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C. A. PRESS
UNA BODA EN HAITÍ
JULIA ÁLVAREZ es la autora de diecinueve libros, incluyendo las aclamadas novelas How the García Girls Lost Their Accents (De cómo las muchachas García perdieron el acento) y In the Time of the Butterflies (En el tiempo de las mariposas). Es escritora en residencia de Middlebury College y junto con su esposo, Bill Eichner, fundó Alta Gracia, una finca de café orgánico y programa de voluntarios para la alfabetización y colaboración con proyectos de la comunidad en la República Dominicana, su país de origen.
UNA BODA
EN HAITÍ
HISTORIA DE UNA AMISTAD
Julia Álvarez
C. A. PRESS
Published by the Penguin Group
Penguin Group (USA) Inc., 375 Hudson Street,
New York, New York 10014, USA
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Penguin Books Ltd, Registered Offices: 80 Strand, London WC2R 0RL, England
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First published in English under the title A Wedding in Haiti in the United States of America
by Algonquin Books of Chapel Hill, a division of Workman Publishing, 2012
This Spanish-language edition first published by C. A. Press, a member of Penguin Group
(USA) Inc., 2013
Published by arrangement with the author
Copyright © Julia Alvarez, 2012
Translation copyright © Mercedes Guhl, 2013
All rights reserved. No part of this product may be reproduced, scanned, or distributed in
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The photographs in this book are credited as follows: Isaías Orozco Lang, page ;
Nicole Sánchez, page ; Homero,
pages ,
.
All others by the author, except for this , from the author’s collection.
LIBRARY OF CONGRESS CATALOGING-IN-PUBLICATION DATA
Alvarez, Julia.
[Wedding in Haiti. Spanish]
Una boda en Haití : historia de una Amistad / Julia Alvarez ;
Translation by Mercedes Guhl. — Spanish-language edition.
pages cm
Includes bibliographical references and index.
ISBN: 978-0-698-13695-3
1. Alvarez, Julia—Friends and associates. 2. Alvarez, Julia—Travel—Haiti.
3. Dominican American authors—21st century—Biography.
4. Haitians—Dominican Republic—Biography. I. Guhl, Mercedes, translator. II. Title.
PS3551.L845A318 2012
818’.5403—dc23 2013016503
Penguin is committed to publishing works of quality and integrity. In that spirit, we are proud
to offer this book to our readers; however, the story, the experiences, and the words are
the author’s alone.
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Para
los pitouses
y
todas las Ludys
NOTA DE LA AUTORA
En esta narración no pretendo presentarme como una autoridad en asuntos de Haití. Este libro trata de la amistad con un joven haitiano, Piti, que formó parte de una finca y de un proyecto de alfabetización que mi esposo y yo establecimos en República Dominicana, mi país de origen. Gracias a esa amistad surgió la oportunidad de descubrir mi país vecino, que era y sigue siendo una especie de “hermano que escasamente conocía”. Estos dos viajes a Haití son apenas el comienzo de una relación en plena evolución, que se ha profundizado a lo largo de la escritura del libro. Mi amistad con Piti y Eseline y la pequeña Ludy y sus familias y amigos en Haití también sigue evolucionando, y me enseña que muchas cosas se hacen posibles cuando salimos de los límites que nos separan unos de otros.
Julia Álvarez
septiembre 2009–octubre 2010
con la Altagracia a mi lado
- UNO -
Viaje a la boda de Piti en Haití
Alrededor de 2001, en las montañas de República Dominicana
M i esposo y yo tenemos una discusión sin fin sobre qué edad tenía Piti cuando lo conocimos. Yo digo que tenía diecisiete años, cuando mucho. Mi esposo afirma que era mayor, tal vez diecinueve o incluso veinte. El propio Piti no está seguro de en qué año nos conocimos. Pero ha estado trabajando en las montañas de República Dominicana desde que cruzó la frontera con Haití por primera vez en 2001, cuando tenía diecisiete años.
Podrá ser que Bill y yo hayamos olvidado el año, pero recordamos muy bien la primera vez que conocimos a Piti. Era al final de la tarde y pasábamos por las viviendas tipo batey donde vivía él junto con otros seis o siete haitianos que trabajaban una finca vecina. En el rectángulo de concreto que había frente a las casetas, el grupo armaba alboroto, al igual que sucede en cualquier parte del mundo cuando los jóvenes quieren divertirse. Piti, cuyo nombre en creole significa “pequeño”, era el más chico del grupo, bajito y delgado, con una cara redonda de niño. Le estaba dando los últimos toques a una pequeña chichigua que estaba armando.
Le pedí a Bill que detuviera la camioneta, pues no había visto esas chichiguas caseras desde que era niña. Traté de explicarle eso a Piti, quien en ese momento no entendía mucho español. Su respuesta fue sonreírme y ofrecerme la chichigua. Me rehusé a aceptarla y le pregunté si más bien me permitiría tomarle una foto.
En el siguiente viaje, me tomé el trabajo de buscar a Piti para darle la foto en un pequeño álbum que había conseguido para regalarle. Fue como si le hubiera dado las llaves de una motocicleta nueva. Miraba la foto, sonriendo, y repetía “¡Piti! ¡Piti!” como para convencerse de que él era el muchacho de la foto. O a lo mejor estaba agradeciendo en creole. “Mèsi, mèsi” puede sonar muy parecido a “Piti, Piti” si no se conoce la lengua.
Así comenzó una amistad. En cada viaje lo buscaba, le llevaba una camisa, un par de jeans, una maleta para cargar con sus pertenencias en sus periódicas y peligrosas incursiones al otro lado de la frontera.
Lo que yo sentía hacia este muchacho era un apego inexplicablemente maternal. En alguna parte de Haití, una madre había enviado a su muchacho al rico país vecino para ayudar a la empobrecida familia. A lo mejor en este preciso momento ella estaba rezando porque su hijo estuviera bien, porque ganara un buen dinero y encontrara personas amables en su camino. Cada vez que yo divisaba al joven sonriente de mirada preocupada sentía la presión de esa plegaria materna en mis propios ojos. Me brotaban las lágrimas y una emoción me inundaba el corazón. ¿Quién sabe por qué nos encariñamos con personas que no tienen nada que ver con nosotros?
¿Una finca de café o una amante?
A lo largo de los años, Bill y yo vimos a Piti con mucha frecuencia. Siempre que podíamos alejarnos de nuestra vida y de nuestros trabajos en Vermont, en viajes cortos de una semana o más largos, de varias, nos encaminábamos a las montañas dominicanas. Nos habíamos convertido en cafetaleros.