Elvira Sastre - Madrid me mata
Aquí puedes leer online Elvira Sastre - Madrid me mata texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2022, Editor: Grupo Planeta, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:Madrid me mata
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- Editor:Grupo Planeta
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- Año:2022
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SINOPSIS
De la manifestación del 8M de 2019 a los duros meses de confinamiento, desde los paseos en bici por el Retiro a los bares familiares de la Latina o el bullicio del Rastro, del orgullo LGBTI+ a la agitada vida cultural de la capital: Madrid me mata es el Madrid de Elvira Sastre, una segoviana que llegó a la ciudad hace ocho años para hacerla suya: aquí ha celebrado el amor y ha llorado por las pérdidas; ha conocido sus barrios y sabido cuándo era el momento de dejar las calles del centro para buscar una casa con vistas al cielo.
Madrid me mata recorre más de dos años en la vida de Elvira Sastre. Partiendo de las columnas que escribió para El País desde septiembre de 2018 a noviembre de 2020, la poeta y ganadora del Premio Biblioteca Breve 2019 ha dado forma a su libro más personal, tan tierno e íntimo como reivindicativo, en una edición muy cuidada que incluye fotografías a color, poemas, cartas y contenido escrito para la ocasión.
Elvira Sastre
Madrid me mata
Diario de mi despertar en una gran ciudad
Para mi abuela Juanita,
que guarda en el cajón cada una de estas palabras
y cuya luz sobrevivió durante el proceso creativo de este libro
por el que nunca dejó de preguntarme.
MADRID DESDE MIS OJOS
Llegué a Madrid hace casi una década impulsada por una huida hacia delante. A veces escapar es otra forma de protegerse, de convertir la tierra que queda entre medias en un océano amplio, donde la tormenta se mantiene al otro lado. Con la fuerza inocente de los veinte años, cuando uno cree que es posible llegar a la cima sin hundir antes los pies en el barro, terminé una historia que venía acompañándome un largo tiempo. Si lo hice o no, todavía lo pongo en duda. Pero no me importa. En muchas ocasiones, es esa ingenuidad, el olor a limpio de aquel tiempo, la que me devuelve a los sueños una vez despierta, a creer que se puede querer a alguien sin esperar nada a cambio. De aquello aprendí que el amor nunca termina, que puede ser inagotable; los que nos desvanecemos somos nosotros al pisar el barro.
Y no pasa nada, porque no siempre la cima es el final de la montaña.
Los primeros años en Madrid fueron rápidos, apenas perceptibles. Los recuerdo como un todo. Es como si durante ese tiempo en mi cabeza se hubiera repetido la misma canción, una y otra vez, sin cansarme. Si pienso en ello ahora, podría resumirlo en un único día. Tenía tantas ganas de irme a Madrid que creo que el sueño empezó mucho antes de llegar. Pero yo no llegué a Madrid con inocencia. No me descubrí en esta ciudad. Yo ya sabía quién era y llegué con deseo, con intención. Quería respirar el aire que solo existe aquí, ver cómo se ampliaban las grandes avenidas, salir de las esquinas. Quería ver otras caras, otros cuerpos: gente libre, con prisa, siempre en otro lugar. Quería ser ellos, a veces. Y otras quería seguir siendo yo. Quería mezclarme entre los desconocidos, entrar en sitios nuevos, mirar hacia arriba y escuchar algo más que el silencio. A veces, echo de menos esa melodía, y también a la gente que compartió espacio conmigo durante esa época, y las ganas animales de vivirlo todo y no dejar nada por el camino.
Madrid, para mí, fue al principio esa hambre de vida.
Pronto llegarían la nostalgia, los paseos a solas en mitad del tumulto, viajes en autobús de madrugada con destino a otras casas, la luz de las farolas cuando la ciudad se apaga: Madrid es preciosa cuando se hace de noche. Descubrí el placer de ir al cine sola sin que nadie cuestionara mi equilibrio; de entrar en cafeterías con mesas individuales en las que gente, como yo, leía un libro, merendaba y regresaba a casa con el placer de la soledad elegida; de caminar con acierto por nuevos rincones, hallando las pistas que otros habían dejado para mí. Sin duda, esa es una de las cosas que más me gustan de Madrid: la seguridad, vayas por donde vayas, de que siempre vas a encontrar algo nuevo, algo desconocido, algo extraño. En aquel tiempo, Madrid me enseñó a amar mi soledad, que es un buen comienzo para amarse a una misma. Cuando le contaba a alguien de fuera que disfrutaba de los planes a solas, regresaban las miradas críticas. Sin embargo, aquí nadie me juzgaba o me miraba distinto, pues esta ciudad está llena de almas solitarias que se van cruzando las unas con las otras. Por eso no me importa vivirla a solas de vez en cuando, hacer de este lugar mi mapa del tesoro, mi barrera infranqueable, mi refugio intacto, una voz que grita «casa» cuando descubren mis escondrijos. Es algo que recomiendo a todos los que llegan aquí: conocerla uno mismo. Es una ciudad que es de todos sin ser de nadie. Es cierto, no me cabe duda, que no está hecha para todo el mundo: es muy complicado saber encontrarse en medio de los agobios y las prisas de una capital como esta, pequeña y grande al mismo tiempo, es igual de difícil que ser capaz de distinguir la nota que compone una melodía. Pero se puede. A mí me llevó un tiempo acomodar mi silencio a su ruido, encajar el paso lento del tiempo en un reloj que nunca duerme. Pero lo hice. Y lo que descubrí, lo que descubro, es un triunfo, es la cruz del mapa, es lo que se observa desde el punto más alto de la montaña. En cierto modo, Madrid me ha reconciliado conmigo misma. Es la única ciudad del mundo en la que no me siento sola cuando me quedo sola. Fue en este lugar donde aprendí que si una no está a gusto consigo misma, es difícil que pueda estarlo con los demás. Cuando dudo o me asusto o me entran los nervios, tiendo a replegarme hacia dentro de una manera muy sutil, como los caracoles. Madrid, por aquel entonces, se convirtió en mi caparazón.
En esta última etapa, he hallado otra emoción —para mí de las más poderosas— que solo dan los lugares elegidos. En todo este tiempo, Madrid se ha convertido en mucho más que el lugar al que vine para alimentarme, para ser yo, para sentirme protegida. Madrid es mi calma. Y no porque sea una ciudad tranquila, sino porque me ha mostrado lo que es la vida: algo que pasa veloz por delante de nuestros ojos sin pararse ni un segundo a contemplarnos. Madrid me ha enseñado a no sentirme mal por no vivirlo todo, me ha dado las herramientas para mirarme por dentro y elegir lo que es mejor para mí, me ha prestado sus manos para construir mi casa, me ha adiestrado para reconocer el amor a base de errores, me ha explicado que hay sueños que no se cumplen y otros que llegan sin darnos cuenta. Madrid me ha mirado y me ha dicho: eres libre para elegir tu vida. Y esa paz, ese sosiego interior, esa tranquilidad al saber que lo que llegue puede que no sea lo que yo espero pero sí lo que yo soy, solo la encuentro aquí.
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