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Immanuel Kant - Antropología en sentido pragmático

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Immanuel Kant Antropología en sentido pragmático
  • Libro:
    Antropología en sentido pragmático
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1798
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Antropología en sentido pragmático: resumen, descripción y anotación

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Libro Primero
DE LA FACULTAD DE CONOCER
DE LA CONCIENCIA DE SI MISMO

§ 1.

El hecho de que el hombre pueda tener una representación de su yo le realza infinitamente por encima de todos los demás seres que viven sobre la tierra. Gracias a ello es el hombre una persona, y por virtud de la unidad de la conciencia en medio de todos los cambios que pueden afectarle es una y la misma persona, esto es, un ser totalmente distinto, por su rango y dignidad, de las cosas, como son los animales irracionales, con los que se puede hacer y deshacer a capricho. Y es así, incluso cuando no es capaz todavía de expresar el yo, porque, sin embargo, lo piensa; como tienen que pensarlo, en efecto, todas las lenguas, cuando hablan en la primera persona, aunque no expresen este yo por medio de una palabra especial. Pues esta facultad (es, a saber, la de pensar) es el entendimiento.

Es notable, empero, que el niño que ya sabe hablar bastante bien, pero que sólo empieza bastante después (quizá un año más tarde) a decir yo, hable de sí tanto tiempo en la tercera persona (Carlos quiere comer, andar, etc.), y que parezca como haberse encendido para él una luz cuando empieza a expresarse diciendo yo: pues desde ese día ya no vuelve nunca a hablar de aquella otra manera.—Antes se sentía meramente a sí mismo, ahora se piensa a sí mismo.—La explicación de este fenómeno podría resultarle bastante difícil al antropólogo.

La observación de que el niño no da señales de llanto ni de risa antes del cuarto mes de su vida, parece descansar igualmente en el desarrollo de ciertas representaciones del agravio o beneficio que se le hace, las cuales anuncian ya la razón.—El hecho de que en este espacio de tiempo empiece a seguir con los ojos los objetos brillantes que se le ponen delante es el tosco inicio del progreso que va desde las percepciones (aprehensión de la pura representación sensorial) hasta el conocimiento de los objetos sentidos, esto es, la experiencia.

El hecho, además, de que en cuanto intenta hablar, su chapurrear las palabras tan gracioso para las madres y nodrizas y haga a éstas tan inclinadas a abrazarle y besarle constantemente, e incluso a convertirle en un pequeño tirano por dar satisfacción a todas las manifestaciones de su deseo y voluntad, esta gracia de la criatura en el espacio de tiempo en que se desarrolla hasta llegar a la plena humanidad, debe ponerse a cuenta de su inocencia y de la franqueza de todas sus todavía defectuosas expresiones, en que aún no hay disimulo ni nada de malicia, por un lado; mas, por otro lado, debe ponerse a cuenta de la natural propensión de las nodrizas a hacer bien a una criatura que se abandona total y conmovedoramente al arbitrio del prójimo; concediéndosele así toda una edad del juego, en la cual el educador, haciéndose él mismo como un niño, goza una vez más de este placer.

Pero este recuerdo de los propios años infantiles no llega, ni remotamente, hasta esa edad; porque no fue la edad de las experiencias, sino de las meras percepciones dispersas o todavía no reunidas bajo el concepto del objeto.

DEL EGOÍSMO

§ 2.

Desde el día en que el hombre empieza a expresarse diciendo yo, saca a relucir su querido yo allí donde puede, y el egoísmo progresa incesantemente; si no de un modo patente (pues entonces le hace frente el egoísmo de los demás), al menos encubierto bajo una aparente negación de sí propio y una pretendida modestia, para hacerse valer de preferencia con tanto mayor seguridad en el juicio ajeno.

El egoísmo puede encerrar tres clases de arrogancias: las del entendimiento, las del gusto y las del interés práctico, esto es, puede ser lógico, estético o práctico.

El egoísta lógico tiene por innecesario contrastar el propio juicio apelando al entendimiento de los demás, exactamente como si no necesitase para nada de esta piedra de toque (criterium veritatis externum). Pero es tan cierto que no podemos prescindir de este medio para asegurarnos de la verdad de nuestros juicios, que acaso es ésta la razón más importante por la que el público docto clama tan insistentemente por la libertad de imprenta; porque cuando se rehúsa ésta, se nos sustrae al par un gran medio de contrastar la rectitud de nuestros propios juicios y quedamos entregados al error. No se diga que al menos la Matemática tiene el privilegio de decidir por su propia autoridad soberana; pues si no hubiese ido por delante la universal concordancia percibida entre los juicios del matemático con el juicio de todos los demás que se han dedicado con talento y solicitud a esta disciplina, no se habría sustraído ésta a la inquietud de incurrir en algún punto de error.—Hay incluso casos en que no confiamos en el juicio aislado de nuestros propios sentidos, por ejemplo, cuando dudamos si un tintineo existe meramente en nuestros oídos o es la audición de campanas tocadas en realidad, sino que encontramos necesario preguntar, además, a otras personas si no les parece también así. Y si bien al filosofar no debemos precisamente apelar al juicio de los demás en confirmación del propio, como hacen los juristas con los juicios de los expertos en Derecho, todo escritor que no encontrase partidarios y se quedase solo con su opinión públicamente declarada (siempre de importancia), vendría a ser sospechoso de error por este mero hecho.

Justamente por esto es un atrevimiento hacer en público una afirmación que pugne con la opinión general, incluso de los inteligentes. Esta manifestación del egoísmo es lo que se llama la paradoja. No es una audacia osar algo con peligro de que no sea verdadero, sino sólo con el de que pudiera encontrar acogida por parte de pocos.—La predilección por lo paradójico es la obstinación lógica de no querer ser imitador de los demás, sino de aparecer como un hombre extraordinario, aunque en lugar de esto sólo se hace, con frecuencia, el extravagante. Mas porque cada cual ha de tener y sostener su propio parecer (si omnes patres sic, at ego non sic, Abelardo), el reproche de paradoja, cuando no se funda en la vanidad de querer meramente diferenciarse, no es precisamente de mala nota.—A lo paradójico se opone lo vulgar, que tiene a su lado la opinión general. Pero en lo vulgar hay tan poca seguridad como en lo paradójico, si no todavía menos, porque lo vulgar adormece, mientras que lo paradójico despierta la mente y la hace atender e indagar, lo cual conduce frecuentemente a descubrir.

El egoísta estético es aquel al que le basta su propio gusto, por malos que los demás puedan encontrar o por mucho que puedan censurar o hasta ridiculizar sus versos, cuadros, música, etc. Este egoísta se priva a sí mismo de progresar y mejorar, aislándose con su propio juicio, aplaudiéndose a sí mismo y buscando sólo en sí la piedra de toque de lo bello en el arte.

Finalmente, el egoísta moral es aquel que reduce todos los fines a sí mismo, que no ve más provecho que el que hay en lo que le aprovecha, y que incluso como eudemonista pone meramente en el provecho y en la propia felicidad, no en la idea del deber, el supremo fundamento determinante de su voluntad. Pues como cada hombre se hace un concepto distinto de lo que considera como felicidad, es justamente el egoísmo quien llega a no tener una piedra de toque del verdadero concepto del deber, la cual ha de ser un principio de validez universal.—Todos los eudemonistas son, por ende, egoístas prácticos.

Al egoísmo sólo puede oponérsele el pluralismo, esto es, aquel modo de pensar que consiste en no considerarse ni conducirse como encerrando en el propio yo el mundo entero, sino como un simple ciudadano del mundo.—Esto es lo que pertenece sobre este asunto a la Antropología. Pues por lo que concierne a esta distinción desde el punto de vista de los conceptos metafísicos, cae totalmente fuera del campo de la ciencia a tratar aquí. Si la cuestión fuese meramente de si yo, como ser pensante, tengo motivos para admitir, además ilc mi existencia, la existencia de un conjunto de seres distintos de mí, pero que se hallan en relación de comunidad conmigo (conjunto llamado mundo), no se trataría de una cuestión antropológica, sino puramente metafísica.

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