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Iria Marañón - Educar en el feminismo

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Iria Marañón Educar en el feminismo
  • Libro:
    Educar en el feminismo
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    ePubLibre
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  • Año:
    2018
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Educar en el feminismo: resumen, descripción y anotación

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Agradecimientos

A Carlos Puig, por acompañarme en este viaje y ocuparse de todo lo importante mientras escribía este libro.

A Laura Pérez, porque practicamos juntas la sororidad y por su sensibilidad con lo políticamente correcto.

A Paloma Sánchez, por sus críticas constructivas y por ponerme los puntos sobre las íes.

A Anna y al resto del equipo por sus sugerencias, aportaciones y trato excepcional.

IRIA MARAÑÓN Madrid 1976 estudió Filología Hispánica y es editora en una - photo 1

IRIA MARAÑÓN (Madrid, 1976) estudió Filología Hispánica y es editora en una multinacional de educación. Ha desarrollado toda su carrera en el ámbito de la edición de libros y materiales literarios, artísticos y educativos. También es la creadora y autora de Comecuentos Makers, un blog feminista para despertar conciencias, en el que propone ideas para empoderar a las niñas y educar a los niños en igualdad, con la intención de darles herramientas para que aprendan a pensar por sí mismos, desarrollen la sensibilidad artística, el pensamiento creativo y el espíritu aventurero.

1.
¿Y si eres feminista y no lo sabes?
Qué es el feminismo

Nunca he sido capaz de averiguar qué es exactamente el feminismo: lo único que sé es que la gente me llama feminista siempre que expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo.

REBECCA WEST

Si tienes este libro en tus manos, es posible que ya sepas de qué va el feminismo o sientas curiosidad por saber un poco más para trabajarlo con tus criaturas. Puede que seas una feminista comprometida, un aliado o alguien ha pensado que puedes llegar a serlo y dejar un legado de justicia social e igualdad a las futuras generaciones. En cualquier caso, tienes que saber que, una vez que te has puesto las gafas violetas, verás el mundo a través de un filtro feminista para siempre. Y a la hora de educar a nuestras criaturas, verás lo necesarias que son esas gafas.

Aunque ella no lo sabía entonces, mi madre me educó en el feminismo. Crecí en una familia burguesa de Madrid a finales del siglo XX, un entorno muy diferente al que tenían las primeras sufragistas, me temo: mi padre era empresario y mi madre no trabajaba fuera del ámbito doméstico. Podría decir que ella trabajaba en casa llevando el peso de las tareas del hogar y el cuidado de sus cuatro hijos, pero la verdad es que siempre hubo personas que se ocupaban de ese tipo de cosas. Lo que sí hizo fue responsabilizarse íntegramente de nuestra educación y bienestar. Era una mujer excepcional, cariñosa, irónica, honesta, inteligente y de mentalidad bastante abierta para haber tenido una educación y un entorno absolutamente conservadores; sin embargo, una víctima consciente del patriarcado, que no se cansaba de decirme: «Para ser libre no puedes depender nunca de un hombre, tienes que ser económicamente independiente». Ese fue mi primer contacto con el feminismo. Me animó a que me sacara el carnet de conducir y condujera, a que estudiara lo que yo quisiera, a que luchara por mis ambiciones personales y profesionales y a que no entregara mi vida en exclusiva a una familia. Ella cofundó una asociación de mujeres en las artes para visibilizarlas en un sector tan masculino: «¿sabes las pocas pintoras y escultoras que han pasado a la historia del arte? A muchas les han robado sus trabajos los hombres y otras han sido ninguneadas». Con todas sus actitudes y actos, me abrió la ventana a la reivindicación feminista.

Te reto a que hagas una prueba. Di que eres feminista (o aliado del feminismo, si eres hombre) en cualquier entorno social y, en el mejor de los casos, tendrás que soportar alguna cara de desaprobación. Si se sienten con confianza, te dirán que eres radical. Feminismo es una palabra que incomoda, que muchas mujeres con conciencia, justicia social y actitudes feministas se niegan a mencionar, incluso. Tenemos tan interiorizado el sometimiento que nosotras mismas somos censoras y boicoteadoras de nuestra propia lucha. Me temo que este es uno de los muchos triunfos del patriarcado: las mujeres que, siendo feministas (porque creen en la igualdad y la justicia social), se niegan a admitirlo están restando valor a una lucha que, durante tantos años, gestaron nuestras predecesoras.

Algunas personas te dirán frases como esta: «Los extremos no son buenos, ni machismo ni feminismo: igualdad». Por supuesto que las feministas no queremos discriminar a los varones (para eso harían falta siglos de sometimiento y el ejercicio de la violencia sobre ellos de forma sistemática), pero esas personas no saben lo que significa la palabra feminismo.

Según la definición de la Real Academia Española, el feminismo es «la ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres» (sic). Aunque, como dice Nuria Varela, han pasado tres siglos y los académicos todavía no saben de qué va el feminismo: la doctrina feminista se ha construido para establecer que las mujeres son demandantes de su propia vida; por lo tanto, ni el hombre es el modelo al que equipararse ni es el neutro que se puede usar como sinónimo de persona. En el movimiento feminista las mujeres tomamos conciencia de la opresión y la explotación que recibimos por parte de los varones y reivindicamos nuestra libertad y nuestros derechos.

Es posible que otras personas no se sientan representadas cuando escuchan o leen las opiniones de diferentes feministas sobre temas controvertidos, y que piensen que no van con ellas. Es bastante normal, porque hay muchos feminismos y no todos son iguales, ni todos defienden los mismos derechos de la misma manera ni visibilizan las mismas injusticias. Es cierto que las feministas queremos justicia y libertad para las mujeres, pero para unas y otras varía la forma de organizar esa justicia y esa libertad, por lo que también es feminismo ese que se ajusta a tus propios valores, siempre que busque la justicia y la libertad de las mujeres.

También hay mujeres que dicen no haber sentido nunca la opresión del patriarcado. A ellas hay que recordarles una frase de Rosa de Luxemburgo que dice lo siguiente: «Quien no se mueve no escucha el ruido de sus cadenas». Seguramente, estas mujeres están acomodadas en el patriarcado y nunca han sentido la necesidad de salir de él, por lo que ni sienten las cadenas ni les molestan (no perciben la opresión). Tampoco son conscientes de las desigualdades ni de las injusticias, de que los puestos de poder y toma de decisiones están en manos de los hombres y de que estos organizan las leyes, la economía y la sociedad para beneficiar al hombre blanco heterosexual.

Las mujeres estamos sometidas a la violencia simbólica, aquella que se ejerce de forma subrepticia, invisible, sin que el oprimido sea apenas consciente de ella. Las sometidas consideran que su lugar en el mundo es el que es, y ni siquiera son conscientes de las desigualdades ni se plantean levantarse contra el opresor. Con la excusa de mantener el orden social se perpetúa este tipo de violencia: ¿por qué el lenguaje se construye siempre en masculino genérico, y muchas mujeres lo consideran perfectamente normal?, ¿por qué las mujeres se cosifican y se muestran como objetos sexuales en la publicidad? Y lo más importante, ¿cómo es que no salimos a la calle y hacemos una revolución ante tantas desigualdades? Porque la sociedad no ve las injusticias e incluso ha sido capaz de normalizarlas.

Por este motivo, lo primero que tenemos que enseñarles a nuestras criaturas es que el machismo existe y se manifiesta de muchas formas, a veces de forma imperceptible. Deben tenerlo presente para poder detectarlo y combatirlo. Tenemos que hablarles del feminismo, y de que es la única manera que existe para combatir el machismo.

Nada más nacer con el sexo femenino, el patriarcado nos pone un corsé. Incluso en los países occidentales, donde las mujeres creemos que hemos avanzado con algunas leyes que nos equiparan, este corsé nos impide llegar a puestos de responsabilidad, poder y, además, nos somete a la voluntad masculina y a importantes desigualdades sociales. En el momento en el que las mujeres oprimidas tomamos conciencia de nuestro estado y reclamamos la igualdad de derechos, nace la conciencia feminista.

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