Lo que no se atreven a decirnos
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Segunda edición: octubre 2016
ISBN: 978-16-35038-17-0
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Lo que no se atreven a decirnos
Mariano García Rollán
Diplomado Superior en Nutrición Humana y Dietética
Terapéutica por la Facultad de Medicina de Nancy (Francia)
Segunda edición: 2016
Índice
Introducción
Introducción
En este libro pretendemos sacar a la luz una serie de problemas sanitarios que inexplicablemente permanecen sin resolverse, a pesar de que la solución es muy fácil. Como iremos viendo, son problemas que afectan a la salud de mucha gente y que por tanto requerirían la intervención de los poderes públicos, pero sin embargo, ni los políticos, ni los gobiernos, ni las organizaciones profesionales, intentan solucionarlos. Incluso los mantienen ocultos con la disculpa de no alarmar a la población, aunque en realidad unas veces es por intereses creados muy grandes, otras por cobardía de actuar contra tradiciones seculares, otras por simple negligencia o incompetencia y otras por razones que no puedo imaginar. Como es imposible luchar contra todo ello, creo que el camino más sensato es abrir los ojos de los lectores y explicarles el modo de solucionar personalmente cada problema.
Inevitablemente la información sobre lo que se debe hacer, lleva consigo la crítica de lo que no se está haciendo bien y que suele ser la causa del problema. Sin embargo este no es un libro para criticar sino para explicar soluciones prácticas. A pesar de ello, me temo que pueda ocasionar polémicas y que muchos no estén de acuerdo con lo que se dice en él. Pero quede claro que en este libro no expongo opiniones, sino conocimientos científicos que no admiten más discusión que la que pueda originar la ignorancia del discrepante.
Por otra parte este libro es un último intento de convencer a muchos de que las soluciones a ciertos problemas están al alcance de cualquiera que se lo proponga, pero tengo que confesar que es un intento cargado de pesimismo. A lo largo de muchos años, he luchado sin éxito divulgando estos temas, escribiendo libros, folletos y artículos en revistas (algunos capítulos de este libro se basan en publicaciones anteriores) y dando conferencias, pero apenas he conseguido algo más que unos me consideren raro y otros exagerado. Quisiera ser optimista y pensar que las personas que me hicieron caso son más numerosas de lo que yo creo y que son precisamente las prudentes que callan. Pero alguien dijo que el optimismo es falta de información y en esta etapa final de mi vida no puedo permitirme el lujo de estar desinformado. Quizá si hubiese sido político y hubiese llegado a Ministro de Sanidad, habría ordenado aplicar tajantemente las soluciones pertinentes, pero entonces creo que habría durado poco tiempo en el cargo.
Siempre me ha extrañado mucho que, en los planes de estudio de Medicina, los temas referentes a Higiene y Nutrición no hayan tenido la categoría de asignaturas fundamentales, dada su gran repercusión (estadísticamente demostrada) en la salud de las personas. El que a esas materias se les dé menos importancia, repercute en la insuficiente formación específica del médico de familia, que sólo se resuelve si este profundiza voluntariamente en ellas por su cuenta.
Hoy se sabe que más de la tercera parte de las enfermedades humanas tienen su origen en una mala alimentación. Por otra parte la Higiene (que algunos confunden con la limpieza) es la ciencia que enseña a evitar cualquier enfermedad. Por ello pensemos lo que ocurriría si se enseñase a la gente a comer equilibradamente y la higiene fuese utópicamente perfecta; desaparecerían la mayoría de las enfermedades. La Seguridad Social ahorraría la mayoría de los millones que despilfarra y la profesión médica sería muy diferente.
Hace unos años, con motivo de una investigación bibliográfica que realicé, tuve que traducir textos médicos anteriores a 1700, y me asombró mucho comprobar que, a pesar de los siglos transcurridos hasta entonces, seguían utilizándose los mismos procedimientos terapéuticos de Hipócrates y Galeno. Después, leyendo al historiador David Wootton (Wootton, 2006), comprobé que tal situación perduró aún bastantes años, pues hasta mediados del siglo XIX las medidas curativas (si se puede llamar así a lo que hacía más daño que bien) se reducían prácticamente a sangrías, purgas y uso de plantas supuestamente medicinales. Siendo así las cosas, se comprende que en un ambiente en el que reinaba la ignorancia sobre las verdaderas causas de las enfermedades, no existiese la higiene como tal.
Pero los tiempos cambiaron después al irse descubriendo los gérmenes microscópicos responsables de cada proceso infeccioso y sus mecanismos de contagio, así como al irse conociendo el papel de los componentes de los alimentos en las funciones del organismo. Por eso no se comprende que hoy día no se haga casi nada para enseñar higiene alimentaria a los profesionales y a la población. Si se llevara la enseñanza de esos temas a las escuelas infantiles, institutos y universidades, y se hicieran campañas intensivas de divulgación, no cabe la menor duda de que disminuiría mucho la incidencia de la mayoría de las enfermedades. Pero los responsables de procurar el bienestar de la gente, no parecen tener interés en ello.
En este libro he seleccionado sólo unos pocos temas de los más actuales y peligrosos, pero las amenazas son cada vez más numerosas y están dejando de ser controlables. Desgraciadamente, esta proliferación de peligros hace que muchas personas se desentiendan, alegando que no se puede vivir en continua intranquilidad intentando evitar tantas cosas y que, si vamos a perecer de todos modos, lo mejor es no preocuparse y confiar en la suerte. Es lo que yo llamo conducta del avestruz, animal del que dicen que esconde la cabeza en el suelo cuando ve un peligro. Esa postura no es lógica ni útil.
Imaginemos que estamos dentro de una sala con muchas puertas y que nos dicen que detrás de la mayoría de las puertas acechan unos enemigos que pueden matarnos. ¿Qué deberíamos hacer? Unos dirán que lo mejor es permanecer encerrados, pero eso no es posible durante mucho tiempo. Otros decidirán que al haber tantos peligros, lo mejor es salir por cualquier parte y confiar en la buena fortuna. Pero ninguna de las dos posturas es razonable e incluso las considero absurdas. Lo razonable sería enterarse primero de cuáles son las puertas en las que se conoce con seguridad el peligro y marcarlas para no salir por ellas. Si son muchas las peligrosas, tardaremos más en conocerlas y marcarlas, pero cuando salgamos sabremos que, por lo menos, hemos evitado lo que está en nuestras manos evitar. Quizá detrás de alguna puerta de las que abramos para salir, nos amenace algún peligro, pero será desconocido y habremos dado pocas oportunidades a la mala suerte.
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