Akasha
La voz del Amor
La voz del Amor
Akasha
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© Akasha, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
Fotografía de la autora: ©Cristina Mariscal
universode letras.com
Primera edición: agosto, 2018
ISBN: 9788417436360
ISBN eBook: 9788417275723
Dedico este libro a la Luz.
De donde viene; lo que soy, lo que eres, lo que somos.
Índice
Agradecimientos
Dar las gracias es dar Amor. Llevo muchos años emitiendo agradecimientos, a diario, por absolutamente todo. Así que, de esta forma, me gustaría comenzar: ¡gracias por absolutamente todo! Porque ese todo, es el responsable de quien soy, de lo que sé y de lo que hago.
Dar las gracias hasta por lo más pequeño lo convierte en lo más grande. Por un nuevo día, un nuevo despertar, por todas las oportunidades que nos ofrece cada circunstancia de la vida, cada relación, como cada pensamiento y emoción. Darle a un interruptor y que se encienda la luz, abrir la nevera y tener alimentos con los que nutrirnos, un vehículo (propio o público) que nos lleve a nuestro destino, agua caliente y fría que emana de nuestros grifos. Un cuerpo físico que aguanta nuestras inclemencias… Tanto por agradecer que llenaríamos una larga lista todos los días.
La palabra gracias procede del latín gratia que significa “reconocimiento”, “favor”, en latín cristiano quiere decir “favor divino”. Agradecer con consciencia es el reconocimiento de los dones propios y ajenos que provienen de la generosidad. De ese dar elevado que permite el recibir inmediato. Es tener presente las bendiciones que recibimos, así como nuestras capacidades de entregarlas al mundo.
Escribir La voz del Amor ha sido, para mí, todo un proceso transformador. Sin haberlo entregado al mundo, ya siento que me lo ha dado todo; por lo que le estaré eternamente agradecida.
La mitad de este camino lo quise vivir en la intimidad de mi Ser, a solas conmigo. Un regalo que me hice, por el que me digo: gracias. La otra mitad ha sido algo compartida con aquellos que La voz del Amor me sugería: amigos, alumnos y familia. No tengo la necesidad de nombrarlos ya que saben perfectamente quienes son los que han estado, de una u otra forma, ahí. A todos vosotros: ¡gracias! Vuestro Amor está impregnado en mí y en estas páginas.
Durante todo este recorrido, hay alguien que siempre ha permanecido a mi lado, en los momentos de debilidad, donde tirar la toalla era lo más tentador (él me ha alentado a seguir viviendo mi gran sueño). En los momentos de euforia, en los que me podía pasar horas conversando sobre todo lo que estaba experimentando. Es mi compañero de vida, mi marido. Gracias Albert, mi corazón rebosa gratitud, me siento bendecida por el enorme regalo de tu compañía, de tu apoyo incondicional y de tu decisión de transformarte conmigo.
Cuando ya tenía todo el libro escrito y había tomado la determinación de publicarlo, tuve una conversación, con mi madre, muy enriquecedora. Era la primera vez que le explicaba su contenido y todo el significado que tenía para mí. Le conté que cada vez que pensaba en La voz del Amor veía claramente una gran puerta que se abría ante mí por la cual entraba una luz brillante. Mi madre, después de escucharme atentamente, me dijo: “esto es lo que va a significar para todo aquel que lo lea. Esa es la portada de tu libro”.
Mamá, gracias por absolutamente todo y por una de tus últimas frases: “tranquila, vamos a muerte contigo”. Una expresión nueva, que todavía me hace sonreír.
A mi padre, que desde el Cielo, me ha dado el impulso de mostrarme tal y como soy. ¡Gracias papá! Me gusta verte brillar.
A mis hermanos, que, casi sin saberlo, han sido un pilar en mi existencia. Cuando esto es así, las palabras se quedan cortas para mostrar su verdadero significado.
A Universo de Letras por su entera disposición, su cariño y toda su sabiduría. Materializar los sueños es una sagrada labor. Felicidades por ello, y como no: ¡gracias!
A mis ángeles, guías y maestros, por estar siempre a mi lado, esperando, pacientemente, mi despertar y el reconocimiento de mis dones, puestos, ahora, al servicio de la humanidad. Vuestra compañía es la luz que ilumina mi camino. Gracias, gracias, gracias.
A ti, que por el motivo que sea, estás leyendo estas palabras que salen de mi corazón y pretenden llegar al tuyo. Lo tomo como una bendición puesta en movimiento. Un movimiento catalizador capaz de sanar el alma y mostrar el sendero de la liberación. Gracias por tanto.
Introducción
Miraba el mundo y no veía lo que parecía que los demás sí. Fui la primera hija viva de mis padres, después de tres abortos. Conocí el miedo ya en el vientre que me estaba formando. Entonces, las creencias populares hablaban de valer o no valer, si podías o no tener hijos. Después de tres pérdidas, sumadas a las alentadoras palabras de los allegados, mi madre generó un profundo temor a perderme también.
Está más que demostrado que las emociones de la madre son trasmitidas al feto de la misma forma en que le llega el alimento. Ese miedo le hizo decidir pasar, prácticamente, todo el embarazo en reposo medio-absoluto. Mi madre siempre dice que yo no quería nacer, porque le costó mucho darme a luz. Me encanta esta frase: dar a luz. Qué pronto se nos olvida que, al nacer, nos dan la luz para vivir en ella.
No recuerdo en qué momento exacto comencé a tenerle miedo a la oscuridad. Lo que sé es que ya había fallecido mi abuela materna, a mis apenas cuatro años. Tenía muchas pesadillas, cuando conseguía dormirme. Veía sombras, si me quedaba con los ojos abiertos, cosa que me aterraba. Cuando los cerraba, aparecían, claramente, rostros y otras imágenes, a la vez que escuchaba voces que me susurraban no sé qué, porque yo comenzaba a hablar más alto, pidiéndoles que me dejaran. Nada de esto tenía sentido para mí. Me fijaba en el mundo y, a veces, los imaginaba como zombis vivientes, no de aspecto, pero sí de mente. Aunque estos no me asustaban, porque los demás también los veían, así que lo normalizaba.
Aguantaba todo el tiempo que podía, antes de ir a la cama, con las regañinas de mis padres, para poder conciliar el sueño lo antes posible. Así, fui creciendo, a la vez que aumentaba mi interés por ser como los demás, que me parecía bastante más fácil.
Cuando era adolescente, volvieron a aparecer, con más fuerza que antes, estas visiones, pero, esta vez, quise encontrar respuestas. Abrí una rendija a la posibilidad de escuchar eso que querían decirme, valorando que quizá pudiera ser importante. Entonces, comencé con la escritura automática. Me llegaban mensajes muy cortos y dibujos de formas geométricas. Esto captó mi atención. Empecé a utilizar esa voz dentro de mí para hacerle preguntas tipo oráculo adivinatorio. De repente, me sentí muy acompañada, a la vez que comprendía. El miedo desaparecía, sustituyéndose por la intriga de saber.
En esa experimentación, pasaron unos años, hasta que me atreví a comunicárselo a un grupo de amigos con los que iba al instituto. Ellos acababan de empezar a «jugar» con el espiritismo. Al saber mis capacidades, no tardaron en invitarme a sus sesiones. Decían que, cuando yo iba, pasaban cosas que no les ocurrían sin mí. Y aunque me seducía la idea de pertenecer a un grupo que me tenía en tanta consideración, había algo en mi interior que me decía: «¡Aléjate!».
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