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A mis padres,
Elizabeth y David,
que con disciplina y amor
me abrieron los ojos
para ver la gracia
Introducción
Introducción
Las ideas aquí expuestas proceden en su mayor parte de mi trabajo clínico cotidiano con pacientes que se esfuerzan por alcanzar mejores niveles de madurez o que se esfuerzan por evitarlos. En consecuencia, este libro contiene fragmentos de historias clínicas reales. El carácter confidencial es esencial en la práctica psiquiátrica, de modo que en todas las descripciones se han alterado los nombres y otras particularidades a fin de mantener el anonimato de mis pacientes, procurando, sin embargo, no deformar la realidad esencial de las experiencias compartidas.
No obstante, puede existir cierta deformación a causa de la brevedad de la exposición de los casos. La psicoterapia rara vez es un proceso breve, pero como por fuerza he tenido que centrarme en los puntos más característicos de cada caso, el lector puede tener la impresión de que dicho proceso es claro y dramático. El drama es real y finalmente lograríamos alcanzar la claridad, pero es preciso recordar que, a efectos de facilitar la lectura, hemos omitido de las descripciones aquellos períodos prolongados de confusión y frustración inherentes a casi toda terapia.
También quisiera disculparme por referirme continuamente a Dios con la imagen tradicionalmente masculina; lo he hecho así por razones de simplificación, no porque tenga una idea clara y distinta sobre el género.
Como psiquiatra, creo que hay que mencionar desde el principio dos postulados que están en la base de este libro. Uno es que no hago ninguna distinción entre mente y espíritu y, por lo tanto, no distingo entre el desarrollo espiritual y el desarrollo mental.
El otro postulado es que dicho desarrollo es una empresa compleja, ardua, que dura toda la vida. La psicoterapia, si quiere prestar una ayuda sustancial al desarrollo espiritual y mental, no puede ser un procedimiento rápido o sencillo. No pertenezco a ninguna escuela en particular de psiquiatría o psicoterapia; no soy freudiano, ni junguiano, ni adleriano, ni conductista, ni gestaltista. No creo que haya una sola respuesta fácil. Considero que las formas breves de psicoterapia pueden ser útiles y que, por consiguiente, no hay que desacreditarlas, pero que la ayuda que procuran es inevitablemente superficial. El desarrollo espiritual es un largo viaje. Quisiera dar las gracias a los pacientes que me permitieron acompañarlos en importantes tramos de su viaje particular. Su viaje fue también el mío, y buena parte de lo que presento aquí es lo que aprendimos juntos. Quiero asimismo dar las gracias a muchos de mis maestros y colegas, particularmente a mi mujer, Lily. Ha puesto tanto de su saber como cónyuge, madre, psicoterapeuta y persona en este trabajo que resulta difícil distinguirlo del mío propio.
I. Disciplina
I
Disciplina
Problemas y dolor
La vida es difícil.
Esta es una gran verdad, una de las más grandes. Es una gran verdad porque, una vez que la comprendemos realmente, la trascendemos. Cuando nos damos cuenta de que la vida es difícil —en el momento en que lo hemos comprendido y aceptado verdaderamente—, ya no resulta difícil, porque una vez que se acepta esta verdad, la dificultad de la vida ya no importa.
La mayoría de las personas no comprende de forma cabal la idea de que la vida es difícil. Sin embargo, no deja de lamentarse, ruidosa o sutilmente, de la enormidad de sus propios problemas, de la carga que representan y de todas sus dificultades, como si la vida fuera en general una aventura fácil, como si la vida tuviera que ser fácil. Estas personas manifiestan, de una u otra manera, la creencia de que sus dificultades constituyen la única clase de desgracia que no debería haberles tocado en suerte, pero que, por algún motivo, ha caído especialmente sobre ellas o sobre su familia, su tribu, su clase, su nación, su raza o su especie, y no sobre otros. Conozco bien estas lamentaciones porque yo mismo las he proferido alguna vez.
La vida es una serie de problemas. ¿Hemos de lamentarnos o hemos de resolverlos? ¿No queremos enseñar a nuestros hijos a que lo hagan?
La disciplina es el instrumento básico que necesitamos para resolver los problemas de la vida. Sin disciplina no podemos solucionar nada. Con un poco de disciplina podemos resolver algunos problemas y con una disciplina total podemos resolverlos todos.
La vida es difícil porque afrontar y resolver problemas es doloroso. Los problemas, según su naturaleza, pueden suscitar en nosotros frustración, dolor, tristeza, culpa, arrepentimiento, cólera, miedo, ansiedad, angustia, desesperación, etc. Son sentimientos desagradables, a menudo muy desagradables, en ocasiones tanto como un dolor físico, y a veces tan intensos como los peores dolores físicos. A causa del sufrimiento que los acontecimientos o conflictos nos producen, los denominamos problemas. Y como la vida plantea una interminable serie de ellos, siempre es difícil y está tan llena de sufrimiento como de alegría.
Sin embargo, la vida cobra su sentido precisamente en este proceso de afrontar y resolver problemas. Los problemas constituyen la frontera entre el éxito y el fracaso, fomentan nuestro valor y nuestra sabiduría; más aún, crean nuestro valor y nuestra sabiduría. Es a causa de los problemas que maduramos mental y espiritualmente. Cuando deseamos estimular el desarrollo y la madurez del espíritu humano, lanzamos un desafío a la capacidad del hombre para resolver problemas, del mismo modo que en la escuela ponemos problemas a los niños para que los solucionen. Aprendemos gracias al sufrimiento que supone afrontarlos y resolverlos. Como dijo Benjamin Franklin: «Lo que hiere, enseña». De aquí que las personas juiciosas, lejos de temer los problemas, los afronten de buen grado y acepten el sufrimiento que comportan.
No todos somos tan juiciosos. Como tememos el sufrimiento, casi todos procuramos, en mayor o menor medida, evitar los problemas. Posponemos el enfrentarnos con ellos en la esperanza de que desaparezcan. Los eludimos, los olvidamos, fingimos que no existen. Incluso tomamos medicamentos para pasarlos por alto, pues mitigar el sufrimiento nos permite olvidar qué lo causa. Intentamos eludir todos los problemas en lugar de afrontarlos directamente. Preferimos eludirlos a vivirlos.
Esta tendencia a eludir los problemas y los sufrimientos inherentes a ellos es la base primaria de toda enfermedad mental. Dado que la mayoría de los seres humanos tenemos, en mayor o menor medida, esta tendencia, casi todos estamos, en mayor o menor medida, mentalmente enfermos, es decir, no gozamos de una salud mental completa. Algunos vamos tan lejos en este empeño por evitar los problemas y los sufrimientos que nos alejamos mucho de cuanto puede ser útil para encontrar una salida fácil, forjando a veces las más complicadas fantasías, con total exclusión de la realidad. Digámoslo con las breves y sencillas palabras de Carl Jung: «La neurosis es siempre un sustituto de los sufrimientos verdaderos».