Por siempre libres
(Idelwild - 3)
Nick Sagan
Título: Por siempre libres
© 2011, Nick Sagan
Título original: Everfree
Traducción de María del Pilar Diez Martínez
Ilustración de cubierta: Andrea Ho
Serie: Idelwild 3
Editorial: La Factoría de Ideas
ISBN: 9788498005530
Revisado por: teref
Agradecimientos: a balnca_luz por la luz mágica
Reseña:
Un pequeño grupo de humanos sobrevive a la epidemia apocalíptica llamada «peste negra», una enfermedad que ha asolado el mundo. Sin embargo, sus ideas opuestas sobre cómo debería gobernarse un nuevo planeta mucho menos poblado son fuente de continuos enfrentamientos. Los primitivos poshumanos creían en la Doctrina: «El mundo posterior a la peste es un colectivo. Estamos juntos en esto. Cuidemos los unos de los otros, compartamos el trabajo sucio, demos a los necesitados lo que necesitan». No obstante, de manera inevitable, según un mayor número de seres humanos se despiertan de su sueño helado, existen los que se muestran en desacuerdo. Los que recuerdan el poder se despiertan a un nuevo mundo, y no tienen intención de esperar su turno…
Nick Sagan es el hijo del célebre Carl Sagan y uno de los grandes de la nueva ciencia ficción estadounidense. La primera novela de la serie, Código genético , será llevada al cine próximamente, y Los hijos del paraíso y Por siempre libres han recibido la aclamación de público y crítica.
A mi padre
Primera parte
La Ciudad de la Victoria
(Reinar en el infierno)
Nada en la nada del cielo. Ni luna ni estrellas. Solo un negro dosel que engulle la luz. Un golpe de suerte para el zorro. Mala suerte para los sabuesos.
No despide olor este zorro. Normalmente existe un transmisor bajo la piel. Se implanta, dura aproximadamente un mes y se disuelve en la sangre de manera inocua. Un mes constituye un periodo de observación suficiente para asegurarse de que no hay demencia. Ese es el protocolo.
No se había seguido ese protocolo.
El frío viento de octubre me golpeaba mientras entraba y salía recorriendo Quincy y Prescott. Calles desiertas. Ningún termal. Una buena cagada, eso es lo que es, un desastre en potencia.
Le llegó el chisporroteo de unas voces. Slow y Bridge informaban de un éxito similar.
—Antecedentes de problemas de corazón —dije—. Bien documentados. Ahora está corriendo. Está aterrorizado. Tenemos que encontrarlo antes de que se caiga.
—¿Y si nos retiramos? —dijo Bridge.
—Eso. ¿Si dejamos que se calme por sí solo? —dijo Slow.
—¿Sin tener la cabeza bien, pululando por ahí, una amenaza para él mismo y para otros? No, gracias —dije—. Y es culpa tuya, Slow, porque has hecho una chapuza con los protocolos. Se ha convertido en un espectro. Le has quitado la vista de encima. Si le pasa algo, es culpa tuya.
—De acuerdo, ya lo he entendido —repuso ella—. Me gritas luego.
Hicimos las rondas. Silencio en el canal hasta que gritó Bridge.
—¡Está aquí, pasando el Fogg! ¡Está volviendo sobre sus pasos!
Pero lo perdió y lo llamó por su nombre sin éxito hasta que yo la alcancé.
—Es rápido para ser un viejo polo de hielo —se disculpó ella jadeante y con el pelo sobre los ojos—. Entrenado en el ejército, ¿verdad?
—Marine.
—Me ha llevado a la facultad. Se ha evaporado. Como si el campus le perteneciera.
—El estudió ahí—le recordé.
Ella suspiró.
—¿Por qué no puede ser de Yale?
Nos encontrábamos bajo la estatua de Las tres mentiras, una figura sentada que se estaba desplomando con la inscripción: «John Harvard, fundador, 1638». La persona equivocada, el fundador equivocado, el año equivocado. Pero, sin embargo, había sido a la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard a la que soñaba con ir cuando era joven y tenía una visión inocente del mundo. Los turistas solían tocar el pie de la estatua en busca de suerte. Eso era lo que estaba haciendo ahora Bridge.
Abrí un plano e intenté ignorar la voz de Slow en el transmisor. Algo sobre que no debería importar lo entrenado o habilidoso que sea porque es solo un ser humano, un clásico, mientras que nosotros tres estábamos en una rama más elevada del árbol de la evolución.
—Sloane, hemos perdido la ventaja de jugar en casa —repuso Bridge—. El granjero es él. —Una vez les dije que los mejores soldados del mundo están en desventaja técnica si no conocen el terreno en el que luchan, y cualquier granjero que conozca los entresijos de su granja podría ganar en ingenio o llevar ventaja a esos soldados si no tenían cuidado. Era bueno saber que habían prestado atención.
—Entonces piensa como piensa él. Conoces la zona. Te persiguen. ¿Cuál es el mejor lugar para perderse de alguien?
—¿Abajo?
—Abajo.
Hacia el interior de los túneles marcharon mis sabuesos. Harvard estaba construida sobre una vasta red de infraestructura, un submundo laberíntico de tuberías, calderas y transmisores eléctricos, y como al centro se le agotó el espacio para expandirse en la superficie, continuó construyendo en el subterráneo.
Se produjo un flujo de comunicaciones al encontrarlo. Intentaron tranquilizarlo, pero echó a correr, así que hice que lo condujeran hacia donde estaba esperando yo con la jeringa en la mano. Era como un oso, con el pelo blanco, la mandíbula cuadrada y un rostro que inspiraba confianza, pero que ahora se veía cetrino, angustiado, confuso. Había pasado décadas congelado y solo lo habíamos hecho revivir ahora que habíamos encontrado una cura para los microbios que a punto estuvieron de acabar con la raza humana en su totalidad. Habíamos hecho que desapareciera en él la enfermedad, pero sus últimos estadios habían dejado huella. Lo veía en sus ojos. ¿Era yo para él un soldado enemigo? ¿Qué escena de combate revivía? Era como si hubiéramos hecho desaparecer la inundación, pero aún permaneciera el daño causado por el agua.
Quería pasar de largo, pero yo no me moví, así que se lanzó y yo detuve su puño con mis costillas. Lo retuve durante suficiente tiempo. Dejó escapar un grito como un animal herido, se alejó un poco tambaleándose y se cayó. Yacía despatarrado sobre el césped, con la salvaje mirada fija en nosotros y se agarraba con fuerza el brazo donde yo lo había pinchado. Yo asentía mientras el sedante hacía efecto, intentando parecer tranquilizador. Se arrebujó en posición fetal, sollozando. En mi bolsillo encontré el estetoscopio y me lo puse para escuchar su corazón.
—Relájese, señor presidente —le dije—. Todo irá bien.
Segunda parte
Salsa de manzana
(Carta blanca en el infierno)
Fantasía
Un día largo. Mucho. Todos gritando. Unos plastas. Tocándome las narices.
Mamá está cansada.
Escogí esto. Mi elección, la de nadie más. Sabía lo que costaría, tengo que hacer de tripas corazón, esto es lo que hay.
Vacaciones cuando todo acabe. ¿Dónde? ¿En algún sitio cálido?
He probado con el verde esta mañana. Camiseta verde y vaqueros negros. Me ha gustado. Resaltaba el color de mis ojos. No he podido hacerlo. He esperado catorce minutos, luego me he cambiado y me he puesto ropa roja de camuflaje. Me encuentro más segura de rojo. Fango residual de mi enfermedad mental.
Estaba obsesionada con el violeta. Ahora con el rojo. La sustitución del color apenas constituye una cura.
¿Encontrar medicación nueva para el trastorno obsesivo compulsivo? Probablemente no merezca la pena arriesgarse a la posible interacción con los antisicóticos. Un ligero TOC es el pequeño precio a pagar por una mente clara y por la casicompleta desaparición de los delirios.
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