© 2021, Editorial Escarabajo S.A.S.
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Bogotá, Colombia.
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© 2021, Camilo pineda
Diseño de portada: Manuela Córdoba
Ilustración de portada: Juan Sebastián Rivera
Diagramación y diseño del interior: Juliana Saray Ramírez
Diseño de la colección: Escarabajo Editorial SAS & Abisinia Editorial
Logo de la colección La tejedora de coronas: Manuela Giraldo Zuluaga & Tatiana Bedoya
Edición: Juan Manuel Gómez
Asistente de edición: Manuela Córdoba
ISBN:
978-958-53033-8-6
Queda hecho el depósito de ley.
Primera edición en Colombia Editorial Escarabajo S.A.S.
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida de forma total o parcial, ni registrada o transmitida en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor o la editorial.
Diseño epub:
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Prólogo
ESTA NECROSIS VIVA
En el 2021, año en que se aleja cada vez más la esperanza por el pronto fin de la pandemia, en Colombia, Camilo Pineda irrumpe sórdida y poderosamente en el presente canon literario —que se pretende muy humanista y alternativo— en una época donde abundan los textos sobre banderas políticas, la hiperemocionalidad sin compromiso económico, la adulación a los sentimientos de los narcos y la idealización de la ecología mediante la mercadotecnia. Con esta irrupción él escribe el escozor que nadie se atreve a nombrar.
La prosa de Cianuro para ratones no es lastimera ni pretende la compasión, tampoco pretende crear personajes con los que los lectores se identifiquen, admiren u odien. La crudeza de este estilo es la consolidación de la literatura callejera, sucia y agresiva de la gran violencia que se ha gestado en las ciudades colombianas desde la época del narcotráfico. Sin embargo, no invisibiliza la desigualdad social haciendo uso de la corrección política o de tendencias reaccionarias, y tampoco idealiza con discursos demagógicos sobre la moral un modelo artificial de chirrete muy inteligente y profundo. Desde la perspectiva juvenil de un paria, sin siquiera un lugar en su familia, Camilo Pineda escribe una literatura que profundiza la psicología de los personajes en vez de solo describir sus acciones y entornos, él no es un escritor turista atento a exotizar la violencia, sin prejuicios y sin moralejas, hace fluir con la jerga del parlache la sensación de desolación, la crudeza de la normalidad y la narración directa y sin titubeos que construyen el realismo chirrete de Cianuro para ratones.
La realidad violenta y sucia del lente bogotano de clase baja es lo que Camilo Pineda tiene para contarnos. Así, ir a San Andresito de San José y pasar por el gran muro de las camisetas de fútbol piratas, las tiendas de electrónica en los edificios viejos, los interminables locales de zapatillas de contrabando, y encontrarse a un muchacho comprando música en la calle, vendiendo comida rápida al lado de un local de chucherías es una escena que se puede encontrar en cualquier zona comercial de bajos recursos —con las respectivas diferencias culturales— tanto en Bogotá como en Nueva York, Bagdad o Pekín.
En este contexto, Augusto Rodríguez, protagonista de Cianuro para ratones, crece de la mano de su rabia. Pues, desde antes de nacer, en una ciudad como Bogotá, se le negó hasta la esperanza. Casi doscientos años de guerras civiles, tráfico de drogas, explotación ilegal de minerales, desplazamientos internos, miseria extrema, violencia y corrupción a todos los niveles, componen el día a día de quien sale de su madriguera para sobrevivir, con las uñas y los dientes, minuto a minuto.
Cianuro para ratones es una novela que le da una cachetada a Hobbes y a Rousseau, famosos por decir que el hombre nace malo o bueno. La metamorfosis del niño a la rata pone en evidencia que este mundo no es blanco ni negro, sino gris, tan gris como la contaminación. Nadie es inocente, pero nadie es completamente culpable. La hipocresía de esta sociedad, con su extrema violencia y sus ideales de felicidad y amor se contradicen. Sin valores que funcionen en la realidad nos hemos quedado sin un pedazo desde dónde vivir, por eso las ratas apuntan a matar sin pensar, negando a los que les hacen daño se afirman a sí mismas. De este modo, comienza la metamorfosis para convertirse en rata.
El desasosiego, la rabia, la crudeza y la violencia nos las va contando Augusto, mientras intenta justificar su propia vida con la simpleza de sus palabras, su agresividad, su ‘arrechera’ y su triste orfandad. Camilo Pineda es magistralmente certero al decir las palabras que conmueven y corroen el corazón de quien se deja guiar por su narración.
Cuando todos los que intentan ayudar a los demás son masacrados mediante las peores torturas y a los ojos de la sociedad son unos bobos, la falta de guía y de esperanza solo nos permite, como seres humanos, criarnos con miedo y sacar valores de la nada, porque “el vivo vive del bobo”. Así, hay muchos que tienen tatuado en la frente: “Siempre fue un no o un tal vez lo que me abrazó desde pelado y me hizo más gonorrea y despegado de las cosas y de la vida”. En esta novela a quien le imponen un ‘no’ en la vida se autodestruye para construir el nuevo relato de la violencia y la decadencia urbana, la falta de posibilidades y la carencia de esperanza.
Este libro es la voz de una ciudad que no se ha dado cuenta de que murió y que la podredumbre, las ratas y los gusanos son la única vida que puede habitar esta necrosis.
J UAN M ANUEL G ÓMEZ G ARCÍA
Bogotá D.C., febrero de 2021
Que me entierren con la picha por fuera
Pa´que se la coma un ratón
R OBERTO I NIESTA
La noche del mierdero con mi hermana salí corriendo de la casa. Duré unas cuatro horas por fuera, pensando y tratando de calmarme. Doce, trece, catorce o quince cigarrillos para sopesar la rabia. Recorrí absolutamente todo el barrio caminando y mordiéndome las manos. No todo podía ser tan malo. Cuando regresé ella ya no estaba por ahí. Debió haber llegado una ambulancia o cualquier vecino sapo a ayudarla y se la llevaría para el hospital. Ya el dolor en el pecho aparecía y el dolor de cabeza me empezaba a taladrar la conciencia. Sería más la culpa que llevaría el resto de mi vida dentro de mi corazón y mis manos, que los recuerdos amables que tuve con Ana.
Intenté dormir, pero no pude. Me levanté a revisar los estragos de mi ira — la que de niño me abrazaba y parecía no soltarme — con la que siempre estaba intentando lidiar: ponerla en una especie de bolsa de basura y metérmela en los zapatos para que se aplastara y no volviera a salir. Eso pensaba, pero no, eso no es ‘tan así’ como lo estoy escribiendo.
La sangre ya estaba seca. El vidrio del baño del segundo piso estaba roto y el lavamanos con el sifón tapado de tantos vidrios pequeñitos y filudos como espinas de dormidera. El rastro de sangre iba desde el baño del segundo piso hasta la puerta.
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