Rorty, o cómo cambiar el paso a la filosofía
Este libro tiene más de historia que de argumento. Su personaje principal es un filósofo difícilmente clasificable que se movió en distintas áreas de pensamiento y que se pasó la vida huyendo de las etiquetas profesionales. Debatió con filósofos analíticos, pero no fue uno de ellos, pues no trató de definir qué es la verdad o en qué consiste el conocimiento. Se interesó por ciertos temas políticos, pero no fue un teórico en busca de los fundamentos de la vida democrática. Escribió sobre literatura, pero no fue un crítico literario con un método definido y novedoso. Entonces, ¿qué lugar ocupó Rorty? Probablemente ninguno. Quizás fue un pensador de encuentros más que uno de posicionamientos, lo cual no significa que los encuentros acabaran siempre en entendimientos.
Richard Rorty nació antes de la Segunda Guerra Mundial, y se formó a lo largo de los años cincuenta y sesenta, hasta convertirse en una figura enormemente polémica en los años ochenta. Fue un escritor prolífico y minucioso, y además de utilizar técnicas argumentativas para sustentar sus ideas, empleó tácticas con las que hacer llegar su mensaje tanto a otros gremios académicos como al público general. Políticamente mantuvo una posición que suscitó críticas de distintos bandos: la derecha le consideró irresponsable, la izquierda moderada le tomó por frívolo y la izquierda radical le tachó de cínico.
En cierta ocasión, Rorty dijo que su pensamiento era más propio de un bricoleur que de un creador, lo cual resulta un tanto irónico, pues su modesto manejo de ideas tuvo consecuencias enormes, de modo que terminó convirtiéndose en uno de los pensadores estadounidenses más influyentes del siglo XX. Durante el último año de su vida, en 2007, declaró: «La función de un sincretista no original como yo es fabricar narrativas que, fusionando horizontes, logren unir productos de mentes originales. Mi especialidad son narrativas que cuentan el ascenso y caída de problemas filosóficos» (AI, 4).
En este libro presentamos su pensamiento de una forma narrativa, teniendo en cuenta su trayectoria y sus continuos debates con otros filósofos de su época. Primero le colocaremos dentro del panorama de la filosofía del siglo XX, sobre todo en relación con una serie de movimientos y tendencias que desde los años ochenta intentaron marcar otro ritmo y función para la filosofía. Repasaremos también aquellos datos de su vida que permiten entender mejor sus idas y venidas, y analizaremos algunas de sus ideas más permanentes. Dado que es imposible dar cuenta de todas las caras y aristas de su ideario, daremos prioridad aquí a los propósitos finales de Rorty antes que a todas las herramientas que usó para promoverlos, o sea, prestaremos más atención a sus ideas más polémicas, como por ejemplo que la filosofía es a la cultura de hoy día lo que la religión fue a la Ilustración.
Richard Rorty en una fotografía tomada en el año 2002.
En gran medida, Rorty fue un filósofo antifilósofo, lo que significa que su pensamiento fue un tanto más ambivalente. Afirmó de forma reiterada que la filosofía ya no era importante ni lo debía ser, al menos en comparación con la política y la literatura. Pero quizás su esfuerzo por desmontar la filosofía prueba la importancia que le seguía concediendo. De este modo, partiremos de la idea de que Rorty actuó al mismo tiempo desde dentro de la filosofía y desde fuera de ella.
Así, reutilizó el vocabulario de una filosofía nacida en su país, el pragmatismo, para sustituir el planteamiento excesivamente teórico de los problemas eternos de la filosofía por un enfoque que pone mucho más énfasis en las circunstancias históricas y en formas más locales de plantearse las cosas. Ante preguntas como «¿Qué es el deber?» o «¿Qué es el hombre?», Rorty propuso cuestiones como «¿Qué fines sociales queremos compartir?» y «¿En qué clase de personas queremos convertirnos?» (EFIII, 340), preguntas cuya respuesta depende de la comprensión de la propia situación histórica que nos empuja a hacérnoslas. Además de esta propuesta de equivalentes más prácticos para responder ciertas cuestiones filosóficas, Rorty también invitó a utilizar el vocabulario de la literatura, distinto al de la filosofía, pues pensaba que la imaginación literaria ayuda a liberarse del ansia de la filosofía por erigirse como vigilante de la razón y autoridad moral, y nos hace más sensibles a la variedad, complejidad y dificultad de las vidas humanas.
Rorty tuvo un temperamento melancólico, un estilo sobrio y un tono irónico, rasgos que no cuadran exactamente con la prosa y la pose de muchos filósofos, pero que resultaron deliciosos e inspiradores para muchos de sus seguidores. Representó una mentalidad más defensiva que propositiva, más reactiva que constructiva, y su estrategia consistió más en tomar precauciones para llevar una vida menos terrible que en prescribir recetas ideales con las que alcanzar una vida humana más perfecta. Su pensamiento no congenió con sistemas de altos vuelos, ni con planes a largo alcance, con enfoques abstractos y demasiado ambiciosos, o con enormes visiones sinópticas. Su filosofía versa sobre el cuidado, entendido en sus dos sentidos: como atención y como prevención (por ejemplo, como luego veremos, creía que para poder cuidar la libertad había que prevenirse contra la búsqueda de Autoridad). Para él la filosofía debía enseñar más a escuchar que a aseverar, a persuadir más que a convencer, a cambiar el foco de una discusión más que a obtener la clave de la argumentación. Según Rorty, entender el mundo que nos ha tocado vivir y entendernos a nosotros mismos depende más de la variación que de la precisión, de la comparación en vez de la fundamentación, de la diversidad de puntos de vista en vez de una gran perspectiva común.
A lo largo de este libro veremos cómo Richard Rorty fue forjando, poco a poco, su idea de la filosofía como una voz más de la cultura y no como la gran gestora de la Razón. Empezaremos por reconstruir las circunstancias que rodearon su formación y las distintas tradiciones que captaron su interés. Luego veremos cómo luchó contra sus propias ilusiones y fue sustituyendo la sensación de la decepción por la experiencia de la liberación. Veremos también cómo interpretó varios giros de la filosofía contemporánea, como el giro lingüístico, el giro hermenéutico, el giro político y, evidentemente, el giro pragmático, que tenía que ver con una filosofía que surgió en su propio país a finales del siglo XIX y de la que se reapropió de una forma irónica.
Rorty en contexto
Durante su vida, Richard Rorty (1931-2007) demostró tener una actitud muy abierta y dialogante, lo cual no quiere decir que alcanzara entendimientos fáciles ni dentro ni fuera de su país. Cuando se enfrentó a los sectores más profesionalizados de la filosofía, muchos de sus críticos le tildaron de ser un filósofo superficial. Su invitación a que la filosofía se convirtiera en un modo de conversación en lugar de en un tipo de investigación provocó agrias reacciones en los sectores analíticos y científicos de la filosofía de Estados Unidos y de Gran Bretaña. «Muchas resistencias que oponen los filósofos analíticos […] se basan en que el término “conversación” les parece aún algo de segunda clase, algo “débil”, en comparación con la investigación científica» (FR, 104), se defendía Rorty. Para estos sectores, la filosofía consistía en guiarse por la lógica del lenguaje, el equivalente de la luz de la Razón, pero para Rorty consistía más en la persuasión y la narración. Según su opinión, los seres humanos progresan contándose cuentos más complejos, en lugar de encontrando mejores argumentos.