, esa en la que la niebla es un fenómeno escaso. Allí hay más luz y claridad. Es el lugar en el que viviría toda mi vida.

Mi apartamento no está lejos del piso de Alan, así que llego pronto a mi casa y subo las escaleras. Ya en el pasillo, saco las llaves, abro la puerta y entro en el piso, el que hasta hoy ha sido mi vivienda. Cojo la maleta, la cual ya tenía preparada. La hice anoche, antes de ir a la casa de Alan. Salgo y cojo el ascensor, aunque no es de mi agrado. Bajo a la planta baja y me dirijo a la casa de Bruno. Creo que está despierto porque hay luz dentro. Toco el timbre de la puerta y no tarda en salir.

—Buenos días, Bruno —lo saludo—. Me voy, le dejo las llaves. Espero volver a verle pronto.

—Igual le digo, señorita Black. Espero que sea cierto y que venga a verme cuando regrese otra vez a esta ciudad.

—Lo haré sin duda. Gracias por todo.

Le doy la mano y me despido de este hombre tan amable y simpático.

El taxi ya ha llegado; lo he llamado antes de salir del piso. El taxista tiene la puerta abierta para mí y me subo al coche. Después de meter la maleta en el maletero, el hombre pone el taxi en marcha camino de la estación. Estoy en silencio todo el trayecto; solo se escucha la radio del taxi. Una vez que el coche para en la estación y tengo la maleta en mis manos, entro en el gran recinto. El altavoz está anunciando las salidas de los trenes. Paso por el control, enseño mi billete y salgo al andén, donde está el tren esperando a los viajeros más madrugadores.

A su debida hora, se pone en marcha. Cada vez me aleja más de Alan. El destino es caprichoso. Me he enamorado de un hombre casi veinte años mayor que yo. Me ronda una idea por la cabeza: «No voy a llamarlo». Tengo que saber lo que él siente por mí, si es amor o solo el deseo de acostarse con una mujer joven como yo. Mi cabeza me dice que estoy equivocada, pero no le hago caso a la voz interior de mi conciencia. Tengo que reflexionar desde la distancia, desde mi soledad.

El amanecer avanza lento y firme. Los primeros rayos de sol aparecen por el horizonte. Unas finas nubes decoran el tierno cielo azul. Me siento muy triste esta mañana, y no comprendo por qué. Me quedo mirando el horizonte, pero sin dejar de pensar en Alan. Podría haberme quedado junto a él, en su cama. Seguro que no sentiría este vacío que tengo en mi corazón, esta añoranza.

Sigo recordando mi despedida. La noche ha sido mágica, llena de sexo y amor. Cada vez que pienso en lo tierno que ha sido conmigo, mi sangre empieza a hervir y va recorriendo mis venas. Me siento húmeda con tanta rapidez que me sorprendo de mí misma. La noche anterior tuve un exceso de sexo. No es normal que yo sienta ganas de más. Creía que mi cuerpo ya había tenido bastante, pero no fue así, me pedía más. Solo con pensar en sus caricias, mi piel se estremece.

Miro por la ventanilla para intentar espantar los deseos y recorro el paisaje con la mirada. A lo lejos, observo los árboles, que parece que apenas se mueven. Siento el deseo de que ellos corran conmigo, pero los que hay más cerca de la vía los dejo atrás casi sin verlos.

Pronto estaré en mi ciudad, en mi casa. De nuevo, siento ese vacío dentro de mí, el cual me atormenta. No quiero sentirlo, no quiero pensar en nada que esté relacionado con lo sucedido. Quiero olvidarme un poco de lo ocurrido en la ciudad de Black Mists. No quiero pensar en el asesino, en nada, solo en vivir y trabajar con mis compañeros de la Unidad de Criminología.

Cierro los ojos; me siento muy cansada. El sueño está venciéndome.

El altavoz me sobresalta cuando escucho el nombre de mi ciudad:

—Próxima parada: High City.

Siento un verdadero alivio. Suspiro con una respiración profunda e intento destensar mis músculos. Una vez fuera del tren, me detengo en el andén, pongo mi maleta en el suelo y pienso en lo que debo hacer ahora. No le he dicho a nadie que llegaba, ya que quiero pasar unos días en mi casa disfrutando de mi soledad y sin ir a trabajar. Decido ir a la parada de taxis que se encuentra en la acera de enfrente. Sí, es lo mejor para llegar lo antes posible a mi casa.

Ir con la maleta caminando se me hace pesado porque mi barrio está muy lejos de la estación. Cuando llego a la parada, un hombre se acerca a mí y me saluda:

—Buenos días, señorita, ¿dónde la llevo?

—Buenos días.

Después de saludarlo, acto seguido le digo el nombre de mi calle. El hombre mete la maleta en el maletero y yo me acomodo en el asiento de detrás. El taxi se pone en marcha.

El coche para frente a mi casa, así que pago la carrera, entro en mi adorado hogar y meto la maleta en mi dormitorio. Todo está limpio y ordenado y las plantas bien regadas; mi amiga tiene que venir muy a menudo a cuidar de ellas. Coloco bien la ropa en el armario de mi dormitorio y luego voy a la cocina para controlar la despensa. No dejé reserva de comida cuando me fui, por lo que ahora tendré que hacer una lista interminable de cosas que comprar. Me dispongo a hacerla, y una vez que la termino, salgo a comprar. Mi nevera llora de pena por lo vacía que está.