Primera edición Vintage Español, septiembre 2005
Copyright de la traducción © 2005 por Random House, Inc.
Todos los derechos reservados. Editado en los Estados Unidos de América por Vintage Español, una división de Random House, Inc., Nueva York y en Canadá por Random House of Canada Limited, Toronto. Publicado originalmente en inglés en tapa dura en los EEUU como Dinner with a Perfect Stranger por One Press de Richardson, Texas, en 2003. Copyright © 2003 by David Gregory Smith. Después fue publicado en inglés en tapa dura en los EEUU por WaterBrook Press, una división de Random House, Inc., de Colorado Springs, en 2005. Copyright © 2005 por David Gregory Smith.
Vintage es una marca registrada y Vintage Español y su colofón son marcas de Random House, Inc.
Los sucesos y personajes (con la excepción de Jesucristo) que aparecen en este libro son ficticios, y cualquier parecido con sucesos y personajes reales es pura coincidencia.
La cita de las Sagradas Escrituras está basada en la versión en español de La Santa Biblia Edición de Promesas. Copyright © 1994 de Editorial UNILIT. Usada con permiso de The American Bible Society. Todos los derechos reservados.
Previamente distribuido en una edición anterior en inglés con el mismo título, derechos de autor © 2003 por David Gregory Smith.
Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos Información de catalogación de publicaciones está archivada.
eISBN: 978-0-307-51710-4
www.vintagebooks.com
www.grupodelectura.com
v3.1
Para Rick y Denise,
quienes hicieron posible este libro
Agradecimientos
D OY LAS GRACIAS a Howard Hendricks, Reg Grant, Scott Horrell, Sandi Glahn y Mike Moore por haberme dado la inspiración para atreverme a hacer algo fuera de lo habitual.
A todos aquellos que me han brindado sus opiniones sobre el manuscrito, los lectores les dan las gracias (espero). Y yo también se las doy. Mi agradecimiento especial para Rex Pukerson y Mallory Dubuclet por sus extraordinarios aportes, y para Bruce Nygren por haber encaminado este proyecto hasta su fin.
En la difícil época de edición de un manuscrito, todo escritor necesita que lo estimulen enormemente para poder alcanzar las etapas finales. Papá, tú me diste ese estímulo.
Finalmente, a mi esposa, Ava, por toda tu ayuda al darme ideas y en la edición, por tu paciencia y por tu contagioso entusiasmo en relación con este libro. Eres una compañera maravillosa y, además, una perspicaz editora.
Índice
1
La invitación
N O DEBÍ HABER respondido. Mi agenda personal estaba ya demasiado llena como para aceptar invitaciones anónimas para cenar con líderes religiosos. Sobre todo líderes muertos.
La invitación llegó a mi trabajo entre una pila de solicitudes para tarjetas de crédito y correspondencia inútil de asociaciones profesionales:
Estaba impresa en papel Crane beige y venía en un sobre del mismo color. Sin remitente. Ni tampoco un teléfono donde confirmar la cita.
Estás invitado
a una cena
con
Jesús de Nazaret
Restaurante Milano’s
Martes, 24 de marzo • 8 p.m.
Al principio pensé que la iglesia que estaba en la esquina de mi casa estaba llevando a cabo otra de sus campañas de “acercamiento”. Se nos habían acercado más de una vez. El volante que enviaban por correo estaba esperándonos en cuanto Mattie, mi esposa, y yo nos mudamos aquí desde Chicago hace tres años. Empezó a llegarnos un torrente interminable de lo que algún empleado de la iglesia consideraba material de promoción. De hecho, comencé a esperar los volantes con cierto interés, sólo por lo divertidos que me parecían los títulos de los sermones:
“Los Diez Mandamientos, no las Diez Sugerencias”
“Si Dios parece lejano, ¿adivina quién se mudó?”
“Aeróbicos espirituales para el maratón hacia el cielo”
¿Pensaban atraer a alguien con esos títulos, o sólo conseguir que el vecindario los despreciara?
Luego vinieron los eventos: la invitación de la liga de bolos de la iglesia, la competencia para cocinar espaguetis, el retiro de fin de semana para matrimonios, la invitación para el torneo de golf estilo “scramble”. En un momento de locura cedí y fui al golf estilo “scramble”. Agonía absoluta es la única forma de describir aquello. Estacionarme en el campo de golf detrás de un tipo cuyo auto tenía una calcomanía que decía “Mi jefe es un carpintero judío” fue un ejemplo de lo que vendría después. Resultó que caí en su mismo equipo de cuatro personas. El tipo tenía una sonrisa perpetua, como si alguien lo hubiese golpeado con un ladrillo y el cirujano plástico lo hubiese remendado en un día. En cuanto a los otros dos, uno de ellos golpeó bien en los primeros nueve hoyos, pero falló por completo en los últimos y empezó a maldecir cada vez que daba un golpe. Me enteré de que era el jefe de la junta de diáconos. El otro jamás pronunció palabra, excepto para llevar la cuenta de nuestros tantos. Debe haber sido el jefe del comité de bienvenida. Esa fue la última invitación de la iglesia que acepté.
Así que, si fue la iglesia la que había tramado eso, de ninguna manera yo iba a ir a esta falsa cena. Pero mientras más lo pensaba, más seguro estaba de que era otra persona quien había enviado la invitación. Por un lado, ¿cómo iba la iglesia a tener mi dirección laboral? Eran persistentes, pero no precisamente ingeniosos. Por otro, este no era el estilo de la iglesia. La competencia de espaguetis era algo más característico de ellos que Milano’s, un restaurante italiano de primera clase. Además, jamás enviarían una invitación anónima. Si había algo que querían que supieras, era que su iglesia estaba patrocinando el evento.
Aquello me llenó de incertidumbre. ¿Quién me habría enviado una invitación tan extraña? Llamé al restaurante, pero dijeron que no sabían nada de ese asunto. Por supuesto, el personal podría haberse puesto de acuerdo para hacerse los tontos, así que eso no significaba nada. Cincinnati tiene muchas otras iglesias, pero yo había logrado evitar todo contacto con ellas. Aunque nuestros amigos Dave y Paula iban a la Iglesia de la Trinidad, ellos no me invitarían a algo así sin Mattie.
Quedaba un grupo lógico de culpables: los muchachos del trabajo.
Les y Bill, sobre todo, siempre estaban organizando alguna locura, como mi despedida de soltero en una funeraria local y mi fiesta de futuro papá (afortunadamente no invitaron a Mattie; nunca he visto a nadie ponerse tan vulgar para celebrar el nacimiento de un bebé). Es cierto que ni a ellos se les hubiera ocurrido una invitación tan extraña como ésta. No eran tan tontos como para enviarme la invitación al trabajo. Era demasiado obvio. Pero si ése era el caso, habían hecho un buen trabajo: un sobre y una impresión elegante, una celebración estrafalaria, un restaurante de calidad.
Decidí seguirles la corriente y nunca mencioné la invitación. Y durante tres semanas enteras ellos tampoco se dieron por aludidos, y no dejaron entrever ni siquiera una ligera sonrisita. A medida que se acercaba el 24, mis expectativas iban en aumento y me preguntaba qué habrían urdido sus fértiles imaginaciones en esta ocasión.