Prólogo
Este libro lo comencé a escribir muchos años antes de que lo redactara como ahora lo ves.
Primero comencé escribiendo trazos novelísticos cuando niño, tomando prestadas historias de esos mundos fantásticos y creativas aventuras en las que vivía sumergido.
Ya en esos años mi curiosidad por la escritura iba tomando formas que quedaron escondidas por rocosos y oscuros senderos de bullying colegial, transformándose en horas de devorar libros, en las que llenaba estantes de conocimiento intelectual mientras me sumía en introspectivos momentos de silencio alejado del mundo real. Ahora que lo pienso, fueron esas páginas de infinitas historias las que le permitieron sobrevivir a mi corazón adolescente tristón.
Este libro continuó armándose en ese joven que vislumbraba en la carrera de medicina una salida a sus ansias de saber más del mundo y sus misterios, y que miraba siempre hacia las estrellas en aquellas noches solitarias, mientras vivía en Rancagua.
En esos momentos comenzó a construirse una persona más libre y con nuevos amigos, junto a quienes preparaba la segunda oportunidad para dar la PSU, acompañado también de su fiel compañerita perrita Pluma. Todo esto mientras observaba cómo sus padres envejecían y atravesaban las dificultades de sus vidas.
Este libro ya tenía su esqueleto construido al irme embebiendo de toda la anatomía, fisiología, semiología y medicina que, entre tropezones, risas y llantos, debí aprender en la carrera. Pero también tejió sus fibras musculares acuosas en esas tardes de bailes salseros en el hall de la facultad, en los divertidos encuentros con compañeros que hasta hoy permanecen a mi lado y en aquellas alocadas noches santiaguinas pueril-adultonas de pop, arcoíris y cuerpos masculinos.
El sistema nervioso anímico de estas páginas nació, si mal no recuerdo, por ahí por los veinticuatro, cuando me di cuenta de que existía un mundo más allá del médico tradicional, uno lleno de matices culturales, plantas curanderas, pociones energéticas, ásanas liberadoras, retiros espirituales y sesiones psicoterapéuticas. Aquí comenzaron a integrarse las partes del todo en mi cuerpo, con un cambio progresivo hacia una alimentación 100 % vegetal, un hábito de actividad física y la bienvenida a otra etapa más oscura: el internado. Allí, pese a no escribirse mucho, se fortalecieron tapa, hojas y tinta, que son los cimientos de esta historia.
Y una vez fuera de esos siete arduos años como estudiante, la escritura prosiguió con un rumbo bastante inesperado. Una vez dedicado a la salud pública en un CESFAM de Santiago, vivía fuerte esa convicción, incomprensible para el resto, de que la medicina debía ser diferente, cercana, mirando a los ojos e «integrada». Ahí mi persona comenzó a hacerse pública y mis ansias de enseñar otra forma de ver la sanación y la enfermedad comenzaron a hacerse reales.
Una cosa llevó a la otra, y un diplomado chileno me llevó a un viaje de postgrado de tres años intermitentes en las Alemanias. Mi consulta mutó a otra totalmente antroposófica. Y bajo el filo del ojo de Saturno y su insondable tiempo, pude dedicarme a eso en menos de lo que había pronosticado, lo que me ha llevado a ayudar a la gente como siempre soñé.
Y así se forma este libro, luego de veinte largos años se hizo un espacio entre posts de redes sociales e stories cibernéticas; entre conversaciones con gente de buenas intenciones y otras no tanto; entre tardes de creatividad e inspiración sorpresiva.
Cada mito que salía a la luz me permitió escudriñar en ese humor bailado y olvidado de mi primer septenio. Con cada video aprendí a contentarme con mi propio reflejo frente a la cámara. Con cada charla logré traspasar lo que una vida con mayor consciencia puede generar en nuestra existencia.
Terminé de escribir este libro como solo el inicio de algo mucho más grande, ya que lo que busca es seguir sentando las bases de una revolución que la salud debe ser capaz de observar, para poder deconstruirse y mutar en algo mucho mejor.
La transición hacia el cambio que vivimos hoy en día lleva gestándose desde hace varias generaciones. No era raro que la explosión de un despertar ocurriese en el intertanto.
Estos mismos procesos se están viviendo en todos lados, incluyendo a la medicina y nutrición prehistóricas, sedientas de un cambio porque los mitos, faltos de ciencia y sentido común, se las comieron vivas.
Incluso tú ya debes haber comenzado a vivir la necesidad inherente de esos cambios, pero con tanta información apabullante y estresante, no sabes con qué quedarte.
Que este libro te sirva de guía, wachini, para sondear con gracia, sabiduría, paciencia, seguridad y una pizca de ironía las transformaciones globales venideras que deberás atravesar tú y todes quienes te rodean.
Dr. Nico Soto
Solo existe la medicina
convencional
La idea de que las enfermedades solo pueden abarcarse desde la visión tradicional occidental es bastante nueva si exploramos la historia completa del ser humano un mueble de diferentes cajones dividido en lo físico, lo mental y, con suerte, lo espiritual (y esto último no existe para los médicos occidentales; que mejor se encarguen de esto los curas o chamanes entre las cuatro paredes de iglesias y templos o en los bosques ancestrales).
Sin embargo, ninguna de las culturas antiguas —previas al descubrimiento de bacterias, antibióticos y genes— hizo esta distinción. No encontraremos separatividad en cosmovisiones como la mapuche, inca, hindú o china. Para ellos, la medicina convivía con los alimentos, con los rezos y con la experiencia de las emociones. La dualidad entre lo físico y el esoterismo no existía.
Menos mal que hoy día esa brecha, una vez insondable, entre lo concreto y abstracto está desapareciendo gracias al advenir de conceptos médico-científicos de «lo holístico» o «integral». Esa medicina que siempre fue medicina no más, pero que ahora suena con nombres rimbombantes que buscan integrar lo que se perdió entre farmacéuticas, hospitales y quimioterapias. Esclavos aún de hábitos normalizados basados en exámenes, comestibles procesados, sedentarismo y enfermedades crónicas, raras o irreversibles, nacen estos paradigmas «modernos», al menos en occidente.
Y aunque lo duden, la ciencia también se ha volcado hacia la integración. Ahora incluso la prestigiosa Clínica Mayo tiene una sección de Medicina Integrativa como el principal ente regulador de cualquier cosa que te puedas imaginar: desde un buen tránsito intestinal —a.k.a. no andar trancao—, hasta mantener la inflamación a raya.
O sea... ¡wachini, date cuenta! Ya entramos a la era en que incluso las creencias y prácticas espirituales como el yoga, la meditación o el arte tienen una ciencia concreta que las respalda. Y como siempre se puede másss: enfermedades que hasta hace unos años se creían «para siempre, tome esta pastilla el resto de su vida», hoy están tomando un nuevo rumbo de sanación. Lo «idiopático» (sin causa) comienza a tener sentidos diferentes.
Bienvenides a una nueva era con menos mitos, más ciencia y, por supuesto, más plantas, po.
Los alimentos no tienen
poder medicinal
Muero un poco por dentrsho cuando llega a mi consulta el wachini apesadumbrado, agonizante y entristecido porque el súper-especialista le dijo que su alimentación no ayuda a mejorar su dolencia. Me pica el que te jedi baby yoda cuando un nutri le da pan blanco con jamón light dentro de la pauta al resistente a la insulina o al diabético. Y me sale una cana rosada en el ala cuando