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Peter Sagan - Sagan. Mi mundo

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Peter Sagan Sagan. Mi mundo
  • Libro:
    Sagan. Mi mundo
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2018
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Sagan. Mi mundo: resumen, descripción y anotación

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Si en la línea de salida de una carrera hay cien ciclistas, cuando termine te podrán contar cien historias diferentes.

La mía va de lo que se siente al vestir el maillot arcoíris tres años seguidos.

Es algo que solo puedo contaros yo.

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Luz

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2015

INVIERNO

S i en la línea de salida de una carrera hay cien ciclistas, cuando termine la carrera te podrán contar cien historias diferentes. La carrera profesional de cada uno de esos cien ciclistas podría dar lugar a cien libros, todos únicos. Todo el mundo es excepcional, pero nadie es especial.

Quiero comenzar mi historia diciendo esto porque me parece muy importante que recordemos que todo el mundo tiene una historia que contar. La mía no es más valiosa que la de cualquier otro, pero sí es diferente. De la misma manera que la historia de cualquier otro es diferente a la mía, o la del resto.

Mi historia ha ido cambiando a lo largo de mi carrera. Cambió durante los últimos tres años, y lo seguirá haciendo durante los próximos. Incluso habrá ido cambiando según llego al final de este libro, como os ocurrirá a vosotros. Afrontémoslo, algunas de nuestras historias habrán cambiado mientras escribo esta misma frase.

Lo que intento decir es que no puedo contaros la historia de mi vida, porque mi vida es algo que está en proceso y cambia día tras día, igual que sucede con las vuestras y las de todo el mundo. Apenas tengo veintiocho años, así que espero que cuando me llegue el momento de contar la historia de mi vida, estaré sentado en un gran sillón de cuero, fumando un aromático tabaco en pipa, y mesando lo que quede de mi escaso cabello blanco. Pero lo que sí puedo contaros es lo que se siente al ser el campeón del mundo de ciclismo en ruta tres años seguidos. Y supongo que eso es algo que solo puedo contaros yo, porque nadie más ha sido capaz de ser el campeón tres años seguidos.

La vida puede cambiar en lo que dura un parpadeo. Algunas puertas se cierran, mientras que otras se van abriendo. Puedes ganar, o te puedes ir al suelo. En cuestión de un instante te puedes enamorar; o puedes perder a alguien muy cercano.

Incluso si nos atenemos a una verdad tan absoluta como esta, en enero de 2015 me vi en mitad de un cruce de caminos bastante peliagudo.

Tenía 24 años. Era de Žilina, en Eslovaquia, pero ahora vivía en Montecarlo. Había sido ciclista profesional durante los últimos cinco años, y en ese tiempo había logrado sesenta y cinco victorias, había sido campeón nacional cuatro veces y había ganado en tres ocasiones el maillot verde del Tour de Francia.

Pero por primera vez en mi carrera, iba a cambiar de equipo.

Supongo que debería ir un poco más atrás para explicar cómo llegué a este punto. Vayamos al principio.

De niño, me encantaba montar en bici y ganar carreras. La gente adora escuchar historias de cómo me presentaba en las carreras con la bicicleta de mi hermana, o con bicicletas que apenas habían costado unas míseras koruna en una gran superficie; y que, aunque llevase unas zapatillas de tenis y una camiseta, ganaba a todo el mundo. No voy a negar que todo eso sea cierto, pero, de verdad, tampoco es que fuera una proeza. Eslovaquia era un país emergente, en expansión después de décadas de hibernación a la sombra del telón de acero, y que, gracias al tan popular «divorcio de terciopelo», se estaba liberando de nuestra incómoda unión con los checos. Todos los niños vivíamos a lo grande y podíamos gritar todo lo que daban de sí nuestros pulmones. Yo tenía dos hermanos mayores, Milan y Juraj; y también tenía una hermana, Daniela. Mi padre me llevaba a todos lados para que pudiera correr en bicicleta. Lejos de Žilina, e incluso lejos de Eslovaquia: Polonia, la República Checa, Austria, Eslovenia, Italia… simplemente íbamos. Bicis de montaña, de carretera, de ciclocross… daba igual. Lo único que yo quería era competir. Porque ganaba, y eso me gustaba.

Estaba logrando tantas victorias que los equipos profesionales comenzaron a fijarse en mí. Durante mi último año como júnior, fui a hacer unas pruebas a la sede del Quick-Step, de la que han salido tantísimos grandes corredores a lo largo de los años. Me alojé en un edificio normal y corriente, que más bien parecía una fábrica, o la delegación regional de una compañía cualquiera, consciente de que los pasillos de ese lugar reverberaban con el eco de las jóvenes voces de tantísimos campeones de los últimos veinte años. Al final, fue precisamente esa enorme cantidad de jóvenes ciclistas lo que se convirtió en un obstáculo en mi progreso. Cada año pasan por allí cientos de chavales, literalmente, y monitorizan a miles de júniors a lo largo y ancho del globo, con la esperanza puesta en descubrir al nuevo Merckx, Kelly o Indurain. Ni mis resultados en carrera ni los datos que arrojé en sus pruebas fueron suficientes como para hacerme destacar entre el resto de aspirantes. Me recomendaron trabajar duro mientras estaba en la categoría Sub-23 las siguientes dos temporadas, y dijeron que seguirían monitorizando mis progresos.

No tenía por qué ser algo negativo, necesariamente, pero a mí me lo pareció. Por ese motivo, cuando el equipo Liquigas apareció para decirme que querían ficharme, sin más esperas, me faltó tiempo para aceptar. No tuvieron que esperar demasiado a mi respuesta, y puedo aseguraros que no iba a esperar a recibir una llamada del Quick-Step que podría no llegar jamás.

Los equipos italianos Sub-23 están sujetos a unas cuotas de ciclistas extranjeros, por lo que seguí corriendo enfundado en la equipación del equipo nacional de Eslovaquia: carreras de mountain bike, de carretera, en Eslovaquia o Italia, o de Alemania a Croacia. Puede que no fuera a correr el Tour de Francia con el maillot del Liquigas, pero tenía diecinueve años y era ciclista continental con un sueldo de 1.000 euros mensuales. Lo que estaba muy bien.

En julio del 2009, Liquigas me convocó para unirme al equipo durante el Tour de Polonia. Liderado por Ivan Basso, había allí varios tipos con los que acabaría trabando gran amistad a lo largo de los años. Gente como Maciej Bodnar, Daniel Oss (que ahora vuelve a estar conmigo en el BORA - hansgrohe), pero sobre todo Sylwester Szmyd, quien durante muchos años ha sido uno de mis mejores amigos y ahora es mi entrenador.

Aquella convocatoria fue la manera que tuvo Liquigas de decirme: «Bienvenido a bordo». Pese a que apenas tenía diecinueve años, ya no volvería a las carreras de Sub-23, ni iría de un lado a otro del viejo continente con mi maillot de Eslovaquia, ni seguiría con el mountain bike. Sería un profesional a tiempo completo en el circuito Pro Tour.

Liquigas me consiguió un apartamento en San Donà di Piave, cerca de Venecia. Era pequeño, pero era todo mío. Mi hermano Juraj vino para quedarse desde Eslovaquia, como hizo Maroš Hlad, mi asistente. Este fue el germen del Team Peter, un pequeño grupo de amigos en el que todos confían en todos, sin importar la situación. Y ahora también contaba con un agente: Giovanni Lombardi, un exprofesional de talento que había conducido a Erik Zabel hacia muchos de sus maillots verdes. Giovanni, o Lomba, como le llamamos cariñosamente, fue el primero en vislumbrar el potencial del Team Peter, y la persona que más ha hecho por lograr que se haga realidad. El primer gran reto del Team Peter fue conseguir que Juraj también firmase como profesional en el Liquigas, y eso se lo debemos a Giovanni. Él sabía que mi hermano tenía la suficiente clase como para llegar a profesional por méritos propios, pero también era consciente de que lucharía a brazo partido por protegerme, tanto sobre la bici, como fuera de ella. Juraj, Maroš y yo vivimos juntos en el Veneto, mudándonos más cerca de las montañas para poder disfrutar de mayor variedad a la hora de entrenar. Fueron días maravillosos los que disfrutamos allí, y pasaron dos años antes de que me mudase a Mónaco, siguiendo los consejos de Giovanni.

Mi primera carrera como profesional fue el Tour Down Under de 2010. Jamás había estado anteriormente en Adelaida, pero Australia no era una completa extraña para mí. Cuatro meses antes había participado en los Campeonatos del Mundo de Mountain Bike en la capital de la nación, Camberra, donde quedé cuarto en categoría Sub-23. Me encantó el calor de Adelaida en enero, que me permitía salir a montar cada día en manga corta sin tener que preocuparme por llevar manguitos ni nada parecido. Es otro país con un olor peculiar. A eucalipto, o gomero, como dicen en algunos sitios. Cada vez que me llega el aroma a este árbol, sea cual sea la parte del mundo en la que me encuentre, me transporta de vuelta a aquellos días soleados del hemisferio sur; días calurosos en los que la tierra parece quedar aplastada bajo el calor del ambiente.

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