Introducción
El capital erótico y las políticas del deseo
Anna perdió un trabajo bien remunerado en los servicios financieros, y tuvo que invertir muchos esfuerzos en la búsqueda de un nuevo empleo. Comió menos, hizo ejercicio, adelgazó y rejuveneció diez años. También fue a la peluquería, se tiñó y salió con un peinado más corto y favorecedor, que le daba un aspecto de mayor juventud y vitalidad. Después se fue de tiendas y se compró un traje caro para resaltar su nuevo tipo, y dar una imagen a la vez atractiva y profesional. Se lo puso en todas sus entrevistas de trabajo. Le daba seguridad. Al cabo de tres meses tenía un nuevo puesto de consultora, y cobraba el 50 por ciento más que en su anterior trabajo.
Anna trabaja en el sector privado, donde las apariencias cuentan bastante más que en el público, pero lo que hizo ella lo podría hacer cualquiera. ¿Por qué no potenciar y utilizar una baza que se añade a la inteligencia, los conocimientos especializados y la experiencia? A quien busca trabajo se le suele aconsejar que recurra a su red social, y aproveche su capital social, pero actualizar la imagen y el estilo puede tener la misma eficacia.
He acuñado la expresión «capital erótico» para definir una mezcla nebulosa pero determinante de belleza, atractivo sexual, cuidado de la imagen y aptitudes sociales, una amalgama de atractivo físico y social que hace que determinados hombres y mujeres resulten atractivos para todos los miembros de su sociedad, especialmente los del sexo opuesto. Estamos acostumbrados a valorar el capital humano (estudios, formación y experiencia laboral), y desde hace un tiempo también empezamos a reconocer la importancia de las redes sociales y del capital social (no tanto qué se conoce como a quién se conoce). Este libro demuestra la existencia, y describe los efectos, de un talento que siempre se ha ignorado, hasta el extremo de no darle un calificativo: el capital erótico.
El capital erótico es tan importante como el humano y el social para entender los procesos sociales y económicos, la interacción social y la movilidad social ascendente, y es básico para entender la sexualidad y las relaciones sexuales. En las sociedades modernas, sexualizadas e individualizadas, se da cada vez más importancia y valor al capital erótico, tanto en los hombres como en las mujeres. La tradición de fomentarlo, sin embargo, y de sacar provecho de él, es más larga en las mujeres, y me consta que siempre que se estudia el tema se observa un capital erótico más abundante en ellas que en los hombres, algo que los artistas llevan siglos percibiendo.
Los expertos que asesoran a la hora de buscar trabajo recalcan que hay una sola oportunidad de dar buena impresión. Una vez hecha la preselección, todos los candidatos entrevistados para un puesto de trabajo poseen la formación necesaria y la experiencia laboral requerida; y son las entrevistas las que pueden sacar a relucir otros talentos que determinarán al vencedor, como es el capital erótico. Los títulos y la experiencia, Anna ya los tenía, así que invirtió en esta otra baza que tan a menudo se pasa por alto. Para quienes tengan pocas calificaciones, o ninguna, el capital erótico puede ser la baza personal más importante de todas.
El capital erótico, como la inteligencia, tiene valor en todos los aspectos de la vida, desde la sala de reuniones hasta el dormitorio. Las personas atractivas llaman a otras personas: amigos, amantes, colegas, clientes, fans, seguidores, votantes, partidarios, patrocinadores… Tienen más éxito en la vida privada (con más parejas y amigos entre los que elegir), pero también en la política, el deporte, el arte y los negocios. Lo que pretendo en Capital erótico es descifrar los procesos sociales que ayudan a las personas atractivas a obtener más resultados, y a obtenerlos antes. ¿A qué edad empieza a ser importante el atractivo? ¿Son conscientes de su ventaja las personas más guapas? ¿Existe algún vínculo entre la belleza y la inteligencia que otorgue doble ventaja a unos pocos afortunados? ¿Es posible fomentar el atractivo si no se nace guapo?
Ya en su primera fase, mi estudio topó con un enigma: ¡según las investigaciones, los beneficios económicos de un capital erótico elevado todavía son mayores para los hombres que para las mujeres! En lo que sí se cumplieron mis expectativas fue en que las mujeres puntuasen más en los niveles de atractivo social y físico (probablemente porque invierten más esfuerzos en estar guapas y ser agradables), aunque a los hombres, en contrapartida, se les recompensa más por esforzarse menos. Todo apunta, en suma, a que el capital erótico de las mujeres recibe menor recompensa que el de los hombres, y donde más se puede demostrar este fenómeno es en el mercado laboral. El motivo, y las posibles soluciones, son temas que analizo a lo largo del libro.
Una parte de la explicación parece radicar en lo que llamo «déficit sexual masculino»: el mayor deseo sexual de los hombres, que provoca frustraciones desde la juventud, y ejerce una influencia oculta en las actitudes masculinas frente a las mujeres, no solo en las relaciones privadas, sino en la esfera pública. Este déficit sexual masculino lo descubrí por casualidad, al leer los resultados de las últimas encuestas sobre sexo en todo el mundo. Para los hombres, ya lo dice la sabiduría popular, nunca hay bastante sexo. El déficit sexual masculino interactúa con el capital erótico, y tiñe así las relaciones entre hombres y mujeres, tanto en casa como en el trabajo. El patriarcado se ha esforzado mucho por esconderlo bajo una niebla moralizadora que controla la forma de vestir y comportarse en público de las mujeres. A mi modo de ver, el feminismo radical se ha metido en un callejón sin salida por culpa de la adopción de ideas similares que denigran el atractivo de las mujeres. ¿Por qué las convenciones masculinas sobre el decoro en el vestir y la conducta femenina no han sido cuestionadas por las feministas? ¿Por qué no se ha defendido la feminidad, en lugar de abolirla? ¿Por qué nadie anima a las mujeres a explotar a los hombres siempre que puedan? El feminismo radical puede parecer más limitador que liberador.
En este libro no se exponen opiniones ni prejuicios personales. Todos los argumentos se basan en (y parten de) un amplio abanico de pruebas que se exponen en los capítulos siguientes, y que son fruto de la investigación en el campo de las ciencias sociales. Mis dos conceptos centrales (el del capital erótico y el del déficit sexual masculino) son nuevos, pero descansan sobre una base objetiva.
El concepto de capital erótico se expone en el primer capítulo, donde explico por qué adquiere cada vez más importancia en las sociedades acomodadas de nuestros días. Del mismo modo que el coeficiente intelectual ha aumentado ininterrumpidamente durante el último siglo (más o menos a razón de un 6 por ciento cada década), también los niveles de atractivo físico aumentan poco a poco con el tiempo. Probablemente exista alguna relación entre ambos procesos, como la hay entre la estatura y las habilidades cognitivas y sociales. ¿Se puede medir el capital erótico, como el coeficiente intelectual y la estatura? ¿Qué es más importante, el atractivo físico o el social?
Es bien sabido que ser alto proporciona ventajas sociales y económicas, sobre todo para los hombres. La mayoría de los presidentes de Estados Unidos han sido altos, o al menos más altos que sus contrincantes. De la misma manera, todo indica que el atractivo social y físico aporta una amplia gama de importantes beneficios en el entorno laboral y social, así como en las relaciones privadas. En la segunda parte analizo cómo funciona en la vida cotidiana el capital erótico, y presento datos científicos sobre los beneficios y las ventajas del poder erótico en todas las actividades.