1
Resolución de problemas
P ROBLEMAS Y RIESGO
Este capítulo se ocupa de las actitudes, tácticas y creencias que ayudaban a la abrumadora mayoría de la no élite a ganarse un sustento relativamente razonable, salvo en los períodos de crisis más rigurosos. He caracterizado este enfoque como «resolución de problemas» porque me parece que para la mayoría de las personas la vida asumía la forma de una serie de dificultades, de naturaleza y dimensiones diversas, que había que superar. Muchos de estos problemas no eran nuevos y habían encontrado solución en las actitudes culturales que la gente aprendía sentada en las piernas de su madre o su padre. Por tanto, la no élite estaba ya preparada para resolver gran parte de las dificultades que iba a encontrar en su camino.
Los problemas difíciles suelen tener ciertas características en común. En primer lugar, carecen de claridad en el sentido de que con frecuencia no resulta claro en qué consiste exactamente el problema, qué lo ha causado o cuál será el resultado si no hacemos nada al respecto. Los problemas difíciles también suelen obligar a la gente a enfrentarse a múltiples metas posibles y decidir entre ellas seleccionando la opción menos mala. Sobre todo, los problemas difíciles son complejos: incluyen diversos factores interrelacionados y a menudo también la presión de algún tipo de límite temporal. Los manuales de gestión modernos nos dicen que para resolver problemas arduos de esta clase es necesario que nos ocupemos de un solo factor a la vez. El problema para el romano medio era que solo tenía un conocimiento muy limitado en el cual fundar sus decisiones. El análisis moderno era un lujo que no poseía. Mi argumento es que, en un entorno tan incierto, la forma popular de abordar los problemas se caracterizaba, en general, por una o más de las siguientes directrices: atenerse a soluciones sencillas y claramente definidas; centrarse en la meta principal; confiarse a las técnicas avaladas; ceñirse al propio ámbito de especialidad; remitirse a precedentes conservadores; confiar primero en el ingenio individual y recurrir al mutualismo solo de forma ocasional; y, por último, intentar endilgarle el problema a quienes tenían más recursos para lidiar con la situación.
Con frecuencia, qué constituye exactamente un problema es el resultado de una construcción social. No es simplemente un acto de equilibrio racional entre un conjunto fijo de dilemas. Ciertas prioridades son probablemente bastante universales: la comida, los planes matrimoniales, las amenazas a la seguridad; pero hay otras a las que la gente suele atribuir grados de importancia muy diversos. Como sucede a menudo con la sociedad romana, la preocupación por el estatus tenía una gran importancia. Una porción significativa de los oráculos y los hechizos del mundo romano estaban relacionados con anular amenazas reales o imaginarias al propio estatus, tener oportunidades de conseguir un estatus superior y vengar acciones de rivales sociales que hubieran tenido como consecuencia una pérdida de prestigio.
La principal variable que cualquier miembro de la no élite debía tener en cuenta a la hora de enfrentarse a un problema era el riesgo. El riesgo significaba afrontar un futuro incierto, y en un mundo en el que la persona media se consideraba «vulnerable al empobrecimiento», El problema con el término «riesgo» es que tiende a resaltar el lado negativo. «Volatilidad» es un término más neutral que refleja el hecho de que el riesgo puede producir de igual forma buenos y malos resultados. Por tanto, el riesgo en sí no es el problema. Es la vulnerabilidad a los sucesos negativos de quien ha de correr el riesgo lo que determina su voluntad de arriesgarse.
La percepción del riesgo cambiaba de acuerdo con el estatus social. Los ricos estaban en condiciones de tolerar un grado elevado de volatilidad de los rendimientos y, por tanto, invertían felices en empresas especulativas como el transporte marítimo. Quienes estaban cerca del nivel de subsistencia eran mucho más vulnerables a la volatilidad y en consecuencia se centraban en controlar los riesgos negativos, incluso a costa de renunciar a ciertas posibilidades de beneficio. En términos muy amplios, la tolerancia al riesgo estaba inversamente relacionada con el estatus social. Compárese la especulación imprudente y extravagante del nuevo rico Trimalción en el Satiricón, donde su fortuna oscila en términos de decenas de millones al día, con el conservadurismo natural del rústico en la Vida de Esopo, que dice a su asno cargado con leña: «¡Arre! Para que lleguemos deprisa y se pueda vender la leña a doce ases, tú te llevarás entonces dos en hierba y yo otros dos para mí, los ocho restantes los guardaremos para cuando hagan falta, no sea que venga una enfermedad o una súbita tempestad nos deje sin recursos». Es posible que cuando un individuo finalmente se veía reducido a la indigencia su sed de riesgo volviera a incrementarse; ya fuera porque no tenía ya nada que perder o porque para cambiar de forma significativa su vida tenía que tomar riesgos importantes.
Un hecho adicional que afectaba a la forma en que el pueblo se relacionaba con el riesgo es que en el mundo romano las cosechas variaban de un modo considerable de un año a otro. La volatilidad agrícola puede ser excepcionalmente elevada en la región mediterránea, y en Túnez, por ejemplo, la cosecha de trigo tiene una variación interanual media de más del 60 por 100. Egipto, en cambio, tiene la menor variación interanual media, 12 por 100, lo que contribuye a explicar la confianza que los emperadores depositaban en él para la generación de rentas fiscales y superávits de grano. Por tanto, la distribución de los rendimientos de las cosechas no tenía la forma de campana de la curva de distribución normal que la estadística nos enseña a esperar de un conjunto de resultados particular. En la práctica, la curva de las cosechas romanas habría presentado lo que los estadísticos llaman «curtosis» (colas gordas). Mientras que una curva normal nos dice que debemos esperar que dos terceras partes de los resultados estén dentro de la desviación estándar de la norma, y apenas haya un suceso extremo ocasional, la realidad era que los sucesos extremos, cuatro o cinco desviaciones de la norma estándar, ocurrían con mucha más frecuencia de lo que estadísticamente sería de esperar. Tras una cosecha extraordinaria podían venir muy fácilmente años de escasez. A menos que se tuviera reservas, el impacto de tales trastornos podía ser devastador. El efecto de estos dos factores adicionales era que el control del riesgo resultaba todavía más importante. La meta primordial de los pobres vulnerables, aquellos más cerca del umbral de subsistencia, era garantizar la estabilidad de los ingresos en, o por encima de, el nivel de subsistencia e intentar ahorrar un poco para la época de vacas flacas. Aquellos que tenían a su disposición más recursos podían permitirse asumir una actitud más liberal hacia el riesgo. Para todos, la vida implicaba realizar cálculos de forma constante, sopesar el riesgo y los posibles resultados a partir de lo que había ocurrido en el pasado.
Además de emplear técnicas de control del riesgo, la no élite buscaba diseminar el riesgo mediante la diversificación con el fin de limitar las consecuencias de potenciales inconvenientes. Los campesinos cultivaban diversos productos, no fuera a ser que la plaga acabara con alguno. Cuando era posible, se enviaba a los miembros más jóvenes de la familia a trabajar como aprendices para que aportaran una valiosa renta adicional de una fuente menos dependiente de los rendimientos agrícolas. Esta actitud permeaba todo cuanto hacían, así que cuando se enfrentaban a una enfermedad les parecía natural utilizar diferentes recursos para hallar una cura, ya fueran los ensalmos mágicos, los remedios populares o la medicina griega. También era necesario granjearse benefactores, de modo que en tiempos de escasez fuera posible contar con su ayuda. Establecer redes de amigos, parientes y vecinos era una forma esencial de tener un seguro para los malos tiempos. El mantra «disemina el riesgo, diversifica las fuentes de ingresos» formaba parte de la vida de la no élite.