mi amor y mi inspiración.
Introducción
Bienvenidos a Luz de la tierra, mi cuarto libro de ejercicios de visualización creativa para niños. En la introducción explico la importancia que la meditación tiene para los niños, tanto respecto a su tranquilidad, creatividad y crecimiento durante los primeros años como en lo relativo al establecimiento de las bases para una vida adulta serena y feliz. También proporciono unas directrices prácticas sobre el uso de los ejercicios.
Las personas que hayan leído mis anteriores libros para niños ya estarán familiarizadas con algunas de las cosas que cuento a continuación, pero es necesario que las repita tal como las expliqué en los libros anteriores para beneficio de los lectores que no conozcan mi planteamiento de la meditación.
Luz de la tierra viene a completar mi colección de libros de meditación para los más jóvenes y pretende llevar la tierra a la vida de los niños a través de la meditación, de la misma forma que Luz de estrellas, Rayo de luna y Rayo de sol les llevan respectivamente las estrellas, la luna y el sol.
El crecimiento de los niños
Nuestros hijos viven, desde el momento mismo de su nacimiento, dependiendo de nosotros plenamente y confiando por completo en que nos vamos a ocupar de ellos. Los bañamos, los alimentamos, jugamos con ellos y les proporcionamos todos los cuidados tiernamente de modo que se sientan protegidos y amados.
Limpiamos sus cuerpecitos y no nos cuesta ningún esfuerzo besar y acariciar a esos seres diminutos que tanta dicha nos proporcionan. Haríamos cualquier cosa por ayudarles a desarrollar sus capacidades. A veces incluso nos asombra que esas personas tan pequeñas dependan absolutamente de nosotros, aunque sólo sea por un tiempo breve.
En algunos momentos tenemos la impresión de que nuestros hijos van a ser bebés indefinidamente, pero no sucede así. A pesar de que la dependencia de nosotros se alarga relativamente, ellos comienzan a ejercer su independencia de muchas formas desde pequeños. Y, ciertamente, hay niños con una personalidad tan diferente de la de sus padres que a veces nos preguntamos cómo es posible que hayan tenido un hijo así.
Cada uno de ellos es una persona asombrosamente completa, cosa que va haciéndose más y más patente a medida que el tiempo pasa. Vemos que empiezan a coordinar los pies y las manos y que el cuerpo se fortalece. Cada día trae un descubrimiento nuevo y cada año marca, con sus enormes cambios, un hito importante en su desarrollo. Los niños son muy receptivos y participativos y durante los primeros años de vida se producen en ellos cambios asombrosos. Aprenden a darse la vuelta, a sentarse, a andar, a hablar y a correr. Su capacidad de movimiento varía a medida que desarrollan la coordinación de las distintas partes del cuerpo. Sus estructuras del habla maduran, prestan atención a lo que hacen y dicen los demás y recurren a la imitación constantemente. A veces, vemos en sus esfuerzos una parodia de lo que somos, cosa que nos hace tomar mayor conciencia de nuestros actos y palabras.
Los hijos aportan a nuestra vida una plenitud que jamás habíamos experimentado, además de unos vínculos completamente distintos de todo lo vivido previamente. Al sostener ese pequeño bulto en brazos sentimos una dicha que nos hace maravillarnos ante la inmensidad del mundo al que acabamos de traerlo y, al mismo tiempo, darnos cuenta de que sólo dependerán tan absolutamente de nosotros durante un tiempo breve. Cuando nos llega un hijo, parece que los años que les esperan nos llevarán muy lejos en el futuro, pero a medida que los vemos crecer, a medida que vivimos cada gran cambio con ellos, el tiempo se acorta inexorablemente, hasta que les llega la hora de emprender su propia vida, como nos sucedió a nosotros en su día.
En realidad, comienzan pronto a ser independientes. La destreza de gatear les proporciona cierto grado de autonomía y la de andar, más aún. Cuando aprenden a comer solos, sin ayuda, superan otro estadio en el desarrollo de la independencia. Estos logros son meros precursores del desarrollo de sus fuerzas, que fortalecen la voluntad de hacer las cosas por sí mismos.
El jardín de infancia y la etapa preescolar permiten a los pequeños avanzar en su independencia con respecto a los padres. Los maestros pasan a desempeñar entonces un papel influyente como modelos de conducta que también contribuye a desarrollar su independencia. A lo largo de la enseñanza primaria y de la secundaria el niño continúa avanzando en el proceso hasta que el diminuto bulto de dependencia que era al principio logra independizarse como jamás habríamos imaginado la primera vez que lo vimos al nacer.
Durante este proceso, somos muchos los que procuramos proporcionar a nuestros hijos la mejor escolarización posible; los respaldamos en todos los estadios de desarrollo físico y mental, los ayudamos con las tareas escolares, prestamos atención a sus problemas y estamos a su lado a la hora de enfrentarse al laberinto emocional que suponen las amistades y las decepciones que la vida les depara.
La vida puede ser un proceso dificultoso para los pequeños. Cuando contemplamos nuestra propia vida volviendo la vista atrás y consideramos los sentimientos contradictorios que teníamos respecto a las diversas cuestiones que hubimos de afrontar desde una tierna edad, estamos en posición de comprender la perplejidad que despiertan en nuestros hijos las actitudes y comportamientos de sus compañeros y demás personas de su entorno.
Los niños necesitan sentirse seguros. Durante la infancia, la unidad familiar representa esa seguridad. Disponer de una habitación propia, compartida o no, con sus propios juguetes o animales también refuerza la sensación de seguridad, igual que el hecho de ir al colegio y mantener la continuidad de trato con amigos y maestros.