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Jaime Ruiz - La Posada Oscura (O la Historia de Juhan) (Spanish Edition)

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Jaime Ruiz La Posada Oscura (O la Historia de Juhan) (Spanish Edition)
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    La Posada Oscura (O la Historia de Juhan) (Spanish Edition)
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    2012
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La Posada Oscura (O la Historia de Juhan) (Spanish Edition): resumen, descripción y anotación

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________ La Historia de Juhan Manresa ________
La historia de Juhan Manresa
Por: Jaime Ruiz Artaza
12 de marzo de 2001
CAPITULO I

1689

I

Los fríos muros de piedra aún albergan resquicios de un invierno que se niega de nuevo a pasar. La luna tiñe de azul las sombras formadas por las espaldas de los muebles que no puedan ver las estrellas y las alfombras cambian su color, camaleónicas y salvajes, como mujeres que se arreglan cuando llega la noche.

Las huesudas y quebradizas ramas de desnudos árboles, algunos con fluorescentes musgos trepando por sus troncos, agrietan con su reflejo cada rincón del suelo del patio central de la casa. Sus esqueléticas formas s on como grandes lámparas araña de aceite de un palacio más lujoso que todos y mucho mayor que ningún otro.

Alguna bestia titiritera hace su ronda nocturna, agazapada y vigilante, por donde nadie ni nada pueda verla. Y en el viento, un pesado hedor a muerte baña el ambiente. Una enorme puerta preside la morada y en ella, un mazo, que golpeará una pequeña campana de cobre si alguien llama.

La noche que llegué allí, se podían escuchar aullidos guturales procedentes de ninguna parte pero siniestramente cercanos.

Un par de zapatos de cuero irlandés fuertemente curtidos, mi único traje de invierno y una bolsa con pan y vino como para abastecer mi apetito durante unos días eran mis únicas pertenencias. Si la noche no hubiera sido tan fría ni siquiera mi traje hubiera venido conmigo. Un trabajo fácil, una jornada bien pagada y un lugar donde nadie quería ir: el Castillo del Lodón.

Era noviembre y el invierno empezaba a hacer de las gotas de lluvia afiladas esquirlas de hielo, pero eso no era suficiente para acallar la excitación que bullía aquel día a mi alrededor.

Cansado por el camino a pie que me había tocado sufrir desde el pueblo de debajo del acantilado no recuerdo haberme sentido en peligro. Lo único, ver aparecer súbitamente ante mí, la retocada figura de una gran fortaleza, mal iluminada por algún rayo solitario y lejano , con su vasta puerta de madera y hierro cubierta de líquenes.

A mi izquierda, una especie de maza acabada en una bola de metal pendía de una cuerda y, algo más arriba, una campana decorada con unos ex traños dibujos, supongo que cará cteres indígenas y que no pensaba descifrar si no quería convertirme en pasto de los seres de la noche que me habían estado rondando ya demasiado tiempo.

Llamé una sola vez como se me había indicado y al rato se me abrió la puerta.

Envuelta en una manta color carne, una anciana señora de mirada perdida y temblores en las manos me indicó que la acompañase.

Entramos en un pequeño vestíbulo y luego a un salón iluminado por dos grandes velas, que revelaban los extraños dibujos de dos tapices que yacían colgados en una de las paredes. En otra, una ventana tapada con dos fuertes paños que resguardaban un poco del frío.

La vieja embuchada en lo que ahora distinguía era una piel animal comenzó a hablarme. Su pronunciación era más insegura que su caminar y en ningún momento me miró a los ojos. Sus palabras se perdían en el viento y no lograba entender lo que trataba de decirme. Al rato, quedó callada y dormida.

Me dirigí al vestíbulo por donde había entrado y dejé mi bolsa en el suelo. Me quité el abrigo empapado y lo colgué en un perchero de cuatro brazos que había allí. De nuevo, me acerqué a la señora que me había abierto la puerta y le pregunté por mi habitación. Casi entre sueños me indicó que subiera las escaleras.

Me quedé inmóvil por unos momentos. Aquella siniestra dama había abierto sus puertas a un desconocido sin asegurarse de quién era y luego se había quedado dormida mientras me hablaba. No era importante mi presencia en aquella casa y eso que de mi informe dependía el que ella siguiera viviendo allí.

Pero el cansancio cerró la caja de mis pensamientos y volví al vestíbulo. Cogí mis pertenencias y subí unas escaleras que parecían cubiertas de cierta arenilla y que debían llevarme a mi habitación... pero el piso de arriba no era lo que parecía. Podía haber allí treinta puertas idénticas y yo no sabía cuál me correspondía.

Una lámpara de aceite en medio del pasillo y sombras de puertas a habitaciones que niegan lo que esconden: qué ironía, un mes antes había descubierto, tras abrir una puerta cerrada como aquellas, a mi mujer y a mi mejor amigo haciendo el amor. Y ahora yo, trataba de echar de su casa a una vieja infeliz y casi ciega que no se daba cuenta de quien le manchaba las sábanas, ¡qué suerte la mía!.

El viento silbaba su tétrica oración y yo comencé a probar puertas. La primera... cerrada. Bien, a su derecha... cerrada. La de enfrente... cerrada. Podía haber estado un buen rato probando puertas, hasta que a mi espalda oí el crujir de la madera del suelo. Un paso entrecortado que me dio un vuelco al corazón. El viento había animado a algunos lobos a aullar, pero sus aullidos eran como gritos, como alaridos humanos...

La anciana. Mirándome.

Sacó una llave de su bolsillo y abrió una puerta, por cierto bastante lejana a la lamparilla.

Todavía no había salido del "sock" y la señora con su desagradable piel se había marchado. Y esta vez, ningún crujido había anunciado sus movimientos.

Masajeé mis ojos con mi índice y mi pulgar, gesto que solía hacer a menudo , y entré en la habitación. Era pequeña, como la de un hospital. Allí dentro, otra lámpara de aceite perfilaba el borde de una amplia cama. La cogí e iluminé el resto de la habitación. Era pequeña. Una mesilla, un mueblecillo que supuse me serviría de armario y... una nota. Sobre la cama, había un papel mal enrollado que pedía silencio por las noches y que cerrase mi habitación con llave, pa ra evitar robos y sucesos de similar indeseable clase. Pobre señora, a su edad pensaba que su posada seguía teniendo clientes. Supongo que su marido iría a la guerra y lo mataron. No tendría hijos ni nadie cercano a ella y aprendió a vivir sola.

Es cierto que desde que la gente dejó de creer en el milagro de la "Roca Roja" el pueblo ya no era lo mismo. La gente dejó que sus tiendas volviesen a tener mostradores con productos que el pueblo demandara y las posadas... tuvieron que cerrar. Yo no sabía mucho de aquel pueblo y de aquella gente, pero siempre supe que lo de la Roca había sido un fraude ideado por el alcalde (amigo del hermano de un amigo mío) para "traer dinero a casa", como seguro que dijo en su momento.

Hacía frío, pero tres grandes y mullidas mantas me iban a calentar de sobra. Apagué la luz y los ojos se me cerraron solos.

II

Me desperté por el ruido que venía del pasillo. Mi habitación no tenía ventanas, pero la luz entraba por la puerta como si las hubiera. Estaba descansado.

Quité el cerrojo y, ¡Dios Santo!, la luz que había visto procedía de las veintitantas lámparas encendidas que sujetaba toda aquella gente que se movía y correteaban nerviosos por el pasillo. Todo hombres, mal vestidos y rodeados por otras tantas puertas abiertas. Excepto una o dos, en todas parecía haber dormido alguien.

- ¿Que ocurre? - pregunté.

- Aquí nadie sabe nada - me dijo un chico llamado Tim. - Parece que a todos se nos había llamado para hablar con la señora dueña de la casa por un caso de desahucio.

El alterado personaje que estaba al lado de Tim me completó la historia:

- Llegué hace unos dos días y no me he despertado hasta hoy. A todos les ha pasado lo mismo.- aclaró tembloroso - ¡Y no parece haber nadie en el castillo!.

Los ojos de todo el mundo estaban abiertos de par en par y la adrenalina del ambiente hacía vibrar el mismo cielo. Parecía como esas jaulas llenas de ratoncillos que los científicos usan para sus experimentos, pero no me gustaba el hecho de que el papel de ratón me hubiera tocado a mí. Comencé a pensar sobre la noche que llegué y mi mente sólo me dio oscuridad, truenos y un par de ojos que no miraban a ninguna parte envueltos en una piel color carne. Bajé las escaleras y me dirigí al salón. Cerrado.

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