Lorena Salazar - Libérame: La Historia de Alexander

Bombay, India. Cinco años atrás …

—Mi papá nunca me obligaría casarme con un anciano como lo está haciendo tu padre con Alisha. — le respondo muy indignada a Indira.

Estamos sentadas en el jardín, alejadas del bullicio de la fiesta de compromiso de su hermana. Alisha, apenas acaba de cumplir dieciocho años y ya está comprometida con un hombre más viejo que su padre.

Estoy en shock todavía por la noticia, nuestras familias son cristianas, somos una minoría en mi país, en donde todos profesan la religión budista, y este hombre con el que piensan casarla no lo es. Ni siquiera eso les importa. Todo por dinero, es tan mezquino.

El señor Adani, tiene un negocio textil muy próspero, pero no es millonario, pertenece al mismo círculo de amigos que mi familia. Definitivamente somos privilegiados, pero no es dinero viejo. Son fortunas amasadas con trabajo y esfuerzo.

Siempre he visto al señor Adani, como un hombre amable y cariñoso con sus hijas. Hasta ahora, que ha entregado a su hija, al hombre que es dueño de una de las cadenas de tiendas departamentales más grande de la India. No soy estúpida y a mis diecisiete años de edad, sé que eso fue un gran negocio.

Ahora está planeando empezar a maquilar una línea de ropa que será vendida a nivel nacional. Todo auspiciado por una inyección muy fuerte de dinero de su nuevo yerno.

Eso lo escuché de mi padre, que le platicaba a mi madre de lo que eso le traería en ganancias a su empresa.

La casa de los Adani, es enorme y llena de sirvientes, pero su riqueza palidece ante la fortuna de Gautam Wadia, por lo que me ha contado Indira. Alisha, no desea casarse, quiere estudiar negocios. Siempre que platicábamos, me decía, que soñaba con salir de la India y recorrer el mundo. Eso ya no podrá ser. Su prometido ha expresado su deseo de tener un heredero inmediatamente después de su matrimonio.

El señor Wadia, es viudo y no tiene hijos, a sus casi cincuenta y ocho años, quiere formar la familia que siempre soñó. No puedo ni imaginar lo que será ser madre todavía siendo una adolescente.

Desgraciadamente a pesar de la época en la que vivimos, las costumbres en nuestro país someten a las mujeres a una vida de servilismo y sufrimiento. Siempre di gracias a mi familia por mantenerme alejada de esa realidad ajena a nuestra forma de vida. Ahora eso de lo que me creía a salvo, alcanzaba a mi círculo más cercano.

¿Qué clase hombre sacrifica a su propia sangre por dinero?

No puedo entender, como es posible que se disponga de la vida de una persona por un beneficio monetario. Normalmente el padre de la novia es el que ofrece una dote bastante generosa para casar a sus hijas esa es la costumbre, pero en este caso, el novio es el que ha pagado por ella, aunque el padre de Alisha pagará la boda, en el fondo es evidente que esto ha sido una transacción comercial y una muy lucrativa.

—Por supuesto que tu papá va a hacer lo mismo cuando sea el momento. A todas nos harán lo mismo. — la voz de Indira suena rota y triste. Está sentada a mi lado pero mira al suelo con sus manos posadas sobre su regazo.

—Te equivocas. Yo voy a entrar a la universidad y seré doctora como mi padre. — le contesto con vehemencia.

—Eso no va a pasar Neela. Es solo un estúpido sueño. Acéptalo, somos mujeres, lo que queramos no le importa a nadie. Tenemos que acatar los deseos de nuestros padres y ellos arreglan con quién y cuándo nos casaremos.

—Siento lo que le está pasando a tu hermana, es injusto, pero el único culpable es tu padre. Pero mi papá no es capaz de hacer algo tan bajo, no voy a casarme con alguien del que no esté enamorada. Te lo aseguro.

Molesta, me levanto dejándola sola, mientras Indira llora en silencio. Me marcho a toda prisa, tengo miedo. Miedo por su hermana y miedo por ella. Regreso a casa antes de que la fiesta termine. Ni si quiera me despido, mi casa está al lado de la de la familia de Indira, por lo que solo me basta con caminar unos metros para llegar a portón de la mía.

Me desvisto, colocando mi vestido tradicional en el sofá de mi habitación. Tomo una bata y me la paso sobre mi cabeza, me siento en la silla del tocador y me cepillo el pelo una vez que lo solté. Mi cabello es largo, casi cubre mi espalda, y desde pequeña mi madre me acostumbró a cepillarlo todos las noches. Al principio lo hacia ella y cuando crecí, seguí haciéndolo. Se convirtió en mi ritual nocturno.

Lista, con mi pijama y con mi cabello sujeto, y sin más pretextos, me meto en la cama. Tomo mi libro, pero no logro pasar de la misma página por más de diez minutos, no puedo leer, sigo pensando en el destino de Alisha.

Sin poder evitarlo lloro, un dolor y una angustia se estacionan en mi pecho, no sé cuánto tiempo pasa hasta quedarme dormida.

Unas horas más tarde, escucho la puerta abrirse y la luz del pasillo se filtra en la oscuridad de mi cuarto.