Por qué deben meditar los niños
Los niños son la savia de la vida, la esencia del futuro. Todo lo que inculquemos a un niño, sea positivo o negativo, queda incorporado a su personalidad. Por lo tanto, es de importancia primordial que pongamos el énfasis en los aspectos positivos de la vida y la personalidad, en vez de en los negativos. La meditación constituye una forma de llevar a cabo este objetivo.
El arte de la meditación beneficia mucho a los niños. No sólo les sirve de estímulo para la visualización creativa sino que además potencia la tranquilidad. Constituye una herramienta maravillosa para pacificar y aprender a controlar las emociones que los pequeños no comprenden.
Todos necesitamos dedicar un tiempo a nosotros mismos, un tiempo de interiorización, de sentir nuestra propia esencia. Enseñar a los niños, desde los primeros estadios de la vida, a disfrutar de esos momentos de recogimiento puede servirles de apoyo no sólo a lo largo de la infancia y las etapas de maduración sino durante toda la vida.
La meditación ha sido una parte importante de mi vida durante muchos años. El dulce arte de viajar hacia el interior en busca de respuestas a problemas me ha ayudado a superar las fases difíciles. No sólo me sirvió para resolver problemas sino que además me tranquilizaba; me tomaba las cosas con serenidad y podía enfrentarme a ellas.
Si logramos enseñar a nuestros hijos a meditar, y a que la meditación forme parte de su vida con naturalidad, se convertirán en adultos más centrados y conscientes. Serán capaces de derivar, desde lo más hondo de sí mismos, los recursos necesarios para superar las dificultades que se les presenten en la vida.
Los niños reaccionan a la meditación de forma natural. Son de mentalidad flexible y absorben y consideran todo lo que les rodea. En los cinco primeros años de vida se concentran dosis masivas de aprendizaje; aprendemos a sentarnos, a arrastrarnos, a caminar, a hablar, a coordinar, a leer, a bailar, a jugar, a interactuar, a escribir... Todos estos aprendizajes, que nos hacen avanzar, se adquieren a lo largo de ese breve período de tiempo.
Si les enseñáramos meditación durante los primeros años de vida, desarrollarían esa destreza como una herramienta más de su acervo personal para desenvolverse en la vida. Utilizarían la meditación como utilizan el habla u otras formas de comunicación.
Por qué empecé a meditar con mi hija
En mi primer libro, Luz de estrellas, insistí en la importancia de comenzar a meditar lo antes posible. Yo empecé con mi hija Eleanor, a sus tres años, con simples ejercicios de visualización para tranquilizarla por la noche. Aunque en general dormía bien, tenía pesadillas de vez en cuando. Las pesadillas son una experiencia terrible tanto para el niño como para sus padres. El niño se angustia y tiembla y los padres no saben a qué se debe tanto malestar. ¿Será por algo que ha hecho? ¿Qué ha vivido el niño en las horas de vigilia, que tanta inquietud le produce por la noche?
La preocupación por Eleanor me inspiró la idea de proporcionarle un ángel de la guarda que le diera seguridad. Le conté que el ángel la envolvería con sus alas para que se sintiera protegida y a salvo de cualquier daño. Más adelante, la situé en un jardín y le creé una imagen mental de lo que podía encontrar allí: muchas clases de animales, una barca en la que podía subirse, una nube para flotar por el cielo...
Los ejercicios fueron creciendo con el tiempo hasta que surgió el tema que llamo preludio de la estrella. Di a Eleanor una estrella e hice que ésta derramara luz por todo su cuerpo; el ángel de la guarda estaba presente también; le llené el corazón de amor; le di un árbol de los problemas donde podía colgar cualquier preocupación que tuviera. Después, me la llevaba al jardín.
A Eleanor le gustaban tanto esos momentos que no se ponía a dormir hasta que le había dado el tema de meditación de la noche. Esta actividad llegó a adquirir un peso muy superior a la de contarle un cuento o proponerle una meditación. Logramos establecer entre nosotras un vínculo mucho más intenso de lo que lo era hasta entonces.
Además, mediante esa actividad puse a prueba mis dotes de narradora. Nunca me había considerado imaginativa, y menos aún narradora de cuentos, y sin embargo, cuando me sentaba en el borde de la cama de mi hija, las imágenes empezaban a fluir. Siempre comenzaba con la estrella, el ángel, el corazón, el árbol de los problemas y la entrada en el jardín. No tenía idea de lo que seguiría después ni de lo que le contaría. Pero cuando abría la verja del jardín a fin de que entrara Eleanor, siempre encontraba la inspiración para el tema de la noche. A veces era algo muy simple, como una nube que pasaba flotando. En cuanto nombraba la nube, empezaban a sucederse las imágenes, por ejemplo, que la nube tenía riendas y bajaba a recogerla para llevarla a dar un paseo por los cielos. Yo también me ponía en estado de meditación, así que las imágenes que describía provenían de mi subconsciente.
En Luz de estrellas recogí una serie de ejercicios que utilicé con Eleanor y también con otros niños, que a veces se quedaban a dormir en casa. Esos niños aún me piden que repitamos la experiencia cuando se quedan a pasar la noche con nosotros, incluso los que hace tiempo que no han dormido en nuestra casa. Y se acuerdan del tema de la última meditación. Me parece interesante que, en medio del bullicio y las prisas de la vida actual, los niños recuerden los momentos de calma que experimentaron durante la meditación, y que deseen repetir la experiencia.
Al igual que los de Luz de estrellas, los ejercicios del presente libro son una mera indicación de lo que se puede hacer. No se trata de un formato inflexible. Es preciso que te sientas a gusto con lo que haces y que utilices tus propias palabras, no las mías. Las ideas de los ejercicios pueden inspirarte otras imágenes que desees explorar con tu hijo o hijos.
Lo que he escrito es sencillamente una guía, una forma de sugerir a tu inconsciente lo que podrías decir, pero en modo alguno una imposición.
Para empezar
Todas las meditaciones empiezan con la estrella, que es el foco para lograr las condiciones de la meditación. En efecto, la estrella forma parte integrante del ejercicio porque es donde comienzan la relajación y la visualización. Después de la estrella viene el ángel, o si lo prefieres, un anciano sabio, por ejemplo, seguido a su vez del árbol de los problemas (si te parece necesario). A partir de ahí, comienzas la meditación que hayas escogido, por ejemplo la de los copos de nieve o la de los enanos. Haz lo que creas conveniente según el humor del niño o niños, o incluso según el tuyo.
Aunque yo he recurrido a la estrella como foco, escoge la luna o el sol si te parece mejor. No importa cuál sea la imagen, lo esencial es proporcionar al niño algo en lo que concentrarse. Por lo que respecta a la relajación y la visualización, es igual de fácil hacer bajar la luz del sol que la de la luna o de una estrella.
Si utilizas la luna, por ejemplo, di que la luna extiende los dedos sobre el mundo para que todos veamos por la noche, pero que tiene un rayo dedicado sólo a él. Ese rayo de luna es de purpurina, y sus motas diminutas le tocan todo el cuerpo y le hacen brillar en la noche.
Si prefieres el sol, cuéntale que el sol es una gran pelota dorada que flota en el cielo, toda hecha de luz y calor. Entonces el sol manda un rayo muy grande hasta la cama de tu hijo y lo acaricia, lo abraza y le inunda de luz todas las partes del cuerpo. Eres tú quien debe escoger el vehículo más apropiado, sea el sol, la luna o la estrella.