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Katharine C. Kersey - Educar con sensibilidad

Aquí puedes leer online Katharine C. Kersey - Educar con sensibilidad texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1983, Editor: ePubLibre, Género: No ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Katharine C. Kersey Educar con sensibilidad

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Una educación realista exige que admitamos en la práctica que el niño es una - photo 1

Una educación realista exige que admitamos en la práctica que el niño es una persona. Sólo si le tratamos bajo esta perspectiva, le ayudaremos a madurar y a independizarse.

Katharine C. Kersey nos va a hablar de sus propias experiencias.

Katharine C Kersey Educar con sensibilidad De la infancia a la edad adulta - photo 2

Katharine C. Kersey

Educar con sensibilidad

De la infancia a la edad adulta

ePub r1.0

smonarde02.01.14

Título original: Sensitive parenting. From Infancy to Adulthood

Katharine C. Kersey, 1983

Traducción: Jesús Fernández Zulaica

Retoque de portada: smonarde

Editor digital: smonarde

ePub base r1.0

Katharine C Kersey es profesora de Educación Infantil y de Educación Especial - photo 3

Katharine C Kersey es profesora de Educación Infantil y de Educación Especial - photo 4

Katharine C. Kersey es profesora de Educación Infantil y de Educación Especial en la Universidad de Virginia, en donde ha enseñado desde 1969. Es autora de tres libros —The Art of Sensitive Parenting, Helping Your Child Handle Stress y Don’t Take It Out On Your Kid—, y co-autora de un cuarto libro, The First-Year Teacher, publicado por la National Education Association.

Recibió el Premio a la Excelencia 2005 del Consejo Estatal de Educación Superior de Virginia y es la autora de The 101s: A Guide to Positive Discipline que ha recibido tres premios nacionales de estándares de excelencia.

Agradecimientos

Este libro no habría llegado a convertirse en una realidad de no haber sido por mi alumna/profesora adjunta/amiga, Susan Vorhis.

En una ocasión me dijo: «Debes escribir un libro. Yo te ayudaré». Me convenció de que yo tenía algo que decir, algo que valía la pena. Luego, me ayudó a buscar un editor, pasó muchas horas trabajando conmigo durante sus vacaciones de primavera y me acompañó a la playa una semana para colaborar leyendo pruebas, escribiendo a máquina y exponiendo ideas.

En general, pensamos que es el profesor quien orienta al alumno y espero haber realizado esta misión con ella. Pero sinceramente tengo que decir que es mucho lo que le debo, mucho más de lo que puedo expresar con palabras, por su confianza y por las horas de trabajo que me ha dedicado para hacer de este sueño una realidad.

Hay otras personas con las que he contraído la deuda del agradecimiento.

Son mis hijos Barbara Leigh, David y Marc, que han sido las únicas razones que me llevaron a reflexionar sobre lo que podía ser la misión de los padres. De hecho, ellos han sido mis maestros, y todavía estoy aprendiendo y madurando por medio de ellos.

Es mi esposo, Wilber, que me conoce desde que yo tenía siete años, me quiere desde que cumplí los once y lleva casado conmigo desde que llegué a los veintiuno, que ha tenido una gran paciencia a lo largo de todas mis vicisitudes y esfuerzos, que me ha brindado el espacio que yo necesitaba para desarrollarme y crecer, y que ha seguido queriéndome y ayudándome en todo momento.

Fae, amiga desde hace veintitrés años, cuyos hijos crecieron con los míos y fueron motivo de numerosas conversaciones, fruto de las cuales son muchas de las convicciones expresadas en este libro. También le estoy agradecida por dejar que nos refugiáramos en su chalé de la playa la última semana de alumbramiento de este libro.

Mis alumnos, que a lo largo de los años me brindaron muchas de las observaciones expuestas en el libro y que con sus preguntas y preocupaciones me han mantenido mentalmente alerta, me han estimulado y me han animado a seguir buscando respuestas.

Prólogo

A los padres nos dan —o nos prestan— los hijos durante un periodo de tiempo muy breve. Vienen a nosotros como una caja de semillas de flores, sin imagen ninguna en la cubierta, ni garantías. No sabemos qué aspecto van a tener, ni cómo van a ser, ni de qué manera se van a comportar, ni con qué posibilidades van a contar.

Nuestra tarea, como la del jardinero, es atender a sus necesidades lo mejor que podamos: darles el adecuado alimento, cariño, atención y asistencia, y esperar que todo salga bien. El jardinero aprende a sintonizar con la planta. Si ésta crece en el entorno adecuado, la deja en paz. Sin embargo, si su desarrollo no es el debido o sus hojas se marchitan, el jardinero introduce algunos cambios. Observa si se producen signos de falta de alimentación. Sabe que todas las plantas son diferentes, necesitan cantidades distintas de atención y cuidado y crecen con ritmos distintos.

Sabe cómo y cuándo regar cada variedad de planta. Cuando se marchita una hoja, la tira, pero no por ello se olvida de toda la planta. Espera también a que salgan hojas sanas.

A los niños hay que tratarlos de forma muy semejante. Los padres deben sintonizar con las señales de desarrollo y crecimiento sanos, así como con las que demuestran la existencia de algún problema Si un niño necesita atención y ayuda especiales —por el nacimiento de un nuevo hermano, un traslado o el cambio de escuela—, los padres deben proporcionársela, convencidos de que con el tiempo, cuando se produzcan los debidos reajustes, el niño volverá a la normalidad. Si, cuando un niño comete errores y cae, pensamos que eso forma parte necesaria del desarrollo, podemos seguir creyendo en sus posibilidades y hacerle saber que tenemos fe en su futuro.

Lo mismo que el jardinero disfruta observando cómo se va manifestando en la planta la belleza natural que Dios le ha dado, también los padres se maravillan al ver cómo el niño evoluciona hasta convertirse en una obra de arte, única y diferente de cualquier otro ser vivo.

El jardinero se conmueve ante la belleza del clavel y de la rosa. Ve sus distintos puntos fuertes y no sus debilidades. El clavel quizá sea más resistente y duradero que la frágil rosa, pero cada uno es bello a su propia manera.

Todo jardinero sabe que un rosal no va a dar claveles, pero para los padres no es fácil saber si su hijo es una rosa o un clavel. El niño que se dé cuenta de que nunca llega a estar a la altura de lo que sus padres esperan de él, puede acabar rindiéndose y renunciando a todo intento positivo.

Con los hijos, nuestro objetivo es ayudarles a ser seres humanos confiados, competentes, independientes y perfectamente preparados. Sólo contamos con unos pocos años para realizar esta tarea. En toda relación con los hijos hay que llegar a un delicado equilibrio entre establecer los límites que sean necesarios y dejar toda la amplitud posible. Cuando nuestros hijos son pequeños y dependen totalmente de nosotros, les proporcionamos un entorno seguro donde puedan sentirse necesitados, queridos e importantes. Luego, cuando van creciendo y pueden aceptar responsabilidades propias, los vamos animando a actuar por sí mismos. Les ayudamos a aprender a elegir y aceptar las consecuencias de sus actos, ofreciéndoles nuestro estímulo en todo momento. Gradualmente se deja en sus manos una parte creciente de las decisiones, de forma que, al llegar a los dieciséis años, sepan lo que es bueno para ellos: cuánto tienen que descansar, cuánto tienen que comer y cuánto tienen que estudiar.

Cuando los niños tienen libertad y nuestro apoyo para descubrir sus propias cualidades, gustos, capacidades, aptitudes y ritmos corporales, llegan a conocerse, valorarse, aceptarse y gustarse. Si un niño es un «clavel» no pierde tiempo y energías soñando o intentando ser una «rosa».

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